Mi pirata cordobés

El barrio Alberdi, la ciudad de Córdoba y, específicamente, el Club Atlético Belgrano fueron parte inspiradora de uno de los últimos fenómenos musicales que dio la provincia: Rodrigo Alejandro Bueno, más conocido como el Potro. El cantante de cuarteto no sólo incluyó en uno de sus temas su pasión por Belgrano -“Y si querés, yo te llevo para Alberdi, donde están los celestes, mi pirata cordobés”-, sino que además, tras su fallecimiento, en 2000, pasó a ser parte de la camiseta del club, y lo fue durante varios años. Su primo, el experiente golero y símbolo de Belgrano Juan Carlos Olave, sigue con la tradición de tener estampado en su pecho el rostro de Rodrigo, con la leyenda “No me olviden”. El buzo de Olave es un homenaje permanente a uno de los músicos que dio “la ciudad de las mujeres más lindas, del fernet, de la birra, madrugadas sin par”.

El sueño de mi padre siempre fue que yo me convirtiera en periodista deportivo. Supongo que porque era lo que hubiese querido ser él mismo y no pudo, por lo que se contentaba con llamar cada tanto al programa radial de Gorzy para opinar.

De niño me gustaba mucho escuchar los partidos por la radio. Cuando tenía unos diez años se me dio por jugar con una máquina de escribir que le habían prestado a mi padre, que por ese entonces era vicepresidente del Salus, para hacer sus informes de la directiva. En esas tardes de sábado o domingo, jugara quien jugara, yo hacía unos textos en lo que mezclaba lo que estaba haciendo en el momento con la forma en que vivía el partido por medio de la radio. Hace unos años, mi madre encontró uno que sobrevivió al caos de mis cosas de niño. Desde ese día mi padre lo tenía en su mesa de luz, seguramente como la prueba fehaciente de que mi destino era la crónica futbolera.

En 2001 empecé Ciencias de la Comunicación y desde marzo hasta setiembre de ese año, cuando finalmente la abandoné, mi padre le decía a todo el mundo que su hijo estaba estudiando para ser periodista deportivo. Más de una vez le expliqué que ése realmente no era mi objetivo y él, cada vez que se lo explicaba, parecía entenderlo, pero al otro día ya lo estaba repitiendo: “Mi hijo va a ser periodista deportivo”.

En 2007 empecé a escribir en la diaria. Durante un largo tiempo sólo escribí sobre libros. En ese entonces yo había vuelto a vivir con mis padres luego de una frustrante experiencia de convivencia y un fracaso laboral. Mi padre recibía el diario antes que yo y siempre buscaba una nota mía. Nunca me lo dijo, pero me daba cuenta de que esperaba abrir un día el diario y leer una nota mía en la sección Deportes.

A pesar de que en ningún momento manifesté mi intención de escribir sobre deportes (lo que para mi viejo era escribir exclusivamente de fútbol), sé que hasta el día en que murió, en agosto de 2013, albergaba la esperanza imperturbable de verme ejercer el periodismo deportivo.

Las vueltas quisieron que finalmente cumpliera, sin proponérmelo, el sueño de mi viejo, justo con un partido de su querido Nacional.

En la cancha grande

Desde que Alejandro Lembo asumió el cargo de gerente deportivo de Nacional el club enfrentó dos veces a Belgrano de Córdoba, seguramente gracias a las gestiones del propio Lembo y de las buenas relaciones que conserva de su paso por el pirata cordobés. En este caso, el motivo del match no era únicamente probar los motores a días de que arranque la competencia fuerte, sino despedir al viejo estadio de Belgrano antes de su demolición parcial para construir un estadio remozado y acorde a las exigencias actuales.

El estadio fue fundado en 1914 y lleva desde 1993 el nombre de Julio César Villagra, ídolo celeste que se suicidó a los 31 años. En ese estadio, por ejemplo, se jugó la ida de la recordada promoción que llevó a River a la B. Cuando Belgrano pasó a tener más socios que aforos en su estadio, no le quedó otra que jugar sus partidos en el estadio provincial, el Mario Alberto Kempes. El Villagra está ubicado en Alberdi, un barrio popular, obrero, vinculado directamente con la Reforma Universitaria de 1918 y con el Cordobazo. Actualmente también es el barrio elegido por los inmigrantes de menos poder adquisitivo; bolivianos, peruanos, dominicanos y algún que otro uruguayo, entre los que me cuento. A mitad del año pasado un conocido empresario y productor de eventos cordobés, hincha de Talleres, intentó burlarse de las actividades culturales realizadas por Belgrano, principalmente porque le da cabida a expresiones de la comunidad peruana. Rápidamente el club le respondió con un comunicado en el que expresaba sentirse orgulloso de expresar en su propuesta social, cultural y deportiva el mismo multiculturalismo y diversidad que define al barrio de Alberdi.

