Iba a comenzar con una imagen que tengo prendida en la retina hace días, pero a veces ciertos ruidos interfieren cualquier foto nítida. Escribo sentado bajo un techo digno, puedo prender un ventilador, tomar mate, pensar y repensar mis palabras, mientras que detrás de ese ruido molesto, insoportable, que interceptó a mi imagen primaria, ese ruido de perforadora de veredas, pavimento y mentes, hay otro hombre que también trabaja pero sin ventilador ni mate ni más descanso o alejamiento de esa máquina odiosa que los 45 minutos pautados para comer, tirado en la vereda y procurando una sombrita de árbol frondoso, de gentil recodo.
No voy a enfrentar o poner en disputa al trabajo manual con el intelectual, porque los que han abonado esa dicotomía toda la vida, y más en los últimos años en Uruguay, bastante mal les han hecho a todos los trabajadores y al entendimiento mutuo. Ni viru viru ni trabajo de burro. Pero lo que sí es cierto y no admite discusión alguna es la presencia del sol en algunos mediodías de 40 grados (a menos que queramos tapar el sol con un dedo, claro).
Es probable que el obrero de perforadora ni loco sueñe con sentarse durante ocho horas diarias (o más) a escribir o pensar, a estar entre libros, así como este señor no puede soportar la idea de manipular la perforadora bajo el sol que parece que le va a derretir el casco amarillo.
El obrero de perforadora o el de obra, que, por suerte, cuando está bajo la legalidad, cobra infinitamente mejor que hace una década, es protegido por su sindicato, pasó de cargar bolsas de 50 kilos de pórtland a otras de 25 kilos como máximo. Para mí, cargar por cuatro cuadras el bidón de cinco litros de agua (malditos contaminadores y contaminantes de aquellas nuestras aguas) me dan la prueba de mi flojera: termino con las manos cuarteadas y siento que mi lomo sufrió un sacrificio. O sea que lo relativo existe; la experiencia vital, también, y los puntos de vista, ni hablar.
No es condescendencia ni piedad lo que siento cuando veo a un obrero o a decenas, con el lomo agachado, recomponiendo calles o levantando edificios, cavando pozos, exponiendo sus cuerpos al infierno de los 40 grados en verano o a los bajo cero en invierno (a mí que tanto me gustan los fríos), sino más bien un respeto mayúsculo por quienes construyen los lugares que pisamos y habitamos. Tampoco esto es un panegírico de la vida obrera, porque se sabe que ser obrero es tener patrón y una vida no siempre elegida, y que algunos, más allá de la solidaridad de clase, también son grandes reproductores, por ejemplo, de la no solidaridad, del machismo, de mucho discurso antiprogre. No hay bloque, como en botica.
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Me cuenta un amigo que es casi arquitecto y que trabaja en una obra (en las oficinas de la obra) de cierta culpa que a veces lo invade: él con aire acondicionado y hasta robándole horas a su trabajo para escribir sobre diletaciones del amor, sufrimientos del alma o viajes por el mundo, mientras que a los obreros les suda el cuerpo durante horas. Es cierto, también, que la mayoría (siempre hay una excepción, en todos los rubros: empresas o empresarios que vomitan sobre las leyes) ya no debe cargar en sus espaldas bolsas de 50 kilos, están amparados por la Ley de Responsabilidad Penal del Empleador y cobran unos 30.000 pesos por mes en la mano. Para el Uruguay de sueldo mínimo de unos 8.500 pesos no está mal, pero tampoco es para tirar cañitas y que se callen porque ganan mejor que sus compañeros supermercadistas, del comercio y otros tantos y miles que, sin vuelta retórica alguna, son explotados de forma impune y con la más pura mala leche del capitalismo. No pido un “capitalismo con cara humana”; qué bobada: el gen del sistema es explotar y cuanto más y más perversamente, más parecido a lo que soñó de sí mismo. Pero la perversidad podría ser hasta inteligente: circula en muchos ámbitos la idea de 15.000 pesos de sueldo mínimo y los grandes empresarios o las grandes empresas se niegan como si fueran a perder fortunas. Pero la avaricia no conoce siquiera de inteligencia maldita. Lo devora todo, lo maltrata todo, se caga en todo.
