Soy un desastre. No creo en nada por fuera de la razón, aunque no sé si por fuera de la fe, y ahí se me entrevera un poco la cosa. Nací y a la vuelta de la esquina me anotaron en el cuadro de los cristianos, sin mi consentimiento y encima incomodándome con agua fría, haciendo fiesta y repartiendo papelitos a costillas mías. Después, de escolar, tuve una secreta época pagana en la que adoraba a una linternita, a la que oraba junto a la autoridad “Por favor, dios y lamparita” -el dios está en minúscula justamente por esa razón-, pero después, unos años más tarde, confirmé mi retorno a la grey de Jesús al recibir la primera comunión, otra vez con fiesta y estampita. Primera y última confesión -Padre Lopepe, San Ignacio de Loyola-, que me dejó el recuerdo del descreído de Tomás.

De ahí en adelante, he creído en gente, en razones, en emociones y hasta en algunas cosas medio mágicas, más atribuibles al realismo mágico que a lo extrasensorial, que acomodo en el pretil en el que hago equilibrio entre el ateísmo y el agnosticismo.

Sin necesidad de bautismos, abluciones, ayunos u orientaciones a La Meca, he realizado muchas profesiones de fe, y sin duda unas cuantas de ellas han tenido que ver con el deporte, con la organización, con el conocimiento, con el liderazgo y con la razón. Más de una vez a lo largo de mi carrera periodística, como analista, como crítico, como especialista, he hecho mi profesión de fe en Óscar Washington Tabárez.

Epifanía

Al maestro lo conocí cuando yo estaba en cuarto de escuela. No, no lo conocí de alumno. Fue un sábado de 1972, el día que conocí el Parque Viera. Muy tempranamente yo ya había tenido encandilamientos y enamoramientos con cuadros que no se llamaban ni Nacional ni Peñarol, y sacrificaba los sábados de mi padre recorriendo las canchas donde jugaba Sportivo Italiano El Tanque. Ese año Wanderers, que estaba en la B y había decidido jugar en Las Piedras, jugó contra mi equipo gitano de visitante en su Viera. El verdinegro de Juan Nichele y Tabárez le ganó al bohemio del Loco Ortiz, con su oxigenado pelo largo y sus bermudas de vaquero Far West cortadas a tijera, y sé que ese atardecer fui iluminado por las musas de la pelota y jugué como nunca más lo pude hacer en aquella cancha urbana y en curva que tenía un arco en Capitán Videla, desde el frondoso árbol hasta el muro de los Benítez, y el otro en Francisco Llambí, desde la casa de los Santibiago hasta donde había otro bonito arbolito. Fue mi epifanía futbolera mucho antes de que entrara a un vestuario.

Fue hace un tiempo ya, cuando me estaba entrevistando con Tabárez para aquel libro que aún no escribí, que coincidimos en su recuerdo de El Tanque -porque yo le recordé que un cuarto de siglo atrás, él se reía de que cuando jugaba en los verdinegros haciendo zaga junto a Nil Chagas los compañeros les llamaban “100 años de fútbol”, como una preciosa colección de la época-, y entonces le pregunté por aquel sábado, aquel inolvidable partido para él en la cancha y para mí en la vereda. Y entonces se te cruza el bocho, se te tuerce el agnosticismo y te entrevera, porque hay que creer o reventar; yo ubico sin la menor duda el día en que fui lo que siempre quise ser con un ignoto partido de la B donde se afirmaba, como podía, el tipo que desde hace unos años pasó a ser uno mis dioses paganos y racionalistas.

Haciéndose el futuro

En aquellas charlas supe e imaginé aquella noche de verano en la que, sentado en el escalón de su casa en el Cerro, escuchó en aquella incipiente Hora 25 a Pepe Etchegoyen contar que organizaría las divisiones de juveniles; él armó esa madrugada un proyecto que unió con clips en una carpeta de elástico verde, y allá salió a la otra mañana, primero para saber dónde vivía Etchegoyen y después para tratar de ubicarlo y decirle que tenía esas ideas y esas ganas de trabajar.

Con Jean-Paul Sartre como defensor por la izquierda, Tabárez comprendió en los tempranos 60 que su vida estaba condenada a ser libre, responsable sin excusas; que es un proyecto que debe hacerse, que no sería otra cosa que lo que él hiciera con ella, y así, dándole de punta y a la calle, sacó para siempre el determinismo y trazó su propio camino.

Primero fue futbolista y padre, después maestro, técnico, abuelo y crack.

Cuando todo era nada, era nada el principio

Hace diez años volvimos a cruzar caminos con el maestro. Lindo aquel mojón para volver a arrancar. Cuando en la diaria ya entrenábamos duro para salir a dar todo para más de 1.000 hinchas-suscriptores, que estaban pagando por adelantado para seguir a un equipo al que nunca habían visto, colocaron el cartelito a la vera de nuestro camino: Tabárez. Un 8 de marzo llegó de nuevo a la Asociación Uruguaya de Fútbol, otra vez con unas hojas de cuaderno Mis Trabajos, garabateadas como ayuda memoria de aquel proyecto -concepto tan cercano a Sartre- que unos días más tarde se transformaría en el Proceso de Institucionalización de las Selecciones Nacionales.

