Sí, ya me imagino que nada es como antes, que todo ha cambiado, que ya no es lo que era, que ahora la gente anda en otra, que los guachos están para el PlayStation -“la Play” le llama la aporteñada mayoría- y que hay gurises que no tienen ni idea de cómo es la camiseta de Canelones o la de Treinta y Tres, pero tienen pelos y señales del MDI (medio defensivo izquierdo) del Olympique de Lyon.

Capaz que nos pasó la ola -el tsunami, más bien-, pero no se achiquen, queyalas de mis pagos, hay algo que no cambió: cuando las nochecitas de enero dan por fin la más inequívoca señal de que el verano es algo especial, en el boliche del Chivo Romero que a cada pago le toca por padrón estará sonando la cantora con ese lento pero seguro locutor comercial que es capaz de zurcir los lechones recién faenados de la carnicería La Negra con los vestidos hindúes llegados de Katmandú de la tienda Sensaciones y la declaración de IRPF, Fonasa y otros trámites del gestor Cacho Pérez Valero.

El partido, el campeonato, el teje y desteje de nosotros, las Penélopes de cada noche estival de cada año de nuestro campeonato del interior, sigue estando ahí. La radio, a imagen y semejanza de las de Montevideo, es, era, la acotada caja de resonancia de nuestro espectáculo, eslabón invisible de una enorme cadena de sensaciones, emociones, hechos y acontecimientos que forjan la historia de nuestros pueblos en su aldeano imaginario popular, en su vecinal sentimiento de pertenencia. Y si bien los muchachotes que saben de joystick y de la geometría de la vida cotidiana con sus falsos y virtuales ejercicios deportivos o bélicos con triángulo, círculo, cruz y cuadrado en su mano derecha (¿cómo carajo harán los zurdos de la virtualidad?) tal vez no tengan ni idea de qué está hablando el tipo de la radio, hay otros que apuntan su chiva rumbo a la cancha con la botinera debajo del brazo, soñando con ponerse la gloriosa en el pecho.

Dale fondo y echalo (R2+O)

Por nuestras calles, que son de asfalto como las de ustedes, aunque haya muchas de balasto, van cientos, decenas de pacíficos combatientes contra los zombis de EASports y Konami o los robots de ESPN, Fox Sports y Gol TV, que nos quieren reunir en el teatro de los sueños, para que soñemos con acompañar a Florentino Pérez en un palco del Santiago Bernabéu. Esos muchachos de hoy, los viejos del mañana, son quienes toman la posta de mantener viva la llama de los estadios apenas iluminados, el recuerdo de los cracks de antaño, semidioses de camisetas de algodón juilliard. Son los que atesoran las hazañas mínimas, como el cabezazo de Coco Sánchez en el arco de las viviendas que significó el glorioso 4-3 en los descuentos contra los del otro pueblo, o la caravana de recibimiento a los campeones cuando la ONDA tenía aquellos doble camello.

Donde todo empezó

Me agarra Gabriel Rolón y me da vuelta como una media. Bettina, que es mi amor y mi compañera, está casi siempre muy lejos del fútbol. Ella sabe que yo la conocí a la salida del estadio donde ella no estaba, tiene guardado un recorte amarillento de cuando la tuve presente en la crónica de cuando Florida fue el mejor de Uruguay, sabe que la reubiqué cuando trataba de saber cómo había salido un ignoto Florida-Flores de hace unos años, sabe que le escribí un cuento desde la tribuna José Nasazzi del Campeones Olímpicos, pero lo que no sabe hasta que lea esto es que su sanducero bisabuelo Alberto Blas Langon fue en 1922 el fundador de la Confederación del Litoral y del primer torneo de selecciones departamentales que, paso a paso, ha evolucionado hasta convertirse en esta Copa Nacional de Selecciones que habrá de arrancar el sábado.

En los archivos del diario sanducero El Telégrafo Langon contaba los detalles de aquellos primeros e históricos viajes para jugar al fútbol haciendo de la camiseta del pueblo la representación misma de aquella sociedad: “Salimos de Paysandú a las 4.00 de la mañana en una excursión formada por ocho o diez autos. Como no podíamos ir por el Camino Nacional, pues el arroyo Negro no daba paso, fuimos por el Paso de la Balsa. Una vez cruzado, seguimos atravesando los campos de Mailhos en los que teníamos que pasar seis porteras para luego pasar el arroyo Bellaco, ayudándonos unos a los otros, pues por algo ese arroyo lleva ese nombre, y pocas leguas de allí entrar en los campos de Nueva Mehlem, nos esperaban 12 portones, bañados, los dos arroyos Ramón Grande y Chico que eran casi imposibles de pasar. En esos lugares sólo transitaba un héroe. Por eso todos los coches iban munidos de palas, tablones, etcétera, para utilizarlos muchas veces en el camino. Al salir de esos campos teníamos que afrontar el callejón hasta la entrada al camino de Fray Bentos, y si había llovido, aquello era algo horrible, pues las tropas los dejaban intransitables. El regreso era mucho más serio, pues de noche era común perderse en los potreros de aquella estancia de Nueva Mehlem, y era frecuente tener que esperar la madrugada para poder orientarse. En esta excursión llegamos a Mercedes a mediodía -¡ocho horas de viaje!- y nos pareció un magnífico paseo”.