Los equipos llegaron de la forma en que, por lo general, se llega al final de una pretemporada: con la incertidumbre de si los refuerzos podrán suplir las carencias de los que se fueron y evaluando si físicamente se hizo un buen trabajo. Por el lado de Nacional, el tema del momento fue la partida de Iván Alonso y el temor de que sea una ausencia irreemplazable. Por el lado de Belgrano, la vacilación pasa por la ida de dos piezas fundamentales para el equipo, Emiliano Rigoni a Independiente y Lucas Zelarayán a México. La política del club es contratar poco y ascender juveniles; por eso, con la vuelta del Picante Pereyra, la incorporación del experimentado Claudio Bieler y del chileno José Rojas, más alguna otra cosa, se dio por finalizado el período de pases.

El estadio estaba casi al tope. El clima era de fiesta, sin tensiones. Unos 40 hinchas de Nacional alentaban desde un rincón. Se notaba que algunos estaban afincados en Córdoba desde hace un buen tiempo. Una chica con un short Nanque del 92, un joven con la camiseta del Marujo Otero de la selección del 95, un padre de familia con la camiseta de Nacional y sus hijos vestidos de Belgrano. A ellos se les sumaban también hinchas que habían viajado desde Uruguay.

Mientras los equipos calentaban, la dirigencia de Belgrano le hizo un reconocimiento a Gastón Turus, referente del club que se retiró del fútbol profesional tras 16 años en el club y que ahora pasará a trabajar en las inferiores de la institución. Se esperaba hacer lo mismo con otro jugador que dejará el club, César El Hacha Mansanelli, pero faltó sin aviso a la cita. En ese mismo momento, la voz del estadio arengaba a los presentes repasando los logros conseguidos en ese estadio. En un momento largó que no había que volver más al frío del Kempes porque de mezclarse con otros “nos podemos resfriar”, en clara alusión a Talleres, equipo con el que comparten el estadio provincial.

Salieron los equipos. Primero Nacional, que fue a saludar a sus hinchas. Al toque, Belgrano, que fue recibido con mucha algarabía. Saludos formales, y al partido.

Nacional tuvo a Esteban Conde en el arco, línea de cuatro con Alfonso Espino, Mauricio Victorino, Seba Gorga y Jorge Fucile, en el medio Gonzalo Porras con la cinta de capitán, Santiago Colo Romero y Nacho González, y adelante un tridente rápido que buscaba suplir la ausencia de Alonso: Papelito Fernández, Leandro Barcia y Kevin Ramírez. Belgrano arrancó con Juan Olave, Pier Barrios, Cristian Lema, el chileno José Rojas, Federico Álvarez, Lucas Parodi, Guillermo Farré, Mario Bolatti, Jorge Velázquez, César Picante Pereyra y Claudio Bieler. Al igual que con Nacional, las miradas estaban puestas en esa nueva delantera.

El primer tiempo fue entendiblemente aburrido. A Belgrano le gusta darle la pelota al rival y esperar, y al nuevo Nacional le gusta tenerla y moverla (al parecer, con una consigna clara: la pelota debe pasar sí o sí por Victorino, Porras y Nacho), pero para llevar adelante ese estilo es necesaria una precisión que en pretemporada fue una utopía. A su vez, cuando Nacional la perdía, Belgrano generaba poco, quizá extrañando la generación de juego del Chino Lucas Zelarayán, por lo que casi no hubo llegadas.