Nuestro proyecto, el de la diaria, el de Deporte, el de Fotografía, también condenado a ser libre, a hacerse a sí mismo, a caminarse por caminos nuevos que ya estaban pero nunca estuvieron, le apuntó derecho, y el 16 de marzo, apenas cuatro días antes de que la diaria viese la luz, apenas cinco días antes de que Tabárez se vistiera con aquel viejo equipo Uhlsport que había quedado de otro tiempo y saliera a la cancha con su proyecto, llegamos hasta él con la idea de lo trascendente.

Hace diez años ya lo entrevistamos para el primer número de la diaria, en aquella nota que vio luz el 20 de marzo de aquel año y que titulamos “Tabárez en futuro perfecto / Hoy es 20 de marzo de 2016”.

Sí, estábamos jugando a construirnos, estábamos haciendo ese proyecto y le propusimos a nuestro técnico que a través de la bruma de la vida, de los obstáculos de la maleza cotidiana, de los pozos y de las montañas que no mueven la fe, viera en qué estaría la selección hoy, y Tabárez, diez años atrás, imaginaba así a este hoy: “Yo lo imagino con la misma dependencia económica de los centros organizados más poderosos económicamente que están en Europa, pero también me lo imagino porque confío en que lo que intentamos pueda tener éxito no sólo en el lapso que me toque actuar a mí, sino para el que venga, con una adaptación más racional para este estado de situación, haciendo algo para, por lo menos, compensar efectos de esa dependencia. Creo que además es lo que se hace en otros lados, y les ha dado resultado. Hay que tener la humildad suficiente como para aceptar que no hemos hecho las cosas de manera programada, secuenciada, y que ha habido grandes cambios sociales en estas dos o tres últimas décadas. Las sociedades urbanas son diferentes, el ocio que tienen o el tiempo de ocio de los niños es menor cuando tienen obligaciones, y los que tienen más tiempo quizá no lo dediquen al fútbol o a los deportes y sí a cosas que no son formativas. Antes, desde tres o cuatro décadas atrás, se podía dar naturalmente la formación de futbolistas, pero en este estado de cosas tiene que ser planificada, programada y secuenciada. Estoy convencido de eso, y nosotros ahora comenzamos como un modesto aporte y tratamos de ser ambiciosos pero no utópicos. Creo que, en la medida en que las cosas que proponemos se vayan afirmando, tenemos que intensificar estos aspectos de trabajar a largo plazo, tener visiones mediatas de las cosas, organizadamente, y, yendo al tema de la política en general, abandonar la chacrita y hacer verdaderas políticas de Estado. Ésa es la idea”.

Una clase magistral

Apenas unos días después, cuando aquellas hojas eran prolijos carpetines y el maestro estaba sin túnica pero de traje y corbata, en la diaria volvimos a quedar en el túnel del tiempo y dimos noticia de su presentación oficial y protocolar con una nota que decía: “Proyectando el futuro del fútbol uruguayo”:

_En un país donde hace 100 años el rector de la Universidad tomó firme posición a favor de ese novel deporte en que un montón de muchachos, copiando a los gringos que bajaban de los barcos, corrían atrás de una pelota, no debería llamar la atención que la academia, la organización, la racionalidad, el sistema, la creación y la recreación, tomen forma de estructura futbolística. Sin embargo, llama la atención, sorprende, congratula, estimula y permite retomar viejos sueños la aparición de un tan simple como complejo proyecto de desarrollo del fútbol a través de la selección nacional.

El maestro Óscar Washington Tabárez, autor del citado proyecto, lo dio a conocer públicamente ayer en la AUF, haciendo oficial un compendio de ideas y acciones que venía manejando desde su reasunción como entrenador principal de las selecciones nacionales en marzo de este año. Si bien muchos de los tópicos ya habían sido esbozados y en algunos casos plenamente ejecutados, la presentación y exposición analítica del proceso de “Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas” dio lugar a la idea de que estamos ante algo muy grande y serio que ha sido presentado en el momento oportuno, y que además del inocultable liderazgo positivo de Tabárez, que felizmente aparece como inconmovible, deberá contar con un amplio, serio y responsable respaldo para desarrollarlo._

La epopeya sin destino Y entonces claro que creo en algo; creo en el trabajo, creo en la razón, creo en la creación y creo en la fe de ser un hombre condenado a vivir la libertad de nuestros sueños.

El primer Deportivo Sentimiento salió a la luz antes del Mundial de Sudáfrica, y en su camiseta de ese día decía: “La diferencia entre recuerdo, festejo y proyección radica en que se sabe, o debería saberse, que no alcanza con ponerse una camiseta celeste, cargada con glorias pasadas, para ganar nada. Es más, nunca hubo victorias por la rica herencia futbolística y sí maravillosas epopeyas futbolísticas, fruto de muy buenos desarrollos técnicos e inclaudicable esfuerzo”.

Es así, y todos deberíamos saberlo para seguir expectantes la evolución de esta selección, trabajada, racionalizada y casi optimizada en cuanto a rendimientos de un pequeño país con grandes logros pero muy pequeñas posibilidades, debido a las enormes diferencias que marca la geopolítica del fútbol.

Y sí, creo.