En varias ocasiones, tanto vos como los demás integrantes de los cuerpos técnicos de las selecciones uruguayas han asegurado que están en un lugar en el que quieren estar todos, y muchas veces reciben visitas desde todos lados. ¿Cómo manejás esa responsabilidad?
-Es parte de la tarea. A raíz de esa cantidad de solicitudes, armamos una lista con Claudio Pagani, el gerente del Complejo Uruguay Celeste. Lo que generó la selección, sobre todo a partir del Mundial de Sudáfrica 2010, es que todo el mundo quiere venir al complejo, y hay posibilidades de hacerlo, porque es un lugar de puertas abiertas. Se priorizan los grupos de escolares y liceales, y también les damos cierta ponderación a los chicos de las zonas más alejadas y a los que tienen menos posibilidades; en ese caso sí marcamos una línea.
¿Por qué es tan importante para los chiquilines uruguayos arrimarse a conocer a los jugadores de la selección?
-Hoy por hoy, hay algo que subyace o sobrevuela todo esto -y no estoy haciendo una alabanza exagerada ni diciendo cosas fuera de lugar-: lo que ha sembrado el Maestro Tabárez. Tenemos muchísimas coincidencias, desde el punto de vista de la formación y del encare de la formación, con todos los entrenadores de juveniles, pero también con él, en todo sentido. Todas estas actividades -las visitas de escuelas, liceos, etcétera- son fomentadas por el Maestro. Estamos en un lugar donde todo el mundo quiere estar, y no nos tenemos que olvidar de eso: de los que no están. Sin ningún ego, sin querer ser ejemplo de nada, les contamos historias personales que pueden ayudarlos a motivarse, a estar en lugares donde soñaron estar, entre ellos el fútbol, y estimularlos a que encaren alguna especialidad en la que quieran formarse.
Una parte fundamental de estos diez años del proyecto de Tabárez y de la formación que mencionás fueron las juveniles que dirigiste, así como las que estuvieron bajo la égida de Fabián Coito.
-Fabián es un bastión acá adentro. En todo momento nos hemos sentido muy protegidos, cobijados y estimulados por su forma de actuar y por el perfil al encarar la tarea. Pero además, tenemos muchas actividades paralelas. Fabián es una cara visible del programa Pelota al medio a la esperanza; yo estoy en Gol al Futuro y también en otras actividades que no trascienden demasiado. Por ejemplo, en programas que atienden a la violencia en los centros educativos, violencia de género, etcétera. En todo eso tratamos de dar una mano, pero siempre apuntando a la fase joven-adolescente.
Venís de conseguir el último vicecampeonato sudamericano con la selección sub 15. Comenzaste en marzo el trabajo con la selección sub 17 y en unos meses vas a dirigir por primera vez esta categoría en una competencia oficial. ¿Qué diferencias encontrás, a grandes rasgos, entre las dos categorías?
-Hay una diferencia bastante grande. En los aspectos futbolísticos, en los jugadores se ve un crecimiento: están en ese proceso de formación y maduración y se les ven mejores aptitudes, tanto físicas como técnicas y tácticas. Pero además entra a primar el factor psicológico, que es fundamental. Esto ocurre porque empiezan a aparecer estímulos que en los jugadores de la categoría sub 15 estaban menos presentes: la novia que demanda tiempo y con la que hasta a veces hay una convivencia mínima, los representantes, el empuje de la familia y de los clubes para que trasciendan, porque somos un país vendedor de jugadores. Todo eso moviliza mucho a los chiquilines y los desestabiliza. Además, están en una edad en la que tienen que consolidar por lo menos la formación básica, ya sea en UTU o en secundaria. En la sub 15, yendo al liceo y a las prácticas la llevan bárbaro, pero en este período, con esos elementos que aparecen, la cuestión cambia y la competencia, además, es más feroz.
Otra diferencia es que el Sudamericano sub 17 clasifica a un Mundial, mientras que el sub 15 no; esto genera una primera vez para todos.
-Eso también fue parte del desafío que nos llevó a agarrar la dirección de la sub 17, porque uno de mis sueños es poder llevar a la selección uruguaya a un Mundial. El escalón y el muro que hay que pasar es el Sudamericano, en el que hay que meterse entre los cuatro primeros. Además, es un estímulo que trabajamos con los chiquilines, para que ellos vayan haciendo cierto sacrificio en pos del objetivo de meter a la selección en el Mundial.
Jugaron dos amistosos en Paraguay y vienen de una gira en Qatar, también de dos partidos. ¿Qué análisis hacés de esos cuatro encuentros?
