Patricio Urán tiene 34 años y jugó en Polancos de Nueva Palmira hasta los 15. Su carrera como entrenador comenzó en 2008 como ayudante en las divisiones formativas de ese club. Luego, desde 2010 empezó a escalar hasta llegar al primer equipo de Polancos. Ese trabajo le dio paso a su llegada a la selección de Nueva Palmira como ayudante técnico, en 2011. En octubre de 2014 dirigió su primera práctica como entrenador de la albiceleste y en mayo dirigirá sus últimos dos partidos ante Guaireña de Paraguay, por la Copa San Isidro de Curuguaty.
-¿Con qué soñabas cuando dirigiste por primera vez un entrenamiento, el 14 de octubre de 2014?
-Más o menos, sabía que me iban a ratificar en la selección. Había entregado el proyecto cuatro meses antes, y se ve que los dirigentes lo habían estudiado. La Liga Palmirense es especial. Los neutrales no toman decisiones tan profundas si los clubes no están de acuerdo, pero antes de que me confirmaran tenía todo planificado; me había reunido con el profe, en el proyecto habíamos dejado establecidos los días de entrenamiento y todos los detalles de la planificación. Después, cuando me ratificaron en el cargo, me llenó la felicidad de poder dirigir la selección que más me gusta, la de mi pueblo.
-Cuando llegaste a la dirección técnica presentaste un proyecto a tres años, y alguna vez has hablado del Maestro Óscar Tabárez y cómo te viste reflejado en su trabajo. ¿En qué consistía tu proyecto?
-El proyecto era de dos a tres años. Para que Palmira sea representante en un Nacional, primero se tiene que jugar un Departamental con Dolores, a partir del año pasado con Carmelo, y con la Liga del Centro. Muchas veces, eso es positivo y otras, negativo. Es positivo porque ya vas diagramando el equipo y usás esos partidos como preparación, pero es peligroso porque si perdés un par de partidos no clasificás. Si tenés la suerte de salir campeón del Departamental, llegás con cuatro partidos de rodaje. En el interior, y sobre todo en Palmira, los calendarios están muy apretados y todo el mundo labura; es una ciudad puerto, es medio complicado. Se juega el local, el Departamental, y a veces tenés que preparar la selección con diez jugadores y luego recibís a los demás, por lo que no tenés más de seis o siete entrenamientos. Decidimos tener una selección lo más integrada posible. Queríamos incluir jugadores de Liga del Centro, de Cañada Nieto -como es Anthony Castillo-, también de Carmelo, para que fuera una selección unificada, para poder lograr que la gente acompañara, que todos se sintieran parte, que levantáramos un teléfono y nos encontráramos con ayuda a 30, 40, 50 kilómetros. Eso se vio reflejado: en las caravanas que hicimos en Dolores y en Carmelo había seis o siete cuadras de autos detrás de nosotros. Sobre Tabárez, me he fijado en un montón de cosas que ha hecho, salvando las distancias, lógicamente. Es una persona a la que admiro mucho, porque si hay un tipo que ha logrado conjugar la parte humana, grupal y futbolística ha sido él.
-Mencionaste que parte importante del proyecto era ponerle atención al aspecto sociocultural de la zona. ¿Qué querían lograr?
-El deporte más importante es el fútbol, mediante el cual se pueden conseguir cosas que no logran otras actividades. En el fútbol del interior es complicado sentarse a hablar con los dirigentes, entregarles un proyecto de diez o 12 hojas. Muchas veces, les cuesta entender que lo que vamos a hacer es una inversión, no sólo en infraestructura y en elementos de trabajo, sino una inversión cultural o social. Lo primero que te pregunta el dirigente es: “¿Cuánto nos va a salir esto?”, en lugar de “¿Qué podemos llegar a ganar?”, “¿Qué podemos conseguir?”. Muchos jugadores quizá no han tenido la posibilidad de salir del pueblo; lo que nosotros pretendíamos era concentrar de locales y de visitantes, tener la posibilidad de que muchos jugadores pudieran compartir la posibilidad de un mate, de hablar de fútbol, les tocara jugar o no. Que pudieran viajar, conocer lugares, otras canchas, cumplir con ciertas normas de trabajo, porque creo que se juega como se vive.
