-¿Cómo se dio tu llegada a Rampla para aportar desde el lado político?

-Llegamos en febrero. Lo que se había resuelto fue que en febrero iba a haber una nueva asamblea para ponerles fecha a las elecciones, porque la comisión de transición que se había elegido en octubre del año pasado para competir terminaba sus funciones en enero. Pero terminanos siendo los mismos, la misma barra: una conjunción de dirigentes, socios, simpatizantes, unas 60 o 70 personas que andan juntas para todos lados y entre quienes se habían generado algunas diferencias de conceptos con la conducción anterior. Cuando fuimos a la asamblea en febrero vimos que no había una lista para presentarse, no había condiciones para convocar unas elecciones y además estábamos en la misma situación de octubre del año pasado -sin un mango, sin saber cómo íbamos a diseñar el presupuesto para poder competir-; opiné en las dos asambleas y en la primera me deslizaron que tenía que ser yo el conductor; en la segunda empezaron a aparecer una suerte de matices -no llegaban a ser divisiones- entre tres barras bien diferenciadas, y la única coincidencia que había era que las tres me querían a mí en la directiva o en la presidencia.

-Cuando surgió aquella asamblea de emergencia y se decidió que llegarían al club por seis meses, comunicaron que sus grandes objetivos serían, por un lado, lograr la unión de los socios del club, y por otro, tratar de poner nuevamente al equipo en la A. Pudieron subir y ser campeones, ¿el otro aspecto lo consiguieron?

-Dijimos que había tres fracturas en Rampla: en primer lugar había que recomponer la masa social en su conjunto, la identidad; el otro objetivo debía ser volver a poner al club en Primera; y la tercera era ver cómo tener una discusión interna sobre la infraestructura, lo administrativo, cómo empezás a organizar el papeleo, que todavía es un desorden. Eran tres cosas bien distintas. Lo que a la gente le rompe más los ojos es si ganás o no ganás, entonces lo primero es tangible, palpable. En lo segundo hubo avances sustanciales: se decidió convocar a elecciones -que se van a realizar el 22 de junio- y todo indica que va a haber una lista única. El espaldarazo que recibimos en la última asamblea de la semana pasada dio a entender que estamos en condiciones de cerrar filas y armar una lista de unidad que contenga dirigentes que estuvieron en administraciones anteriores de la institución.

-¿Te imaginabas llegar a la presidencia del club alguna vez?

-No, pero cualquier hincha tiene dos cosas. Primero, soñás que sos vos el que está adentro de la cancha jugando al fútbol, y cuando te das cuenta de que ese no es tu fuerte, te dedicás al movimiento sindical, como yo. Yo vivía en Las Piedras y llegué a practicar en Juventud y en Wanderers, pero era obvio que no tenía cualidades para jugar al fútbol. Después, un hincha ya más maduro puede pensar sobre estar en alguno de esos cuadros de dirección; ¿a qué hincha no le gustaría estar un domingo en el Olímpico y que lo llamen para dar una mano en Rampla? Pero no me lo propuse, este no es mi mundo: la mayor parte de mi vida la dediqué a otras actividades, lo más parecido que hice es estar vinculado al carnaval y a la murga que sigo, los Diablos Verdes. Ahora que estoy dentro del club veo que hay otros códigos. Todos los días aprendés y te sorprendés, gratamente con algunas cosas y no tan gratamente con otras.

-Hiciste el proceso inverso: habitualmente, el fútbol le da actores a la política, pero en este caso llegaste desde la política nacional al deporte.

-No tenía planificado estar en la directiva de Rampla, y no es porque no me hayan invitado: el anterior presidente, Lucas Blasina, me invitó a participar en reiteradas oportunidades y he colaborado con muchas directivas, sin importar quién sea el presidente. También hay un momento muy especial, porque varios compañeros míos de izquierda están en clubes deportivos: Fernando Nopitsch en Wanderers, Óscar Curutchet en Danubio, el Pepe Bayardi en Defensor Sporting, Julio Toyos y el recientemente fallecido Víctor Semproni en Sud América, el Gordo Yamandú [Costa] en Juventud; Marcos Carámbula también está muy vinculado a Juventud; el Yuyo Artigas Melgarejo en Cerrito. Conmigo en Rampla hay varios compañeros, pero tal vez el más conocido sea Hugo Bosca, que fue director de Tránsito en la Intendencia de Montevideo [IM].

-Por un lado estás para defender el derecho de los trabajadores a nivel nacional y por otro para cumplir con los pagos de un club que tiene muchas carencias. ¿Cómo manejás esa situación?

-A Rampla no lo vamos a contar por el capital financiero y económico que pueda tener. El capital más importante del club es el entorno, su barrio, su gente. Me ha tocado estar muchas veces, por mi actividad social, mi vida sindical y política, en el interior, y en todos los lugares siempre hay alguien que se identifica con los colores de Rampla, hasta en el punto más lejano del país. Ahora, tenemos problemas, claro, y se compite de manera muy desigual. La hinchada ha hecho de todo para darles una mano a los jugadores: se han juntado surtidos, se ha hablado con los comercios del barrio y hasta con una cooperativa de productores de pollo para armar la canasta de los futbolistas hasta que llegara algún peso de adelanto de la AUF [Asociación Uruguaya de Fútbol] o del pago de la televisación. La realidad es que estamos buscando recursos por todos lados.

-Pensando en que Rampla jugará en Primera División, ¿cómo afrontarán los problemas que seguirán apareciendo?

