La cosa es simple: para empezar, en la izquierda latinoamericana hay gobiernos populistas y otros que no lo son. ¿Cuáles entran en cada categoría? Ah, eso es cuestión del gusto de cada uno. Pero además, dentro de cada partido o coalición, hay sectores más populistas y otros menos. Dentro de cada fragmento de cada subdivisión de cada sector de cada partido o coalición, también. Para peor, los integrantes individuales de las subsubsubfracciones oscilan cuánticamente entre un socialismo más o menos clásico, un populismo que toma ciertas medidas que favorecen a los desposeídos, y un capitalismo lo más benigno posible, que corrige parcialmente algunos de los excesos del capitalismo ortodoxo. En cuanto a la explicación del ascenso y caída de los gobiernos de izquierda, nada podría ser más simple: por un lado, está la ya clásica explicación (que circula incluso por internet bajo forma de viñeta) según la cual asciende un gobierno de izquierda, la clase media mejora sus condiciones de vida, tras lo cual olvida por qué mejoraron esas condiciones y se vuelve contra la clase baja, que “vive de los impuestos que le sacan a la gente que trabaja”; entonces vota a la derecha y se vuelve a hundir y años después apoya a un gobierno de izquierda que promete sacarla del pozo. Sería una cuestión un poco circular, aunque no ha pasado tiempo suficiente para comparar cada vuelta del círculo con otras. Pero además, está la derecha, dueña de los medios de prensa de derecha (obviamente) que tergiversan la realidad y convencen a la gente de que vivimos en un caos, donde reinan la violencia, el vicio y la droga. Los narcotraficantes se han adueñado del país, probablemente amparados por la regulación de la marihuana y, si pensamos bien, la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario. Entonces surgen las leyes de prensa, que son mostradas como manotazos de ahogado de los populismos totalitarios para perpetuarse en el poder y seguir expoliando a la gente honrada con impuestos cuyo destino no es otro que la adquisición de costosas mansiones con guardia privada y parques donde habitan animales exóticos, los más salvajes de los cuales son utilizados para deshacerse de los enemigos en ceremonias de dudoso nivel moral. Y está la izquierda que no llegó al poder, según la cual estamos entregando todo a manos de multinacionales transgénicamente extractivas que se retirarán apenas baje la rentabilidad, dejándonos un desierto sin vida y lleno de cráteres (ahora que pienso, probablemente eso sea lo que sucedió, en un pasado remoto, en los demás astros rocosos del Sistema Solar). Pero esto no es todo: está el tema de que el ascenso al poder genera corrupción. Ya en el primer período de gobierno aparecen casos de desprolijidades administrativas que son castigadas de forma ejemplarizante por las propias autoridades. Para el segundo período dichas desprolijidades alcanzan montos cientos o miles de veces millonarios en dólares, y comienzan a ser atribuidos a maniobras de la derecha; circulan rumores sobre enriquecimientos indebidos de cuadros medios y altos, y lo peor: algunos de dichos cuadros les empiezan a agarrar el gustito a los autos deportivos y las bonitas casas en balnearios, así como, en casos extremos, a los enredos farandulescos. Los sólidos cimientos populares en que se basó el crecimiento de los partidos hoy en el gobierno empiezan a desplazarse, huyendo hacia cualquier lado, y el edificio se desmorona. Mientras se produce el derrumbe, se escuchan alaridos desesperados de aquellos que, en la caída, acusan a los cimientos fugitivos de hacerle el juego a la derecha, de no arreglar las cosas desde adentro, de no comprometerse y de pretender hacer la revolución por Facebook. Como se ve, es muy simple. Porque además, están los vaivenes de la economía mundial, que hacen que los salarios no suban tanto como antes, o incluso bajen, y la derecha y sus medios digan que toda la bonanza fue un bluff provocado por el viento de popa, y que el calamitoso desastre en que nos encontramos (en el que salir a la calle sin que te roben o te maten es poco menos que un milagro) es la realidad palpable a la que nos llevó esa manga de irresponsables soñadores que asumieron el poder de una forma dudosamente legítima, ya que basaron su prestigio, y, por lo tanto, los votos, en la mentira. Y aunque se acepte que dicho ascenso haya sido más o menos legítimo, su permanencia, sin duda, no lo es, ya que se basan en el amordazamiento de la prensa opositora mediante leyes totalitarias inspiradas en Cuba y la ex Unión Soviética.

Finalmente, se produce la natural alternancia de partidos en el poder. Vuelve la derecha y las clases media y baja se desmoronan, sorprendidas, hacia la pobreza. Se salvan aquellos que durante el gobierno popular les habían agarrado el gustito a los autos lujosos, las casas con cerca eléctrica y los viajes a Miami, habiéndose llegado incluso a convencer de que todo eso lo habían obtenido merced a su talento y sacrificio. Ellos y sus hijos (que hablan perfecto inglés y ostentan títulos de universidades extranjeras) consiguen empleos en empresas transnacionales -que saben que algún día volverán a tenerlos de interlocutores-, así como en dependencias de la ONU o similares.

Nada más claro. No sé por qué se discute tanto.