Cuando estalló el escándalo de los Panama Papers muchos medios de comunicación de todo el mundo se apresuraron a publicar listas de personas que habían depositado sus dineros bienhabidos o los ahorros de toda una vida en los paraísos fiscales. Hicieron mal. Los periodistas, no los empresarios. Hace poco di una entrevista a Montevideo Portal que se viralizó rápidamente en las redes sociales. Seguramente no fue tanto por mis palabras, sino porque 99% de las cosas que se publican ahí siguen ese camino, desde los videos de gatitos mareados a los videos de bebés mareados, pasando por videos de gatitos bebés mareados. En la entrevista explicaba que no era justo dejar pegados a los empresarios que en definitiva no habían hecho nada ilegal. Es bien sabido que en el mundo empresarial nada está peor visto que hacer las cosas dentro del marco legal, sobre todo en temas financiero-contables. ¿Está bien que un periodista humille a un próspero empresario ante sus pares, mostrándolo como el único nabo que paga sus impuestos en tiempo y forma y sin quebrantar ninguna ley? Quizá el hombre de la calle o doña María no lo sepan, pero en los ambientes de negocios existe el bullying, y las principales víctimas son los empresarios rectos y honestos. ¿A quién cagan a migazos de pan durante los desayunos de ADM? Al que tiene todo su dinero en los bancos uruguayos. ¿A quién le gritan insultos como legalista u honrado en los partidos de polo? Al que declara todos sus bienes.

Aquí estamos ante un claro conflicto de intereses entre el derecho del ciudadano a estar informado y el derecho del hombre adinerado (o, para no ser machistas, la esposa del hombre adinerado) a que se mantenga en reserva el contenido de sus libros contables. Y como es lógico, en una democracia moderna la balanza tiene que inclinarse en favor del segundo, porque si empezamos haciendo pública esta información, pronto va a llegar el día en que también se den a conocer ante todo el mundo las revistas pornográficas que lee el hombre de la calle, o lo que sea que lee doña María y no quiere que nadie se entere.

Ahora bien: ¿la postura del periodista debe variar si el dueño del medio en el que trabaja aparece en los Panama Papers? Por supuesto que sí. Porque acá no sólo hay una cuestión ética. También hay una cuestión humana. ¿Debe el periodista ser cómplice de la depresión y las tendencias suicidas que seguramente abordarían al empresario en cuestión si en el ambiente empresarial se enteran de que, si bien no es fanático de pagar impuestos, tampoco cae en conductas ilegales, y por eso lo someten a todo tipo de humillaciones? Por supuesto que no. Por eso yo ahí no me meto.