Lo hicieron de nuevo. Alguien dirá, pensará, deslizará, que no tiene explicación, pero será fácil contraargumentar con hechos que esta nueva recompensa del camino -la inédita y seguramente única en la historia de estas Eliminatorias (primera rueda) en casa invicto y de puntaje perfecto- es hija de un trabajo pensado, planificado, discutido y cumplido por etapas desde 2006 a la fecha. Y este proceso que no ha sido en condiciones de laboratorio, sino capeando temporales de intereses ajenos, soportando olas de veneno y apagando hogueras de vanidades, ya se podrá matrizar como la artesanal e inteligente manera de reposicionar al fútbol uruguayo en los mejores niveles de competencia.

Tenemos la mejor dupla de delanteros del mundo, tenemos a uno de los mejores zagueros del mundo, tenemos a un gran golero, a una eficaz mediacancha, pero, gente, los tenemos porque hace más de una década, tomando sus experiencias, y sus hipótesis de trabajo para poner a marchar un utópico círculo virtuoso, el maestro Óscar Washington Tabárez generó trabajó y expuso una forma de gerenciar y dinamizar ideas.

Decime un color

De ayer a hoy pasó ella, ellos.

La celeste, los celestes, esta, estos con los que sin dudas miles, muchísimos de nosotros nos confirmamos o nos bautizamos de la eterna expectativa de querer y poder, o no, pero intentar, con trabajo, con ideas, con solidaridad, con adhesión de familia, volvió a juntarnos, a abrazarnos, a hacernos olvidar calenturas inmediatas, angustias en cuotas.

Ella, ellos, hacen que cada día que están en casa revivamos la emoción del día de aquellos cumpleaños infantiles, de aquel día especial, del reencuentro, del asado, de la vuelta al barrio.

No es poco, te aseguro que no es poco, y es una brisa de verano decodificar la nochecita, y miles de personas llegando con sus camisetas, sus banderas, sus ganas, desde los más imprevistos puntos de partida, Bella Unión, Tambores, Vergara, Pache, Raigón, Moirones. Y volviendo a sus pagos, a sus barrios, a sus esquinas con esa comunión de la victoria, esa seguridad, esa calidez que no da sólo la victoria, sino esa empatía que trasciende lo deportivo y se decodifica en un encuentro de nuestra sociedad.

Estuvo bien el arranque del partido jugado con las tribunas bien pobladas. Bien en cuanto a concentración y hasta en acción defensiva extrema, como aquella flor de atajada que se mandó Fernando Muslera cuando iban apenas 2 minutos y ellos, con el picante Salomón Rondón, habían armado un enorme contragolpe después de la primera acción ofensiva celeste.

De inmediato Uruguay se empezó a desenvolver, y estuvo cerca Lodeiro, pero el elenco venezolano también contestó con una gambeta de dibujitos animados de Adalberto Peñalanda, que desbordó y llegó hasta la frontera del gol. Un cuarto de hora sin estudio, y jugado. Venezuela en esos 15 iniciales consiguió seis tiros de esquina.

Las dos líneas de cuatro ubicadas por el entrenador de los venezolanos, el ex arquero Rafael Dudamel y su aplicación para ocupar espacios hizo que a los celestes les costara progresar en pases y no pudieran generar en ofensiva. Eso no sería nada, o sería menor, si no contásemos con las enormes evoluciones ofensivas del filoso Peñaranda, que en otra contra quedó solo de cara al gol, sin siquiera Muslera en el arco, y la tiró afuera. Mancha hielo en la Ámsterdam. Todos quedamos helados. Pero casi enseguida se vino otro electro de fuerza, cuando Salomón Rondón, cortado en el área, giró e hizo que la globa le comiera la oreja al caño.

Te camina

Pero ta, una y sólo una, que le quedara al Gordo Suárez, que prendiera el mionca, peso pesado, paso acelerado, y en los andurriales de su lateralidad metió el centro de zurda para que el Nico Lodeiro se tirara en palomita de la paz con la gente contra el arco de la Colombes y pusiera el 1-0.

Se abrió el partido en el resultado, pero siguió siendo fiero en cuanto al trámite de juego -porque también es juego la eficacia plena-.

El diagnóstico pudo ser que un equipo que no está acostumbrado o no brilla por juego de propuesta permanente, y que alineó inicialmente hasta cuatro jugadores que podrían en cualquier caso jugar como delanteros -Suárez, Cavani, Cebolla, Lodeiro-, fracasó en una acción que no acostumbra, pero se acomodó, lleno de incomodidades y destrezas ajenas, y lo resolvió. Igual era esperable otro viaje de arena gruesa para el segundo tiempo.

Pero no fue así. Apenas corrían 20 segundos del complemento, cuando otra vez, como en el primer gol, el Pato Sánchez metió un pelotazo y Cavani, que en dos forzados movimientos saltó desacomodado y pasó hacia la pelota, sacó un derechazo cruzado que gozosamente llevó la pelota al fondo de las redes. Golazo. Ahí sí cambiaría la dinámica del enfrentamiento, porque ya Venezuela con el 2-0 no podría seguir apostando al contragolpe. Y cambió aunque siguió siendo más incómodo que lo que dirían los teóricos haciendo un trabajo de campo sobre un 2-0 contra Venezuela. Cuando después, por doble amarilla, expulsaron al experimentado zaguero Oswaldo Vizcarrondo, ahí sí realmente se empezó a alivianar el juego y a acompasarse el fin con los medios: volver a ganar en Montevideo, terminar imbatido en todos los rubros en el Centenario a lo largo de una rueda y arrimarse promedialmente, pero también en los hechos, al objetivo único de llegar a la fase final del Mundial que se jugará en Rusia en 2018.

No hay dos sin tres

Y se puso divino porque... ¿dónde carajo hay entre las 200 selecciones de FIFA una mejor dupla de delanteros que la de los salteños Suárez-Cavani? El Luis es único, inigualable por siempre jamás, pero el Edin, es un portento físico con la clase y jerarquía de los mejores futbolistas, y entonces entre los dos, y con el Pato Sánchez de asistidor inicial, siguieron generando magníficas acciones ofensivas hasta que con taco de Suárez mediante llegó el tercero de Uruguay, el segundo de Cavani.

Y de ahí para delante nos acompañó esa rara sensación de sentirse bien, ganador, tranquilo, seguro y en camino.