-En primer lugar, tenemos que ser agradecidos, porque desde agosto en adelante hemos podido afrontar muchos partidos internacionales. Nosotros dentro de la planificación lo previmos así, y el Maestro nos dio el visto bueno, y la verdad es que esos partidos dejan un crecimiento enorme en todos los aspectos: viajar, juntarse, armar una lista -hay chicos que se quedan y otros que viajan-. Todo eso es parte del futuro que van a encarar ellos; la parte formativa esencial de este proceso es que vivan situaciones que en el desarrollo de su carrera van a enfrentar muy a menudo: cuando los nombran para integrar un equipo el fin de semana, cuando quedan dentro o fuera de la nómina, entre los 11 o entre los suplentes, cuando no viajan. En este caso, la Asociación Uruguaya de Fútbol [AUF] les da un viático simbólico, pero cuando pesa el aspecto económico el viajar o no también significa quedar excluido de los premios. Todo eso juega. Es un aprendizaje permanente.
¿Cómo adquieren todo ese aprendizaje?
-La ventaja que tengo con esta selección es que hice la promoción con ellos. Entonces tenemos un camino andado que ha sido fundamental. El conocimiento personal, el conocimiento como grupo, mejorar aspectos físicos y tácticos, individualizar virtudes y defectos; todo eso ha hecho que este grupo tenga cierta identidad ya definida. Eso me ha favorecido una enormidad, y a ellos les ha dado muestras de que los procesos, cuando se llevan a cabo en base al trabajo y a la seriedad, dan resultado. Hace tres años, cuando tomé a estos chiquilines en la selección sub 15, era impensado que nos creyeran cuando les decíamos que le podían pegar con la izquierda y no le tuvieran miedo al ridículo. Hoy vemos que no solamente le pegan con la zurda, sino que le dan dirección; si les recordamos ese tipo de cosas, que son básicas, y los ponemos en situación, es todo crecimiento. Y eso es una fortaleza.
La exposición y la crítica empiezan a ser un poco más duras con esta generación.
-Eso también es parte del trabajo. La exposición mediática, la presión de la familia, el entorno; todo eso constituye un tema que es básico encarar. Su entorno inmediato, llamémosle familia, que en algunos casos está constituida de una forma tradicional y en otros no. Nuestro camino de formación es darles fortalezas a los chiquilines para enfrentar los cambios que se producen en su entorno. Se van a ver en situaciones con la prensa, a veces les van a hacer críticas. Hay muchos que se regodean con las buenas críticas pero se enojan cuando les hacés una crítica negativa pero constructiva.
¿Cómo se maneja todo este largo camino previo a la competencia oficial?
-Nuestra metodología de trabajo implica trabajar con el grupo tres veces por semana. Si no entrenáramos tan a largo plazo, no competiríamos, porque nuestra competencia interna tiene muchas dificultades y no les da el nivel que nosotros pretendemos y el que encontramos cada vez que vamos a jugar instancias internacionales. Esa diferencia nos perjudica en situaciones reales de juego. Después, al mantenernos alerta vamos modificando las convocatorias. Eso también nos ayuda a que no se distraigan y no se confundan.
Hace un año nos decías que “habría que reestructurar de base” el fútbol en Uruguay. ¿Todavía no se llegó al ideal de competencia interna?
-Para nada. Es más: nos hemos alejado de ese ideal. La competencia ha sido muy irregular y estamos en proceso de modificarla. Se introdujo el descenso y el ascenso en las categorías juveniles. Algunos formadores piensan que esa presión extra que reciben los jugadores de esta edad es positiva, que el niño se vea en una situación de estrés importante frente al juego, ya sea por el campeonato o por el descenso. Algunos los ven como parte del temple para un niño; pero son pocos los que siguen llegando, no se modifica eso ni la calidad del juego y el disfrute, que es a lo que apuntamos. El fútbol se tiene que jugar con responsabilidad, alegría, respeto al rival, respeto al árbitro, a los compañeros y al juego mismo. A veces eso no lo vemos. Siempre se juega con cara apretada y con esa sensación permanente de que “hay que ganar”. Entonces no les estamos enseñando a disfrutar del juego. Ahí cometemos un error enorme.
¿Cómo se puede lograr ese cambio desde adentro de la selección?
