Fue feo de ver. Era la última posibilidad de seguir soñando y, un poco por la postura inducida por Jorge da Silva en su equipo, otro poco por la coyuntura de quedar prematuramente con diez y otro mucho por la superioridad manifiesta que tuvo Huracán en la segunda parte, Peñarol quedó eliminado de la Libertadores a una fecha de la finalización de su serie. Sólo proyectando algunas situaciones que no se dieron y sin poder apartarse de lo teórico, las más de las veces tan distante de lo práctico, quedó ahí picando la posibilidad de que pudo ser.

En la segunda parte a Peñarol lo mataron a pelotazos y sólo el arquero Gastón Guruceaga permitió llegar al minuto final con posibilidades.

El final fue pocas veces visto, con dos goles consecutivos anulados, uno para cada lado, cuando ya estaban siendo largamente festejados, y los jugadores de ambos equipos rodearon a la terna arbitral y la cargaron cuando ya todo había terminado.

La primera y la última vez que el globo y los carboneros se habían enfrentado en el Tomás Duco, el estadio estaba casi como ahora; las tribunas estaban menos nutridas, a pesar de que había unos cuantos uruguayos exiliados por la dictadura, cuando aún en Argentina no habían vuelto los milicos y los equipos estaban en una situación absolutamente distinta de la de hoy. El Huracán de César Luis Menotti venía de ser uno de los más impactantes campeones de Argentina, y Peñarol intentaba crecer con un ascendente Fernando Morena.

Aquel partido en blanco y negro, tanto para uruguayos como para argentinos, en semifinales había terminado 3-0 para los carboneros, y con ese resultado se había estirado la ilusión hasta la última fecha de aquel triangular semifinal. Después no podría con Independiente, pero aquel paso lo había dado.

Anoche, no.

Peñarol tuvo un cuarto de hora interesante en cuanto a la neutralización posible de los jugadores determinantes de Huracán, pero mejor que eso, porque se pudo soltar dos o tres veces por las bandas buscando los lugares ciegos de la última línea defensiva argentina, y entonces logró preocupar a la defensa del globito. Pudo el elenco del timorato Da Silva llegar a posiciones de gol, y sólo por una extraña descoordinación de Diego Forlán y un par de pobres y extrañísimas resoluciones de Miguel Murillo no abrió el marcador. Hasta ahí estaba lindo para ilusionarse con un partido con predominio visitante, pero, promediando la primera parte, una extemporánea y grotesca entrada de Nahitan Nández sobre Mauro Bogado en la mitad de la cancha cambió el partido, los planes y el futuro. Hubo roja para el joven fernandino, el medio juego de Peñarol se vio enormemente resentido y llegó la discutible decisión de Da Silva de hacer que en ese momento también se terminara el partido para el zurdo Nicolás Albarracín, que había tenido muy buenos minutos abierto por la izquierda haciendo valer su juego y el ala con Diogo Silvestre. Da Silva, a pesar de que a Peñarol sólo le servía la victoria, eligió cambiar el cuerito de la canilla del medio pero quedarse sin puntero para regar ilusiones, y colocó al argentino Tomás Costa. Se quedó con una decena de jugadores con poca explosión, salvo la velocidad del belenense Cristian Palacios.

Peñarol se fue apagando y Huracán lo fue atontando con ataques consecutivos, salvadas legales y de las otras de Marcel Novick que perpetuaron con el angustioso empate.

Si en el entretiempo Da Silva hubiera llamado al 0900 20nosécuánto, Anaclara, después de sugerirle que no me cruces nada, le diría: “Jorge, esto está feo: ¿no querés preguntar otra cosa?”.

Es que la situación en la que llegó al partido, la determinación de afrontarlo así y las modificaciones sobre la marcha hacían prever que todo sería muy, pero muy complicado para los carboneros.

No pinchó el globo

Efectivamente estaba muy difícil para Peñarol resolver con uno menos.

Le quedaba la calidad de Forlán y alguna carrera de Palacios, además de contar con la mayor capacidad defensiva de la última línea, que era cada vez más asediada por los delanteros de Huracán. La extraña forma de encarar el juego del colombiano Murillo, con participaciones muy heterodoxas para nuestra matriz futbolista, no permitía avizorar que por ese lado pudiera llegar el milagro.

Huracán sitió a Peñarol dolorosamente por un extenso período de tiempo y Guruceaga renovó su carné de golero con mucho presente. El pobre Forlán, jugando de 8 y medio, se fue apagando, y ya no había nada, sólo Guruceaga sacando y sacando. “¿Por qué seguía teniendo minutos Murillo?” podría haber sido una pregunta para la del tarot. Cuando faltaban menos de 15 minutos para terminar las ilusiones carboneras y el tiempo se medía en salvadas de Guruceaga, el técnico carbonero concertó el ingreso del otro Novick (Hernán) y sacó del campo al mejor delantero mirasol, Palacios.

Después, qué importa ya el después, vinieron los goles anulados, los líos, las lágrimas, y el final de esta Libertadores para Peñarol. Una lástima. Al terminar la conferencia de prensa, Da Silva dijo que se iba tranquilo.