Las carreteras de la información

Todo ha cambiado enormemente. Hay muchísima más información y, simultáneamente, muchísima menos difusión global y establecida de esa información, cierta y notoria en sus ámbitos pero oscura y casi clandestina en el mundo de la información de nuestro fútbol. Hoy día, para poner a consideración nacional un tema importante sigue siendo necesario que los grandes medios y las corporaciones involucradas en el tema lo pongan en circulación y discusión. Como eso no pasa -los medios nacionales no le dan pelota, y la organización, en este caso la Organización del Fútbol del Interior (OFI), invisibiliza a las fuerzas vivas con protocolares tecnicismos, como la denominación Paysandú Interior, que es la máscara que afea y esconde la belleza de Guichón, o Tacuarembó Interior, que tapa el entusiasmo y los sueños de San Gregorio de Polanco-, el campeonato, los campeonatos, parecen quedar sometidos a compartimentos estancos de preocupados comunicadores locales, en los que se manejan los tiempos de acuerdo con las circunstancias y costumbres de los pequeños medios locales.

Hace ya unos años, el Grupo de Investigación y Estudios del Fútbol del Interior (GIEFI) sistematiza y compila con solidez y efectividad todos los datos que surgen de cada etapa de la Copa Nacional de Selecciones. Los corresponsales itinerantes de GIEFI, una suerte de logia futbolera sin fuerte repercusión pública, vinieron a sustituir los viejos envíos de El Día, La Mañana y El País, el único que mantuvo la marca aunque sin ocuparse del producto.

Cualquiera de esas imponentes empresas virtuales, con direcciones en el primer mundo que se encargan de auditorías, desarrollos de proyectos y management, se prendería, o se prenderá de- sesperadamente, si oportunamente llegara a sus manos este pedazo de papel de diario, o compilado televisivo, al enterarse de que hay un evento que social y deportivamente involucra a muchos potenciales clientes de lo que sea y que es ninguneado. Es como si fuera una marca -con nombre, historia, prestigio y otros ítems que abonan la fidelización de los potenciales clientes- que está tirada ahí, seguramente llevada por sus ejecutivos de la mejor manera que pueden, pero con una administración artesanal y escaso desarrollo, lo que impide, aunque más no sea como negocio, su crecimiento. OFI es la dueña de esa marca, y en este caso parece darla en concesión, a cambio de un par de fiestas con algunos cientos de sánguches y cuatro o cinco bonitos y prestigiosos trofeos.

Quien más, quien menos, quienes hemos tenido vida en Uruguay fuera de Montevideo sabemos el color de la camiseta de la selección del pueblo, dónde está el estadio, los nombres de los que están y de los que estaban y, en algunos casos, la magia que pueden tener esas tardes o nochecitas en la cancha.

#hashtag con 140 caracteres y esfuerzo si se puede

La irrupción de GIEFI en nuestras vidas fue como haber conseguido los manuscritos no publicados del próximo libro de la saga de Harry Potter. Pero la evolución de las comunicaciones, internet, los smartphones, Twitter y el esfuerzo sin igual de algunos deportistas felizmente devenidos comunicadores hicieron que, como si se tratara de la película Ghost, aquel enorme e invisibilizado cuerpo de informaciones y sensaciones de los partidos de nuestros héroes de pueblo fuese corporizado fundamentalmente mediante el tesonero y brillante esfuerzo del campeonísimo como jugador y como técnico Jorge Benoit, quien en su página FútbolFlorida.com ha sabido compilar y seleccionar casi al instante lo que pasa en nuestras canchas. El ex centrodelantero de Florida y sus colegas rochenses de DerrochandoFútbol.com han sabido articular sin igual goles, resultados, jugadas, líos y aromas de chacinados a las brasas trepando por los viejos cipreses o palmeras que rodean los bancos del estadio. Floridenses y rochenses han logrado recuperar el viejo espíritu de la magia de nuestros pueblos futboleros y, trascendiendo largamente el Campeones Olímpicos o el Mario Sobrero, son una suerte de radioaficionados del siglo XXI que, mediante la comunicáción directa con HeroicaDeportiva.com o Indirecto.com, consiguen lo que en ese momento no tienen los salteños de Salimos.net, los polanqueños de SanGregorioTacuarembo.com, los sorianenses de Agesor o los de DuraznoSports.uy. Ellos hacen conexión con los arachanes de Vobrasports.net y con los maragatos de Minuto 90 o Expectativa, así como con decenas de tuiteros, intencionados corresponsales en cada pago. Y así, aunque estemos en las costas del Río de la Plata o del Atlántico, de bermudas y crocs, lejos del jalvita que echa el centro ni bien pasa la mitad de la cancha, nos vamos enterando casi al instante de lo que pasa en nuestras canchas.

Estamos de fiesta. El sábado empieza nuevamente la ilusión de ser, querer ser y estar ahí. Es el fútbol de afuera: de afuera de Montevideo y sus ejes de poder, pero el que está adentro de nuestros corazones.