-Sigo pensando exactamente lo mismo que hace un año o más, porque lo vengo proponiendo desde antes. Las competencias a nivel nacional tienen que empezar de una vez por todas a florecer, establecerse y mantenerse, más allá de los altibajos que puedan tener. Ahí es donde entra a tallar o a jugar la pata política y gubernamental para sostener proyectos de este tipo. A pesar de que a veces pueden deprimirse las actividades o caer un poco la permanencia, tener bien claro a qué se apunta es lo que nos va a garantizar el éxito. Si ante el primer tambaleo abandonamos el plan, nos enfrentamos a una nueva frustración para modificar el fútbol. Lo que hay que darles a todos los niños del país son opciones para que jueguen en su hábitat, un lugar en el que puedan sentirse más fuertes, más seguros, que sin duda los va a hacer mejores. En algunos aspectos los chiquilines que vienen muy chicos desde el interior del país son muy buenos y muy fuertes, pero en los aspectos fundamentales -autoestima, manejo de las frustraciones- están flojos, porque esas cosas se las dan su familia, su liceo, su barrio, su escuela. Acá se las sacamos, y eso es una herejía.
¿Los jugadores se pueden divertir en la selección, teniendo en cuenta que van a disputar una competencia oficial que todos quieren ganar?
-Sí. Tabárez en ese sentido nos ha enseñado a analizar el después del partido, más allá del resultado, y a darle el valor que tiene. Cuando perdimos la final del Sudamericano sub 15, por penales, no sabés lo que era ese vestuario, pero a las dos horas estábamos muy felices todos juntos, disfrutando de estar en el fútbol, de estar juntos. Lloramos lo que tuvimos que llorar, pero sabíamos que había que seguir, y eso es parte de la formación que hay que darles a los chiquilines.
¿Cómo evaluás la última participación en el Sudamericano sub 17, en el que Uruguay quedó fuera del Mundial después de hacer una gran primera fase?
-Sigo teniendo esperanza y mucha fe en la generación 1998, que fue la que quedó fuera del Mundial: hoy en día, esos jugadores conforman la base de la selección sub 20. Hay que tener en cuenta que esa sub 17 participó en un torneo que se desarrolló en un lugar muy caluroso y húmedo, en Paraguay, y eso siempre condiciona. En estos campeonatos, en los que hay partidos muy seguidos, necesariamente hay que apostar a la rotación del plantel: son nueve partidos -cuatro en la fase inicial y cinco en la fase final- y todos tienen mucha intensidad. Además, en los Sudamericanos jugás cada 48 horas; el desgaste físico es importante, pero el psicológico es el más fuerte y del que más cuesta recuperarse. Todo eso en sólo 24 días.
¿En qué etapa de la preparación está la sub 17?
-Ahora estamos en el cierre de un año de observación total y definiendo el grupo que va a empezar la preparación en enero. Este viernes nos vamos a Brasil, a Curitiba, a jugar cinco partidos internacionales, y volvemos el 20. Vamos a cerrar la actividad del año el lunes 21, y el año que viene la vamos a reanudar el 5 de enero, con un plantel que luego tendrá un último filtro, que va a ser el que va a jugar el Sudamericano.
¿Qué recuerdo te quedó grabado de estos seis años de trabajo en las juveniles de Uruguay?
-Tuve muchísimas alegrías, pero una de las más lindas fue la del Sudamericano de 2011 que se jugó en Uruguay. Tuvimos un gran desempeño en la fase de grupos, y luego en el cuadrangular final no ganamos ningún partido. La situación que me quedó grabada ocurrió en Fray Bentos, en un momento en el que la relación con Argentina no era buena por el bloqueo de los puentes, era un momento especial y se venía el clásico contra ellos. Yo soy profundamente artiguista y oriental, entonces desde mi humilde lugar empecé a decir en la radio de Fray Bentos que, pasara lo que pasara, teníamos que estar juntos. Ese día les ganamos 4-0 -ganarle a Argentina por cuatro goles en una competencia oficial no es fácil-, pero al final del partido terminamos todos juntos.
Mi lugar en el mundo
Alejandro Garay debutó como entrenador de Uruguay en la categoría sub 15 el 7 de diciembre de 2010, exactamente hace seis años, con derrota 3-2 con Grêmio de Porto Alegre, en un partido amistoso. Como director técnico de los más chicos disputó tres Sudamericanos. En el que organizó Uruguay, en 2011, la celeste terminó en la cuarta posición, por detrás de Brasil -campeón-, Colombia y Argentina. Dos años después, en 2013, Garay viajó con la selección para jugar el Sudamericano de Bolivia, en el que Uruguay quedó eliminado en la primera fase. La mejor campaña llegaría en 2015, en el Sudamericano que se llevó en Colombia. La selección fue vicecampeona luego de perder la final con Brasil, por penales (5-4), tras empatar sin goles en el tiempo reglamentario. Garay dirigió, entre todas las categorías -con un pequeño pasaje por una sub 16 y una sub 18-, 93 partidos: ganó 44, empató 17 y perdió 32.