Ayer me desperté con la idea de que había justicia poética en la consagración del cuerpo técnico de Nacional, encabezado por Martín Lasarte y Marcelo Tulbovitz, como el mejor del Campeonato Uruguayo Especial. En este universo de prejuicios y preconceptos, seguro me costará tratar de entenderlo y después trasladárselo a ustedes para que lo desarmen y vean si acompañan la construcción.

Me gusta ser una arandela, una cinta de teflón entre el deporte y sus aficionados. Un intermediario no siempre necesario pero apto. Para ello es condición sine qua non saber del arte de la intermediación -en este caso, la comunicación calificada como periodista- y conocer de lo que se habla o se escribe, de sus leyes, de sus dinámicas, de sus imponderables.

En venta

El mundo del fútbol ha fortificado en pro del negocio y de la venta a ese a veces invisible intermediario que -en algunos casos de manera permanente y diaria- pistonea sin cesar y mueve el motor comercial del deporte, paseándonos por góndolas insospechadas para nuestro espíritu natural de consumo o necesidad. Por ejemplo, la especulación de quién será el que quede excluido de la lista de concentrados, qué están conversando un jugador y un miembro de la sanidad al lado de un tero que tiene su nido en el córner, o el viaje que hizo un señor de la directiva a Saint Marteen.

Otros tantos tratamos de pararnos como sobrios y humildes críticos de los desempeños de los colectivos, de los jugadores, de los directores técnicos, de los profes, del todo, a fuerza de intentar saber qué es lo que hacen, de revisar virtualmente si esa expectativa de juego colectivo, de estrategia, de desarrollo, puede o podrá ser válida en cuanto entre en interacción con el antagonista, y algunos, los más audaces, a proyectar razones y sinrazones de esas ideas, de ese plan, de ese trabajo, de esas elecciones. Pero no siempre es así.

De cuando los periodistas supieron más que los técnicos

Una entrevista de Patricia Pujol a Francisco Maturana que salió hace un par de años en estas mismas páginas me quedó como patrón y texto de consulta por la claridad y sabiduría con la que Pacho describe la situación: “Casi siempre me relacionaba [con la prensa] desde el respeto. Al principio, los medios eran uno más del grupo de trabajo a puertas abiertas, y les decíamos todo. Desde el primer día sabían cómo era la alineación. Con algunos me senté a explicarles cuál era el proyecto y la estructura. A la vuelta de algunos años, la cosa fue cambiando. Y para explicar esto cito a Eduardo Galeano. Él decía que los indios tenían la tierra y el oro y los españoles tenían la Biblia y los crucifijos. Incitados a orar, los indios cerraron sus ojos. Cuando los abrieron, tenían en sus manos la Biblia, y los españoles, el oro. A nosotros nos pasó. Nos abrimos a los periodistas. Muchos no tenían pasaporte y Colombia los hizo conectarse con el mundo porque comenzamos a viajar. No sé en qué momento ellos sabían todo y nosotros no sabíamos nada. Eso lo respeté. Siempre sentí eso, pero nunca lo dije. No sé en qué momento se capacitaron ellos tanto que nos superaron. Yo aprendí la diferencia. Si usted como periodista piensa esto, tiene derecho a eso. Al principio me peleaba, y ahora respeto la diferencia y no entro en la confrontación. No quiero seducir a nadie. El fútbol se puso tan complicado, que ganar avala todo: vos podés hablar, explicar. Pero si no ganaste, perdiste todo el año”.

Emocionalmente pastelero

Procuro ser justo, ecuánime y muy profesional, pero nunca objetivo. En algún momento llegué a un estado zen en relación con las contiendas deportivas que hace que, sin apartarme de la observación crítica, mis emociones se filtren. Entonces estas me hacen saber que en ese momento del primer tiempo quiero que a los de azul les vaya bien por la exquisitez de su ajuste colectivo, pero al rato mi veleta me lleva a hinchar por los amarillos porque ese jugador entendió todo. Así ocurre en cada partido, en cada campeonato, con la convicción de que el trabajo, la búsqueda de ideas, los colectivos que se permiten soñar son los que quedan más allá de la posición en la tabla o en la capciosa calificación de su estilo.

Serlo, parecerlo, ejercerlo

Sensato, idóneo, calificado, pensante, concreto, preciso, seguro, que no iluminado, Martín Lasarte ha sido el líder silencioso del campeón. Su trascendencia, así como la de su compañero, el profesor Marcelo Tulbovitz, seguro que fue absolutamente decisiva, no ya en los 90 minutos de cada uno de los 14 partidos que el equipo compitió en la cancha, sino en el cumplimiento de sus roles específicos y en otros que seguramente no están en la idea del imaginario popular de lo que son los deberes y tareas de un cuerpo técnico, pero que seguro han sido decisivos en esta conducta. Lasarte, que volvió a Nacional después de haberse ido como campeón allá por 2006, pero bastardeado por algunos galerudos y sus acólitos, que descreían o descalificaban aquella conquista por el improbable “como juegan los equipos de”, tuvo el oficio y los callos de un conductor que no cedió en los momentos de mayor tormenta, y la capacidad de articular un grupo de trabajo que evidentemente cinchó mucho pero no ya sólo a base de fuerza y esfuerzo, sino de capacidad y experiencia, calidades que visten a sus compañeros y a muchos de sus elegidos futbolistas.

Ni vendehumo ni renuente a dar explicaciones o justificar silencios o falta de elaboración de desarrollos argumentales en caliente, el entrenador de Nacional fue analítico y medido durante todo el campeonato. También fue transparente, pero sin llegar a mostrar nunca lo que no debe estar en exhibición pública.

Y ojo, que aunque parezca simple, no es fácil soportar los embates dirigidos por intereses o por gustos de sabihondos. Gerardo Pelusso, Álvaro Gutiérrez y, fundamentalmente, Pablo Bengoechea son algunos de los que se han centrado en su rol y trabajo de conductores técnicos y han debido lidiar con los constructores de opinión pública y sus controles remotos de “sensaciones térmicas”. El caso de Bengoechea tal vez sea paradigmático: habiendo campeonado en el Clausura y el Apertura que dirigió, su destitución fue fogoneada por algunos formadores de opinión y terminó siendo echado de la peor manera, en un caso bastante parecido al de Martín Lasarte en 2006, a quien no le renovaron cuando era el vigente campeón del Uruguayo.

Desconozco su adhesión, la de cada uno de ellos, al Maestro Óscar Washington Tabárez, pero está claro que es un poco el faro de esa forma de trabajo absolutamente enfocada en su tarea y capeando los temporales de olas enriquecidas por los escenarios de los creadores de realidad virtual. Me manda un whatsapp Perogrullo, que me dice que Nacional fue campeón porque sumó más puntos que los demás, porque ganó más que los demás. También me podría haber dicho que ganó porque tenía los mejores jugadores, porque no jugó en todas las canchas como casi todos los otros, o lo que puedan decir.

Yo le contesto, sin poder cuantificar el cuánto, que Nacional fue campeón por el desarrollo de la tarea de Lasarte, Tulbovitz, y siguen nombres, que dieron sostén a un modelo de pensamiento, actitud, perseverancia e idoneidad que es más importante que alzar la copa o contar el número de campeonatos.