-La aspiración de cualquier dirigente de un equipo menor es vender un jugador. Si lo logramos, salvamos el presupuesto del año. El último jugador que vendió Rampla fue Marujo [Marcelo] Otero, hace 23 años. Hoy, como desde hace mucho tiempo no pasaba, tenemos cinco jugadores en el plantel que vienen de la cantera del club: dos que jugaron de titulares todo el año -Matías Rigoleto y Camilo Cándido- ; dos que han alternado -Matías Choca y Damián Cabrera-; y Maicol Lisboa, que como máximo llegó a ocupar el banco de suplentes, lo que no está mal para un juvenil de 17 años. Nuestra esperanza es que ellos tengan una oportunidad de proyectarse como deportistas y que eso genere además un ingreso para Rampla, con el que podamos tapar los agujeros que tenemos y salvar el presupuesto para competir durante un año. El otro objetivo ahora es, en estos seis meses de competencia, mantenernos en Primera División. Además, tenemos que tener todos, en el deporte en general y en el fútbol en particular, una discusión profunda sobre una posible reestructura y el mejoramiento de las condiciones; si no, cada día que pasa será más difícil competir. Va a ser una parodia de competencia, con resultados ya vistos y preconcebidos.

-¿Cómo nació tu amor por Rampla Juniors?

-Cuando me mudé de Las Piedras al Cerro, en el año 80. Vine de sereno a un campo baldío, donde hoy está la cooperativa de vivienda Cerromar -donde actualmente vivo- y ahí conocí ese entorno social, el entorno de los frigoríficos, que me apasionó. Ahí nacieron mis hijos; el más grande, que vive desde hace diez años en España, es de Nacional, pero los otros dos sí: se apasionan, lloran, su vida está vinculada con lo que le esté pasando a Rampla. Y ahora mi nieto, Thiago, también: con 14 meses ya entró de mascota. El Cerro tiene algo muy especial. La forma en que toda la barriada se identifica cuando se juega el clásico, con Rampla o con Cerro; bromas en el mercado, en la feria. Hay una pasión y una rivalidad muy interesantes, que van mucho más allá de los diez bobos que cada uno de los equipos tenemos que son guapos de pacotilla, guapos en barra. El resto de la gente que quiere a Cerro y a Rampla añora poder volver a aquellos clásicos de estadios llenos, para poder ir con la familia, sin problemas.

-En las viejas épocas del Partido Comunista del Uruguay se decía que prestarle atención al fútbol -o al deporte en general- era una muestra de debilidad ideológica. ¿Eso cambió o sigue siendo así?

-Los comunistas teníamos muchos preconceptos: nos enojábamos cuando nos decían dogmáticos, pero teníamos una cantidad de dogmas que tuvimos que superar. Nosotros te mirábamos de reojo si tenías una cruz colgando, pero después nos empezamos a dar cuenta de otras cosas; tuvo que venir la película cubana Fresa y chocolate [1993] para romper otro tipo de dogmas en nuestra cabeza. Así somos los seres humanos. Los equipos de fútbol y los partidos políticos están compuestos por hombres y mujeres; objetivamente, o te superás, crecés y te desarrollás, o te quedás en el tiempo y a la vera del camino. El Partido Comunista me ha tenido que bancar, me ha tolerado muchas cosas: en una reunión yo busco la manera de ir a ver a Rampla, solicito permiso, a veces, y ellos ya saben que después salgo en la foto del partido: es una pasión muy fuerte.

-Contame un momento emocionante de tu vida siguiendo a Rampla.

-Son varios. Recuerdos hay muchos. Cada vez que nos tocaba bajar era un lamento, estabas tres o cuatro días mal; además, en el Cerro querés que te trague la tierra: hasta tu amigo más fiel te lo recuerda. Pero también recuerdo las alegrías, las emociones y el llanto cada vez que subimos; las broncas y las rabietas cuando perdés un clásico, tocar el cielo con las manos cuando le ganás a Cerro. Rampla ha tenido altibajos, como en cualquier deporte. Te calentás al máximo y te emocionás al mango, pero siempre entendiendo que es un deporte. En los últimos meses lo más increíble fue el 5-4 contra Cerro Largo en la primera rueda, a fines del año pasado. Yo no me fui de la cancha porque mi hijo me convenció para quedarme: faltaban 15 minutos, se venía la noche, el día estaba feo y estaba con mi nieto. Perdíamos 4-1 y en el momento en que mi hijo chico me está convenciendo para quedarnos hacemos el 4-2, no terminamos de festejar y llega el 4-3, y pasado un minuto de la hora empatamos 4-4, y entonces fuimos al alargue, en el que terminamos ganando el partido. Creo que esa alegría fue incluso superior a la del sábado, que fuimos campeones. El momento más amargo que viví fue el accidente de Nico Sánchez cuando volvíamos de San Carlos. Él era un hincha muy reconocido de Rampla, amigo de mis hijos, un tipo muy querido. Tener que estar ahí, tomando las medidas, llamar a su papá para decirle lo que había pasado, fue un momento durísimo. Los padres de Nico son hinchas de Cerro, y desde que pasó eso no dejaron de ir a ver a Rampla en homenaje a su hijo. Este sábado los vi con una bandera de Rampla que decía “El Nico está presente”. Es desgarrador para los padres, por supuesto, pero también para la barra de sus amigos, esos gurises que se quedaron hasta las 12 de la noche bajo una llovizna y un frío terrible hasta que se llevaron el cuerpo. Los gurises pintaron una parte de la tribuna con el nombre de él, le pusieron su nombre al rincón donde se paraba la hinchada conocida como La banda del camión. Son esos sinsabores que tiene el fútbol; salís de un momento de gloria y te vas a momentos muy amargos, que aparte son irreversibles. Va a costar mucho superarlo.