La ciudad estaba distinta a la hora del partido. La lluvia había aflojado un poco y la posible consagración de Plaza había cambiado las costumbres futboleras de los colonienses. “Yo soy de Peñarol de toda la vida, pero hoy hincho por Plaza. El que no hincha por Plaza es un abombao” me dijo con su voz rasposa Mario, que tiene un boliche en el centro. Varios manyas locatarios se encontraron pasteleando como nunca lo hubieran imaginado en su vida.

Menos los 500 hinchas que fueron ilusionados al Campeón del Siglo a desafiar la lluvia y a los 40 mil hinchas carboneros, el resto de los colonienses estaba frente al televisor. Como Bryan, que en otro boliche y con unas cuantas cervezas encima se mostraba emocionado con el 1 a 0 parcial y no paraba de repetir “estos gurises iban con nosotros al liceo, bo”. “El golero es el marido de una amiga” contaba Ana María. Por allá, en el segundo tiempo, cae otro parroquiano enojado con el arbitraje. “Ya nos están robando”, grita, y aclara “soy de los dos”.

Cuando la tele muestra el cartelito que reza “Plaza Colonia Campeón del Clausura”, todos gritan contentos y extrañados, como sin creerlo.

Los primeros bocinazos se confunden con la clásica “vuelta del perro” de todos los domingos a esa hora. Frente a la sede de Plaza, en el medio de la principal avenida General Flores, un loco solo, con su camiseta verde, agita una bandera patablanca atada a la caña de un reel. Muy tímidamente se va arrimando gente a los festejos. Algunos con viejas camisetas de cuando el nuevo campeón era solamente “Plaza” y su archirrival de todos los tiempos en la liga local era Juventud. Como Rossana, que fuma un pucho en la puerta de su casa con una vieja camiseta a franjas verticales verdes y blancas con el número 10 bordado en rojo, con la cual Buby, su marido, jugaba cuando era gurí. “Desde que nací me llevaron a ver a Plaza” cuenta orgullosa.

En la sede el ambiente era de emotivo jolgorio. Andrés, junto a otro grandotote despachan cerveza para darle una mano al Corbo, el cantinero, que se niega a hablar. “Preguntale a él, lo que él diga lo digo yo”. Andrés hace boxeo en Plaza desde “hace algunos años, de alguna manera defendiendo los colores del patablanca”. Cuenta que “cuando era chico era de Peñarol, pero después que empecé a venir me hice hincha por conocer la gente, toda la movida de venir a entrenar… te hacés del club”.

Afuera, en el medio de la calle, no había mucha gente. Alguno con un bombo, y entre ellos, una viejita, Teresa, que nos increpa, “ustedes no fueron a Montevideo… qué cagones!” y acto seguido, sorprendida nos pregunta “¿ a mí me vienen a reportear!? ¡Vayan a reportear a los jugadores!”. Teresa piensa con convicción que ahora “todo el departamento es uno solo, el interior existe y tenemos que bajar a los grandes” y que a partir de ahora “van a mirar a los jugadores, no solo de Colonia, sino de todo el interior”. “Esto cotiza en bolsa”, finaliza.

Extrañados por la escasa concurrencia, nos enteramos que la gente esperaba a los campeones en la Intendencia. También que una gran caravana de autos hacía fila para esperarlos en el balneario El Calabrés, en los accesos, y que en el barrio El General los vecinos esperaban en las veredas para saludarlos.

La Intendencia estaba abierta. Una pancarta allí colocada rezaba “Felicitaciones campeones” y un altoparlante repetía una y otra y otra vez el himno albiblanco. Demasiado tal vez. La multitud crecía pese al frío y la hora. Hasta un dron con un banderín de Plaza daba vueltas sobre la gente. Sí, un dron con un banderín de Plaza.

Sobre la una de la mañana un camión de bomberos abre paso a un camión con los jugadores levantando la copa y cantando “dale campeón” junto a los hinchas que tocaban bombo, platillo y redoblante. Igual que cuando festejaban el campeonato local.

Luego de subir al balcón de la sede comunal donde fueron ovacionados, los jugadores se entreveraron entre la gente, entre abrazos y felicitaciones, entre lagrimones y algarabía. Allá sobre el pastito de la explanada, junto a una barrita de gurises estaba Facundo Waller. “Hace un año estábamos peleando para no descender a la C y hoy en día somos campeones del Clausura… yo todavía no caigo, ya cuando salimos campeones allá, en la cancha de ellos, un tremendo estadio con 40mil personas… la verdad que no caía, ni una lágrima se me corrió… no caigo todavía” cuenta un enronquecido Facundo, que confesó que al salir a jugar “con esa multitud te da como una cosita en la panza, pero después, los pingos se ven en la cancha”

La fiesta se trasladó a la sede, ahora sí repleta de gente. En el fondo del club, los jugadores, aún de blanco y verde, comían pizzas y tomaban alguna que otra cerveza amontonados contra el parrillero, como si estuvieran haciendo un asadito. Nos arrimamos a robarles una porción a los campeones con la esperanza de cruzarnos con el pelado Eduardo Espinel. El técnico cardonense era uno de los más esperados de la noche, y recién cayó a las 2 de la mañana para abrazarse con su gente. Intentamos robarle unas palabras. “Ahora no” nos encajó la fría. “Ahora quiero festejar con ellos”. Tenía razón. Al fin y al cabo, bien merecido lo tenía después de haber hecho dar la vuelta al mundo el nombre de un club al que ahora le dicen “el Leicester uruguayo”.