Cuando llueve se sabe por qué: nada más gráfico que el partido jugado el sábado en el estadio Alberto Suppici coloniense el sábado para justificar que los procesos son decisiones, para bien o para mal.

Plaza Colonia y Peñarol no demuestran ni por asomo lo que fueron el semestre pasado, al menos en cuanto a desempeño futbolístico, y eso se refleja en forma mucho más notoria aun en cuanto a puntos ganados. Tras seis fechas del Uruguayo Especial, mientras los locales no encuentran su mejor versión en el espejo luego de la sangría de jugadores y entrenador por estrictas causas de supervivencia, Peñarol no sabe cómo jugar con un plantel nuevo. Parece una paradoja contemporánea. Y lo es. Lo cierto que el 0-0 con que terminaron en Colonia los dejó a ambos bastante abajo en las posiciones. Y la situación es peor para los carboneros: hace cuatro encuentros que no pueden convertir y son los peores del campeonato en ese rubro, con sólo dos goles anotados en seis partidos jugados.

De fútbol hay poco para hablar. Si bien tuvieron un tiempo para cada uno, tras el resultado final poco se puede agregar sobre la ineficacia de lo que otorga puntos y calma: el gol. En el mismo sentido es necesario destacar las actuaciones de los arqueros: Gastón Guruceaga salvó un par en el primer tiempo, mientras que Kevin Dawson estuvo enorme en la segunda parte, deteniendo un penal y atajando un par de jugadas providenciales.

De fútbol (y de todo lo que hicieron) hay mucho para hablar. Cuando manejó mejor la pelota, los aciertos de Plaza estuvieron en la movilidad y profundidad de los laterales. Fue precisamente por las puntas por donde atacó, sobre todo en el primer tiempo, ante un Peñarol estático. En la parte complementaria la cosa se invirtió. Ya con Peñarol dueño del balón, el mérito de los colonienses fue la sólida defensa. Porque es verdad que el carbonero mejoró en el segundo tiempo, pero también es necesario decir que su mejoría fue de deficiente a regular, y que si jugó más fue por adueñarse de la pelota que por virtudes técnico-tácticas. Da Silva mandó variantes, jugó desde el minuto 45 con cuatro delanteros, cambió fichas por fichas buscando posibilidades nuevas, pero tampoco le alcanzó para convertir: en la más clara, tras un tiro penal, Dawson le adivinó el lugar al colombiano Miguel Murillo, que se tuvo más fe que puntería; luego, en el correr de la segunda parte, primero el palo y en otra el propio Dawson, en la línea, le negaron la posibilidad del gol a Alex Silva; en el medio de ambas -y paremos de contar-, Gastón Rodríguez contó con la misma (mala) suerte.

Un punto para cada uno y a otra cosa. Tal vez lo más notorio de todo fue la postura del plantel aurinegro: el grupo de jugadores decidió darle el respaldo al entrenador para que continúe en el cargo. Decir sin decir: se hicieron cargo de que buena parte de los magros resultados es pertinencia de ellos, y que el problema no es la irresolución en sí, sino aprender a convivir con ella. Dentro de tanta patología resultadista, tal vez las oportunidades den calma a la necesidad.

Los procesos son decisiones, para bien o para mal, lo mismo que el fútbol son resultados. En las determinaciones del propio Peñarol está su futuro: hasta dónde bancar los errores en un camino que repite piedras. Por voces propias, el margen para el técnico aurinegro parece ser la próxima fecha, cuando el rival será Danubio en Jardines del Hipódromo. Como si cambiar uno diera certezas de cambiar todo.

En cualquier caso, el destino no tiene pruebas. Por eso esta historia.