-Te tocó compartir todo este tiempo con chiquilines más chicos que vos, algunos de tu edad y otros más grandes. ¿Cómo se dio tu relación con los más veteranos?
-A Carlos [Avelino] lo conozco desde hace siete u ocho años. Él tuvo la suerte de jugar muchos años en el fútbol profesional, en El Tanque Sisley y en Bella Vista, por lo que estaba acostumbrado a cierta metodología de trabajo, a respetar horarios de concentración, viajes, alimentación, lo que se llama el entrenamiento invisible. También era su sueño conseguir este campeonato. Con Néstor [Coscia] también tenemos una historia muy linda: yo lo conocí en 2014 y, sin duda, hoy me llevo más que un amigo. Es una de las gratas sorpresas que me dio el fútbol. La selección lo va a extrañar mucho, porque se entrega al 100%, es una persona de palabra, con códigos, un tipo que ama el fútbol, un capitán con todas las letras.
-¿Cómo vivís estos primeros días como campeón del Interior?
-Es raro, porque ya estoy de vuelta en Montevideo. Salgo de trabajar, son las siete de la tarde y me parece que me tengo que ir corriendo a entrenar. Me empiezan a aparecer recuerdos, el problema del carné cuando faltaban 15 días para empezar el campeonato y la OFI no me quería dar la habilitación. Trato de disfrutar esto, de recordar los momentos lindos -y los otros- que nos llevaron hasta acá.
-¿Llegaste a disfrutar del torneo?
-No. He sido toda la vida muy autocrítico, muy exigente conmigo mismo. A mis compañeros los veía sonreír constantemente, ser parte del grupo, en momentos de alegría, dormir tres o cuatro horas en el viaje. Yo intentaba copiar eso, pero no podía: en los viajes iba mirando por la ventana a la ida y a la vuelta; sentí un montón de presión y de miedo a fracasar. Eso lo quiero corregir, porque sentía que por no haber jugado nunca al fútbol tenía que demostrar todos los días.
-Marcás como el inicio de tu amorío con esta camiseta la final departamental con Nueva Helvecia, en 1990. Siempre destacaste que ser campeón con Nueva Palmira era un sueño, y lo lograste. ¿Cómo manejás eso ahora?
-Parece que fue ayer. Siempre lo recuerdo, porque los jugadores campeones de 1990 me hicieron sentir que todo era posible. Nunca imaginé que se iba a poder dar esto, pero a partir del campeonato que ganamos siento que hay un antes y un después en mi vida.
-Varias veces te referiste al sentido de pertenencia, a que la camiseta de Nueva Palmira tiene una mística especial, ya seas de Carmelo, Dolores, Cañada Nieto o Nueva Palmira. ¿Cómo se ha generado eso?
-Antes de los partidos importantes usamos los videos de aquella selección de 1990. Yo quería mostrarles a los jugadores cómo fue aquella campaña, cómo se llenaba la cancha de Peñarol, y lo que ellos estaban generando ahora, a base de entrega, de sacrificio, de no dar una pelota por perdida. Esas características, con esta camiseta, no se negocian nunca. Ellos lograron una comunión con la gente que recordaba aquello de 1990.
-¿Superaste el miedo a fracasar?
-Me va a costar mucho superarlo. Me parece que es lo que me impide confiarme y me obliga a respetar más a los rivales. Pero no me preocupa tanto, lo que más me preocupa es tener la posibilidad de disfrutar un poco más: poder dormir la noche previa al partido, poder mirar una película y no desconcentrarme a los 15 minutos, poder leer seis o siete páginas consecutivas de Cortázar sin que se me vaya la cabeza.
-¿Cómo se logra eso?
-Escuchando y tratando de seguir otros ejemplos. Leí declaraciones de entrenadores que cuentan que tienen una hora libre diaria para su cabeza y tratan de aprovecharla. En mi caso, sí o sí, tengo que mejorar en ese aspecto, porque además no vivo del fútbol, tengo otras responsabilidades y quiero cumplirlas bien. Esto es fútbol amateur; con más razón debería disfrutarlo.
-¿Qué balance hacés de la Copa Nacional de Selecciones?
