Pensé que ya había hecho el duelo. Cuando el 10 de diciembre, día de la asunción de Mauricio Macri, llegaron cuatro desconocidos a la redacción de Infojus Noticias (la Agencia Nacional de Noticias Jurídicas del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos), exigieron las claves de acceso al administrador y a las redes sociales, sacaron de su escritorio al director, a la subdirectora y al jefe de redacción y pidieron bajar de la página dos notas (una del último discurso de Cristina Kirchner, otra sobre delitos económicos en la dictadura), yo estaba vomitando en mi casa. Mientras Macri leía torpemente el discurso en el Congreso, yo iba y venía del baño con la tele prendida. Mientras el nuevo presidente bailaba Gilda en el balcón de la Casa Rosada, yo seguía haciendo arcadas. Mi literalidad puede ser pasmosa.

Esa noche, la entonces subdirectora de Infojus, María Eugenia Ludueña, me mandó un mail contándome las escenas. Que querían una foto más linda de Macri, que se les habían parado atrás señalando la pantalla y diciendo “bajá esto”. Era desgarrador. Sabíamos que el proyecto periodístico que arrancamos en marzo de 2013 bajo la dirección de Cristian Alarcón estaba en las antípodas del macrismo (por nuestra agenda, por nuestro posicionamiento frente a “la familia judicial”, por nuestra forma de hacer periodismo poniendo el foco en las víctimas). Pero no sabíamos que la cosa iba a ser tan salvaje.

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Teníamos la esperanza de que las autoridades de Pro, obsesionadas con la comunicación, que salieron a hablar de “pluralismo de voces” y “consenso”, por lo menos trataran de disimular. Bueno, lo intentaron un rato. Exactamente una semana. Cuando aterrizó la nueva y escurridiza directora, Sabrina Santopinto, le pedimos una reunión con toda la redacción. No quiso. Le volvimos a pedir. Estaba reunida -nunca conocí a una persona que tuviera tantas reuniones-. Le volvimos a pedir. Apareció.

-Quiero que se queden tranquilos. No vamos a despedir a nadie. El ministro [de Justicia y Derechos Humanos, Germán Garavano] valora mucho el trabajo que hacen acá y no sólo quiere mantener este medio sino ampliarlo. Queremos hacer un canal de televisión, una radio. Vamos a potenciar Infojus Noticias-, dijo.

Nosotros, veinte periodistas sentados en semicírculo, nos miramos desconfiados. ¿Radio? ¿Televisión? ¿Potenciar? ¿No será un poco mucho?

A fin de mes, esa misma persona que aseguró que se iban a mantener los puestos de trabajo le pidió la renuncia a toda la conducción. Luego los despidió.

-Lo siento de verdad, yo no quería esto, pero son órdenes de arriba -les dijo.

-Fui yo la que tomó la decisión de despedir a los jefes -nos dijo un mes después a la segunda camada de periodistas despedidos.

El lunes 25 de enero nos desayunamos con que algunas contraseñas estaban deshabilitadas de las computadoras. Yo me enteré por los compañeros que cubrían el turno de la primera mañana. Me mandaron un mensajito.

-Me acaban de rajar -le dije a mi novio, y salí pitando a la redacción.

No tenía dudas. No estaba en shock. Ni siquiera sorprendida.

El modus operandi de echar gente bloqueando las contraseñas (sin notificación legal, sin nadie que diera la cara) ya era moneda corriente en algunas dependencias del Estado, donde van 26.000 despidos. Era cuestión de días. A esa altura, la agencia estaba prácticamente parada, Santopinto había eludido cada uno de mis pedidos de reunión (yo era responsable de un área, necesitaba hablar con ella) y tenía solamente un interlocutor, a quien también terminó echando. Ese lunes, la flamante directora tampoco contestó el teléfono. Tenía reuniones. Mandó a otra funcionaria a leernos una lista con nombres.

-Los que estén en la lista tienen que presentarse en Coordinación.

Y ahí fuimos los nombres. A una oficina oscura de edificio oscuro del centro, donde, uno por uno, nos fueron llamando y mostrando telegramas de despedido que nunca habían llegado. El mío tenía fecha del 13 de enero, día que me reintegré de las vacaciones. Ahora entiendo por qué Santopinto no me respondía los mails. Yo era un fantasma. Estuvimos yendo a trabajar durante dos semanas sin saber que nos habían despedido.

-Lo siento mucho. Sinceramente no sabía nada de sus despidos. Estas órdenes vienen de arriba -nos dijo esa tarde en una reunión que tuvimos que forzar.

La nueva directora de Infojus Noticias nos decía, sin que se le moviera un músculo, que no sabía que iban a despedir a diez periodistas de Infojus Noticias.

Pero, insisto, no estaba sorprendida, y eso palió la angustia. Con la decapitación de diciembre ya había empezado el duelo. Pero diez días después pasó lo inimaginable.

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Nos borraron. Miles de notas de juicios por crímenes de lesa humanidad, coberturas de los juicios más importantes del país, investigaciones sobre corrupción, seguimiento de cientos de casos de violencia de género y violencia institucional, la primicia sobre la restitución del nieto de Estela de Carlotto, los especiales que llevaron meses de investigación y producción, nuestras horas culo, nuestros errores, entusiasmo y discusiones desaparecieron porque alguien apretó delete. De casi 20.000 notas publicadas, sólo queda 10%.

Borraron tres años de trabajo, a los protagonistas de nuestras notas y a un archivo público necesario y consultado por miles de personas, cuya información sirvió también como material probatorio en varios procesos judiciales.

“Algunos artículos pueden no estar disponibles, pero no han sido borrados”, dijo el ministro Garavano luego de que el tema alcanzara una repercusión mediática impresionante, con repudio de organizaciones de derechos humanos y juristas especializados en libertad de expresión.

Y ahí sí. Me subió todo de golpe. La bilis de diciembre, la prepotencia de la invasión, la rabia de la hipocresía, el dolor de la desaparición. Y la certeza de que esto forma parte de una aniquilación mayor.

Ya empezó una operación titánica de rescate gracias a cientos de lectores que están subiendo algunas notas. Y ojalá el trabajo desaparecido vuelva a la vida de forma oficial.

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Nosotros tuvimos el raro privilegio de formar parte de un medio del que siempre vamos a estar orgullosos. Eso no se borra.