1) No tomes demasiado y nunca muy en serio.

2) Nunca, bajo ningún concepto, borres una publicación. Errores cometemos todos, pero es preferible pedir disculpas y tratar de corregir el mal antes que fingir que acá no ha pasado nada. La publicación fallida quedará en el muro como una cicatriz que te recordará qué cosas no debes hacer. Eliminarla es el equivalente a introducir una ley de caducidad en tu cerebro; como todos sabemos, el olvido no opera tan fácil y, además, provoca serios traumas.

3) Acepta la solicitud de amistad de cualquier persona. En la medida en que hoy es técnicamente posible que el guardián de Eduardo Bonomi te grabe con la cámara de tu celular mientras te masturbas mirando anime porno, deberías asumir que la privacidad ha muerto y que si tratas de defenderla te va a pasar lo mismo que a los que luchan por el derecho de autor: el agua te va a pasar. No vas a resguardar mejor ni peor tus más escabrosos secretos en función de que tengas tantos o cuantos amigos o de que los conozcas más o menos. Además, si quieres guardar un simulacro de intimidad, siempre puedes segmentar tus contactos y definir qué información quieres transmitirle a cada uno de ellos. Pero rechazar solicitudes de amistad es de mal gusto. ¿Quién te crees que eres? ¿La reina de Holanda?

4) La regla anterior, sin embargo, admite varias excepciones. Podrás rechazar solicitudes de amistad en los siguientes casos: cuando el usuario en cuestión tenga cara de homicida en serie; cuando use una foto de perfil extraída de las primeras diez opciones que arroja Google al introducir la búsqueda “hot women”; cuando tenga menos de diez amigos; cuando sea un extranjero que llegó hasta ti por vaya uno a saber qué capricho del dios de los algoritmos.

5) No expongas asuntos problemáticos relativos a los ámbitos importantes de tu vida, como la familia, el trabajo o la militancia. Las fronteras de la sensibilidad no son las mismas para todos, y es fácil que una persona cercana a ti en el mundo real pero que no integra tus redes virtuales -y que, por lo tanto, no conoce tus códigos de comunicación en ese ámbito- se sienta ofendida por algo dicho allí. Por ejemplo: si eres un profesor de enseñanza media, no traigas a colación asuntos relativos a tus alumnos, no te burles de sus errores o te quejes de su comportamiento. No, chicos, no: aunque no tengan a los botijas en Facebook, no está bien.

6) En directa relación con el punto anterior, ten en cuenta que las cosas que dices y haces en las redes tienen consecuencias en la vida real. Si no, pregúntenles a los empleados públicos argentinos que embanderaron sus redes con la letra K y perdieron su trabajo durante los primeros meses del gobierno de Mauricio Macri. Esto no quiere decir que haya que aceptar como una cosa natural la vigilancia del gran hermano. Pero esa vigilancia existe y tiene poder. De nada sirve decir “uh, yo no sabía que iban a revisar el Facebook” luego de haberte comido el garrotazo. Por lo tanto, actúa a conciencia y elige tus batallas.

7) No te enfrasques en discusiones. Si no resistes el impulso de decir algo jugado y controvertido sobre alguna cuestión ontológica o de actualidad, dilo todo de una vez, escribe largo si es necesario, pero una vez dicho lo tuyo, llámate a silencio, sigue con tu vida y evita participar en el foro de comentarios que, eventualmente, puede haber germinado bajo tu idea. A no ser que hayas encontrado un nicho de mercado estupendo y que alguien te pague por hacerlo, invertirás demasiada energía en una práctica improductiva, gastarás pólvora en chimangos y perderás un tiempo precioso que podrías estar dedicando a trabajar, descansar, cultivar tu intelecto o mirar partidos de la Copa Uruguaya Coca-Cola, tanto da.

8) Respira hondo antes de ceder a la tentación de explicarle cómo funciona el mundo a una persona que, sin saberlo, está proponiendo intervenir sobre lo social mediante la aplicación de ideas dignas de Josef Mengele. Facebook no es precisamente la materialización de la esfera pública con la que soñaba Jürgen Habermas, así que modera tus esperanzas de sostener allí un debate racional.

