Ilevantable. Difícil de tragar. Es más: no sé cómo todavía usted, que está frente a estas líneas, tiene ganas de encarar una lectura que sólo le retocará el dolor, la herida, el recuerdo.

Fue una justa victoria de Venezuela la de anoche en Filadelfia. Ganó bien el elenco vinotinto, y a los uruguayos nos llena de dolor por la casi segura eliminación de la Copa América Centenario. No pudo Uruguay, no estuvo bien en la mayoría de los 180 minutos que jugó en el torneo, y quedó sin chance, en una competencia que había sido catalogada como inconveniente por Óscar Tabárez. Es doloroso en el momento, y con seguridad seguirá siéndolo aunque sea un campeonato de porquería, porque la vida nos ha enseñado que cada vez que estamos en competencia queremos ganar, sin importar si era importante o no, si era de verdad o no.

Para pasarnos un bálsamo de calma y mirar a lo lejos, también es cierto que desde la conducción, desde la cabeza de este equipo, siempre se insistió en que el único objetivo actual era la clasificación para Rusia 2018. Entonces uno se pregunta si este es el peor resultado de toda esta década, y para dilucidarlo tiene que tomar en cuenta el objetivo. Esto sigue, y por otra cosa. La ausencia de Luis Suárez seguramente mermó enormemente el potencial de un equipo cansado y sin luces, y uno podría suponer que con Luis hubiésemos hecho otro campeonato, pero ese campeonato no se jugó.

Lo que el alma pronuncia

¿Qué es el fútbol para nosotros? Lo primero que me contesto es que sin dudas es mucho más que 90 minutos, que 11 contra 11, que un resultado, que una disposición táctica, que una variante técnica. En Uruguay, en nuestra sociedad, es mucho más, incluso, que un espectáculo centrado en una competencia deportiva. Y ahí freno, porque no es en Uruguay ni en nuestra sociedad sino en los uruguayos, en los de documento y en los de alma. Y lo planteo, porque todos estábamos esperanzados, que no desesperados, por conseguir la victoria, pero después de haber convivido virtualmente con esos miles de yoruguas que hicieron kilómetros a lo loco para agruparse en torno a la celeste con unas barbacoas, piano, repique y chico, y matriz del “soy celeste”.

Y ahí creo que se redoblan el dolor y la molestia, por esa gente que aún está volviendo a su casa mientras ustedes leen esto.

No es así

Sin esa capacidad de toque y tenencia que es patrimonio de otras tendencias y escuelas de fútbol, pero con paciencia, esfuerzo y ante todo máxima concentración, los de Tabárez fueron sosteniendo los primeros diez minutos.

En el cuarto de hora el Mono Maximiliano Pereira, metidísimo en el día en que se convirtió el jugador con más partidos en la riquísima historia de la selección uruguaya, se filtró hasta la última frontera de la cancha y eligió un centro largo bajado para el remate de Edinson Cavani, que pifió cuando parecía que estaba el primero.

Esa concentración se fue transformando en presión, y cada vez más en la cancha de la vinotinto.

Después vino lo inesperado, lo impensado. Un tiro sensacional del volante Alejandro Guerra fue ligeramente desviado in extremis por Fernando Muslera, pero en el rebote estaba el delantero Salomón Rondón, que puso el helado 1-0. El impacto del gol fue demasiado contrapeso para los nuestros, que en esos diez finales de la primera parte no lo pudieron resolver. De aquella ligera incomodidad pasamos a esta problemática manifiesta. La frustración y la incomodidad del resultado nos iban atando cada vez más, y terminó dando la sensación de que Uruguay estaba jugando mal ya no mirando el resultado o las virtudes del oponente, sino mal comparado consigo mismo, con lo que esa oncena, en esas condiciones, podía hacer.

A ritmo de doma basquetbolera, para aquí y para allá, nunca íbamos a lograr nada. Había que agregarle a la concentración y a la constancia paciencia, seguridad y creer en un plan básico que permitiera llegar al gol.

Ni así

Los primeros minutos de la segunda parte nos arrimaron al arco contrario, pero con eso no alcanzaba. La solución, como si tuvieras al mecánico sacando la cabeza, era el gol. Sin ese repuesto no había vuelta.

Se fue acercando, se fue acercando, pero con eso no alcanzaba.

Apareció un poco más Gastón Ramírez, y hubo algún juego por banda, pero todo en un marco vidrioso, ni claro ni desequilibrante. Los venezolanos, bien cerraditos atrás, como tenían que hacer, fueron controlando el juego por acción propia e inacción de los rivales. La excesiva ausencia de juego por las bandas fue intoxicando el ambiente. Una acción protestada como penal para Uruguay generó una acción de contragolpe de gol venezolano que Muslera salvó de manera increíble.

Llegando a la media hora ya era exasperante la situación celeste, y, con muchísimos nervios, la esperanza se iba apagando. La imprecisión nos fue devorando, hasta que Cavani erró una chance de gol clarísima.

Fue el final, por más que para el verdadero final hubo tres casi goles venezolanos con Muslera en el área contraria, y corridas rapidísimas de los caribeños.

No hubo vuelta.

Ahora sólo queda el partido del lunes con Jamaica, y después empezar a preparar el partido del 1º de setiembre en Mendoza con Argentina. Esperemos.