-Una vez que pasamos la serie, fue positiva. Tuvimos la suerte de clasificar una fecha antes; era la serie más difícil de todo el Nacional. Éramos cinco selecciones, de las cuales clasificábamos dos; tres eran capitales y la otra era Young, que ha crecido mucho. Hicimos muchos puntos, pasamos primeros. Pero lo más positivo fue cuando empezamos a darnos cuenta de que habíamos cumplido una parte del proyecto: tratar de jugar de igual a igual con cualquier selección y en cualquier cancha. Perdimos sólo tres partidos de 20 que jugamos, y en canchas súper complicadas. No perdimos en Mercedes, no perdimos en Paysandú, no perdimos en Young, ganamos en Artigas y en Maldonado. Pero lo más es importante es cómo ganamos y cómo perdemos.
-La final con Durazno fue uno de tus últimos partidos como entrenador de Nueva Palmira. ¿Por qué te vas de la selección un año antes de lo proyectado?
-Me voy porque ya les di a los jugadores y a mis compañeros del cuerpo técnico todo lo que tenía para dar. Estos dos años fueron desgastantes en lo físico y en lo mental; ahora tengo la necesidad de mirar un poco desde afuera, de seguir capacitándome. Estoy haciendo un curso de gerencia deportiva. Quiero sumar conocimientos e ideas. Quiero volver, o ir a otro lugar, con ideas renovadoras. El camino está marcado. A mí me parece que es un tema de pasión: si uno hace las cosas con pasión, se minimizan muchas cosas extrafutbolísticas.
-Contaste que el último entrenamiento previo a la final fue el más emocionante. ¿Qué pasó esa noche?
-Fue el mejor de los 70 entrenamientos que hicimos, que fue un disparate para el fútbol del interior. Hablé poco y les di la palabra a los jugadores. Y la charla del lunes, después de la primera final, fue genial. Fue emocionante. Nosotros tenemos a José Rodríguez, el capitán de Agraciada, a quien no le tocó jugar ni un minuto en todo el torneo, pero es otra de las gratas sorpresas que me deja el fútbol, por lo que era fuera de la cancha. Él se fue a vivir a Europa y viajaba el jueves, antes de la final. Él fue el primero en hablar, y sucesivamente cada jugador tenía que elegir a otro para que dijera al menos una palabra para definir este proceso. Ahí se empezó a ganar la final.
-¿Qué te gusta leer?
-No me gustan las novelas. Me gustan los escritores pesimistas: leo a Julio Cortázar, a José Saramago. Me parecen lecturas difíciles, que no son para cualquier momento de la vida. De fútbol leo mucho, algo de psicología, sobre liderazgo también. Vivo solo, y eso hace que constantemente necesite la música y los libros como compañeros. Mamá tiene tres mil libros en casa. El esposo de mi madre, Alfredo [Zaldúa], es escritor, y ellos me han inculcado la lectura, que me ha ayudado para poder enfrentarme a un grupo, para saber cómo manejarme, para tener un vocabulario más amplio.
-¿Te ven como un bicho raro en el fútbol del interior?
-Sí. Fue difícil inculcar ciertas ideas. Lo primero era poder convencer a los compañeros del cuerpo técnico de que se podía ganar el campeonato. Al principio, nadie se lo imaginaba. Después se convencieron los jugadores y cada uno enfocó sus energías en llevar a la selección a lo más alto.
-¿Qué música escuchás?
-Más que nada, Bob Marley, pero también escucho a Matisyahu, Nonpalidece, un poco del Congo, La Vela Puerca. Sin música, no podría vivir.
-¿En qué año viniste a trabajar a Montevideo?
-Vine a estudiar periodismo en 2000, cuando terminé el liceo. Egresé de IPEP [Instituto Profesional de Enseñanza Periodística] en 2002. Después volví a Nueva Palmira, por un tema laboral, y estudié otra cosa, relacionada con el trabajo que tengo hoy. Desde hace seis años trabajo en Intertek, una compañía que se dedica a certificar cantidad y calidad de los productos. Ellos en verano me permitieron estar laburando en la oficina de Palmira, y me bancaron la cabeza para que estuviera allá.
-¿Con qué soñás ahora?
-Ahora me toca la parte de tratar de crecer con mi familia, de estar más cerca de ellos. Quiero tener a mi hermano, a mamá y a Alfredo más cerca de lo que los he tenido en estos últimos diez años. Creo que por ahí viene la mano.