9) Ten en cuenta que puedes hacer humor con cualquier cosa pero que la excusa “es un chiiiiiiste boludo! no da para tanto!” no te va a salvar cuando un grupo radical entre a tu casa con la intención de ametrallarte a ti y a toda tu familia. El humorista es a la vida lo que el exquisito al fútbol: si hace una de más, probablemente lo atiendan.

10) No te indignes. Si algo te solivianta, elabóralo, procésalo, agrégale valor, haz con ello algo mejor. Las personas que te leerán se dividen en dos: las que están tan indignadas como tú y aquellas a las que les chupa un huevo tu molestia. En el mejor de los casos, con las primeras sólo podrás elaborar una rosca de manija mutua con consecuencias de las que te arrepentirás luego. Los otros se reirán de ti o te ignorarán.

11) No compartas información por mera empatía. Ya sea la foto de un supuesto violador o el testimonio de una señora indignada porque no le paró el bondi, puedes tomarte un tiempo para averiguar qué es lo que estás tentado a compartir y luego decidir si hacerlo o no. Como los cocodrilos y las tortugas, la empatía puede parecer una buena mascota, pero, no lo olvides, crecerá.

12) Nunca, never, jamais, viajes en el tiempo. Si eres un viejo como yo y sigues usando la computadora, a la derecha de la pantalla verás la timeline, una ventana mágica que te llevará al pasado. Pero que no te engañen: el pasado es un lugar acogedor si lo recuerdas, pero un horrible purgatorio si lo vives nuevamente. Y el examen positivista de la propia vida que habilitan las nuevas tecnologías -reproducción de conversaciones, videos, fotos, todo al alcance de un solo clic- es lo más parecido a ese capítulo de Black Mirror que retrata una sociedad futura en la que la gente puede reproducir, dentro de su cerebro, todo lo que alguna vez vieron sus ojos o escucharon sus oídos, y en donde hay un pinta que, tras una ruptura amorosa, no puede dejar de revisar una y otra vez el proceso que lo llevó de una relación feliz a una vida triste y miserable. Y como dijera Fatigatti, eso es como la droga: un gol de ida.

13) No uses redes sociales de otros. Lo hice y no es gracioso; es terrible. Todavía no está del todo claro que las redes sociales son un dipositivo para construir ficciones, y que lo dicho en esas ficciones no necesariamente representa lo que la persona detrás del avatar cree en realidad. No pasa como con los actores, que ya sabemos que están jugando a ser otros (salvo, según escuché, en las comedias brasileñas; ahí se lo toman todo muy a pecho). Entonces, no nos hagamos los superados. Esa idea de que el público está más avispado y ya no cree en nada, y que por lo tanto nada de lo que digamos nos compromete, es mentira. En general, tenemos una relación plena con los perfiles de las redes y creemos que lo dicho por el avatar es representativo de algo. Por ende, usurpar un perfil es suplantación de identidad.

14) Nunca rechaces las opiniones discordantes que tus contactos comparten en tu muro bajo el argumento de “es mi muro, si no te gusta, no comentes”. No, pibe, no. Primero, el muro no es tuyo, es de un señor con cara de bueno que se llama Mark y le entrega tus secretos al gobierno; segundo, decir eso es de gallina. Hay un viejo dicho que dice que el que expone se expone, así que si hablas, bancate las consecuencias.

15) No trates de resolver las discusiones sobre política con un “bueno, esto es la democracia, cada cual puede tener su propia interpretación, son formas de ver. saludos”, porque de esta manera, si bien parecerás una persona tolerante y liberal, estarás comunicando indirectamente que crees que el otro tiene razón pero que no quieres dársela. Vamos chicos, somos grandes, podemos asumir la derrota y no discutir al pedo.

16) No tienes la obligación de pronunciarte sobre todos los problemas que ocurren en el mundo. Tampoco tienes la responsabilidad de tener una opinión formada con respecto a todos los temas de agenda. Puedes, honestamente, preguntar. Con suerte, encontrarás algo de luz al final del viaje.