Emociones del primer tiempo: a los dos minutos, Turus, que había entrado en el 11 titular, fue sustituido por Farré y se generó un momento emotivo; una extraña jugada preparada de Nacional en el córner que consiste en meterse todos dentro del arco para después salir; Olave, con la pelota en los pies, siempre al borde del precipicio; un tiro de Álvarez para Belgrano que pasó cerca; el árbitro marcando con el spray una línea para la barrera en un ángulo inverosímil con respecto al eje del disparo; constantes desbordes de Fucile mal terminados; un tumulto en torno a Fucile, y el Picante, que se tiraron unos viajecitos leves; una clara de Papelito y buenos desbordes de Ramírez, de los mejores del partido. En el entretiempo la cosa se empezó a mover, pero en las tribunas. Un pibe de Belgrano se acercó al sector de los hinchas de Nacional y les propuso un cambio de camisetas a los hinchas uruguayos. Éstos, en lugar de responderle con un simple no, le sacaron a relucir de forma innecesaria (en un gesto típico del peor tipo de hincha) el palmarés tricolor. “No te la doy porque es tres veces campeón de América”, dijo uno, y otro agregó: “Cuando jueguen una copa internacional hablamos”. Acto seguido, empezaron a cantar “somos tres veces campeón mundial” y “vos sos de la B”, cántico desinformado y desactualizado, considerando que Belgrano juega en primera y sus últimas buenas campañas lo alejan de la B. Eso pareció enfurecer a los hinchas cordobeses, y algunos pocos (frenados por la mayoría de los hinchas) arrojaron botellas de plástico llenas de un líquido de dudosa procedencia. Este enfrentamiento se vivió durante todo el segundo tiempo, que osciló entre momentos de tranquilidad y otros de verdadera tensión.

Para el segundo tiempo hubo cambios. En Belgrano entró la delantera titular del año pasado, Fernando Cuqui Márquez y Mauro Óbolo, por Picante y Bieler. También entraron más tarde Sebastián Prediger por Bolatti e Iván Etevenaux por Parodi. En Nacional entraron Felipe Carballo, Alejandro Barbaro y Juan Mascia por Fucile, Leandro Barcia y Papelito, respectivamente.

El segundo tiempo arrancó diferente y eso sorprendió a Nacional. Belgrano salió decidido a presionar en la salida, principalmente a la línea de cuatro, ya que Conde respetaba a rajatabla la premisa de salir siempre jugando desde atrás en los saques de meta. Eso generó que en los primeros minutos Belgrano tuviera varios acercamientos peligrosos, dos tiros de Farré y uno de Prediger que pasaron cerca o encontraron a un firme Conde. Nacional no encontraba la pelota y Belgrano lo complicaba con Óbolo de pivot y los desbordes por la derecha de Etevenaux, que complicaron a Espino.

Cuando el impulso de Belgrano comenzó a bajar, en un contragolpe propiciado por un error en la salida de Belgrano hubo desborde de Ramírez, centro al medio y el Piojo Bárbaro la empujó. Después del gol, Nacional tuvo unos minutos de dominio, pero Belgrano, con poco fútbol pero con mucha fuerza y empuje, lo empezó a arrinconar. Finalmente, casi en la hora, una distracción inentendible a partir de un obol, centro al medio de Márquez y gol de Óbolo. A mi lado, una señora que amamantaba a su hijo me dijo que el Cuqui Márquez jugó para que Bieler no le saque el lugar. Es verdad, le dije yo.

Uno podría pensar que este giro del partido habría tranquilizado a los hinchas de ambos equipos, que desde hacía rato se venían peleando y tirando cosas, pero no fue así. El empate enardeció tanto a cordobeses como a los de Nacional. Por suerte, el partido terminó casi enseguida y todo el mundo se olvidó del quilombo. Es cierto: cuando se fueron los hinchas de Nacional, escoltados por la Policía y directo al bondi que los esperaba afuera, hubo puteadas y se tiraron cosas, pero nada grave.

Entonces después

La gente se fue yendo no sin antes pegarle una última ojeada al Gigante de Alberdi, que ya no será igual. En las escaleras los hinchas iban contando historias acontecidas en ese estadio, proezas y fracasos, alegrías y tristezas, que seguramente, con el tiempo, mutarán y se transformarán de acuerdo al carácter del narrador de turno.

Inexplicablemente, los fuegos artificiales llegaron como a los 15 minutos de terminado el partido, cuando ya había más gente en la calle que en el estadio. Aun así, en la calle Arturo Orgaz, entre los innumerables puestos de chori y de camisetas, la gente se daba vuelta para apreciarlos. El relampagueo contrastaba con la penumbra de esa calle y alumbraba los choris en la parrilla.

Nos fuimos caminando en procesión, mientras los fuegos artificiales seguían sonando, como si siguieran rememorando las innumerables tardes de pasión en el Gigante.

Ya por la calle Colón iba pensando la nota y mi debut en el periodismo deportivo. El lunes saldría mi nombre firmando una crónica en la sección Deportes. Muchos, incluido yo, nos sorprenderíamos con encontrarme allí. Menos uno, que supo desde el primer momento que ese pibe que escribía textos apasionados escuchando el partido por la radio era un periodista deportivo. Su hijo periodista deportivo.