También me dice mi amigo casi arquitecto que un docente grado 1 de la Universidad de la República, por ocho horas al día, cobra alrededor de 20.000 pesos por mes. Otra persona que si bien no se rompió el lomo seguramente se estrujó el cerebro (siempre hay excepciones) para ese puesto. Y que 20.000 pesos por mes también es un chiste, aunque hace algunos años, antes del progresismo y al igual que en el caso de los obreros, cobraban como empleados de Ta-Ta, una miseria.
El asunto está, además de en lo poco o mucho que nos paguen, en los bolsillos hinchados e intocados de la mayoría de los capitalistas (también auspiciados por el progresismo).
No alcanza con llevar los convenios de la Organización Internacional del Trabajo bajo el brazo y repetir cual mantra la Constitución nacional para crear las condiciones hacia una vida mejor. Un gran concepto del derecho: cuando la ley no coincide con la realidad, es letra muerta.
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Recuerdo ahora a mi muchacho que ingresó a la Facultad de Derecho y entre la politización de mi vida, las leyes internacionales, los derechos y la igualdad, bufaba contra mi padre porque no defendía sus derechos cuando manejaba un camión de domingo a domingo y libraba sólo cuando a los patrones se les antojaba. Eso fue hace mucho tiempo, pero creo que en muchos ámbitos la realidad no ha cambiado. Pero nada es puro y el orgullo de clase no es tan claro para mí. Hace tiempo que estoy escribiendo un texto (literario, no literal) sobre ser hijo de padres obreros y lo que algunos (no generalizo) pueden o podemos sentir. Copio un pasaje para manifestar una idea incómoda, sobre todo para mí:
“Era un hijo de obreros pobres, un muchacho que intentaba disfrazar su clase o que deseaba más que nada en el mundo salirse de ella, olvidarla, nunca haber nacido en esa familia ni tener esos padres que me mandaban a trabajar porque nosotros, mijito, tenemos que ganarnos el pan y además el sacrificio y pobre pero limpio y tragar el polvo del padre explotado y la madre que limpia el wáter de la casa del compañero de liceo. Quizás ahí [...] esté el germen de mi disentimiento con todas las teorías del orgullo. Qué orgullo el padre explotado, la madre limpia mierda ajena.
Entonces creí en algo o más bien trataba de reconvertir la vergüenza. Me soñaba un abogado que defendía a los trabajadores, aunque más exactamente quería defender a mi padre, resarcirlo de la ignominia. Mi padre era la carne, el hueso y el destino de todas las bibliotecas marxistas. Yo lo instaba, a él, a un obrero que sólo quería ganarse el alimento, a reclamar, a rebelarse, a exigir [...]. Mi padre trabajaba y volvía a trabajar, pagaba las cuentas, compraba en cuotas, nos daba de comer, temía perder el trabajo cada día, me miraba con esos ojos verdes transparentes que me daban la razón pero manifestaban lo imposible para él, y esperaba algún día ganarse la lotería [...]. Qué puño en alto, qué día de los trabajadores, qué conciencia si la necesidad se pega al cuerpo y lo encorva, quita el sueño, entristece la mirada, no permite pensarse más allá de un overol y las manos sucias, de cuentas impagas, de frituras y vinos que producen úlceras. Esa pertenencia impuesta y el destino de ese nosotros”.
En fin, todo el dolor del cuerpo asalariado (el de mis padres, el del obrero que sigue manipulando la perforadora, el del empleado de un capitalista inmundo) y el dolor de cabeza y del alma al escribir estas líneas que me atraviesan las venas. La pregunta esencial y que debemos repetir como penitencia escolar pero para revertir algo de la realidad, creo, es quién carajo vive con 8.500 o 15.000 pesos. Y otra pregunta que parece demodée o hasta quizá sesentista: ¿por qué el obrero y el intelectual no deberían ganar lo mismo? Aunque las realidades muchas veces se asemejan y unen a esos dos estadios supuestamente alejados: quién nos salva del circo progresista del festejo por los compañeros de manos ajadas o columnas destruidas (saquemos del medio a los obreros de sindicatos fuertes) y cerebros pensantes a los que se dice que se respeta mientras se sabe que las chirolas son para todos su verdadero fin de mes.