Antes de llegar al teclado pensaba por qué, a pesar de estar cubriéndolo y de comprobar in situ que se trata de una competencia realmente de jerarquía, me cuesta, o me queda lejos de la emoción, que no es lo mismo, sentirme involucrado con la Euro. Es que aquí en Europa han inventado y lanzado el fútbol, pero allá en Sudámérica sin duda lo hemos desarrollado, empujado y enriquecido como juego, y como competencia. Soy un defensor y difusor de nuestra historia futbolística, y nuestra épica está jalonada de acontecimientos en los que el esfuerzo y los sueños son casi todo, pero también ha habido muchísimo de organización, de forma jerárquica de competencia que nos ha llevado a esto. Ellos, los europeos, lo inventaron, lo exportaron y se quedaron con el poder. Nosotros, el resto, pero particularmente los sudamericanos, lo tomamos, lo experimentamos, le dimos forma y desarrollo, y apenas nos quedamos con eso que no es poco: el poder del juego. Enseguida me voy buscando y encontrando explicaciones, algunas fácticas, como la que me brindan los números: cuando aquí en Francia se jugó la primera Euro de la historia, en julio de 1960, en América ya se habían jugado 26 sudamericanos. Sus justas continentales, las de los europeos, apenas eran los Mundiales, hasta aquel 1960 en el que en el Parque de los Príncipes de París y con menos de 15.000 personas en las tribunas la Unión Soviética le ganaba a Yugoslavia la primera final europea.

Pero bueno, es innegable que en el deporte contemporáneo, en el fútbol espectáculo-merchandising, este es un campeonato apenas un escalón por debajo de los mundiales. Está difícil vincularse con eso si uno entró a este mundo corriendo todos los días de la vida atrás de una pelota, vinculándose con su entorno, sin desconocer lo que pasaba más allá. Hace poco, cuando estaba con El Islandio, decía: “Para mí, que trabajo como periodista y he tratado de acrecentar mi especialización en lo deportivo, lo primero es lo de acá, lo de mi ámbito, lo de los míos; no soy de darle mucha bolilla a la Euro. Por eso, ese campeonato para mí empezó el 14 de junio, el día del partido con los portugueses”. Y mirá lo que son las cosas, ayer la Euro terminó con un partido en el que los lusos fueron protagonistas.

Es posible que haya estado medio bobo, pesado o hasta ridículo con mi pretendida identificación absoluta con Antoine Griezmann, pero es que necesitaba algo de lo que agarrarme para sentirme íntimamente vinculado con este evento una vez que Islandia quedó afuera. Y la verdad es que aunque les resulte exagerado, no me costó nada identificarme con el delantero francés para que me hiciera el link con el torneo. Un crack el gurí. Pero al final comí de nuevo como en un táper de Crufy de dos litros, pero tampoco me disgustó que los portugueses tuviesen por fin su fiesta.

Llegar en tren a la Gare du Nord en París no fue changa en esta situación. Es que miles y miles de portugueses llegaron de todas partes para ver a su equipo. Había que aprovechar esta, no había otra. Y a esos miles que llegaron, en trenes, ómnibus y aviones, hay que sumar las centenas de miles de portugueses que hay en la ciudad luz: según me dicen en un portuñol más fallido que el de allá, París es la ciudad donde viven más portugueses después de Lisboa. No me da para creerlo ni tengo tiempo de revisar Wikipedia, pero en París viven de manera permanente más de 250.000 portugueses, que obviamente no tenían entradas, ni dinero, supongo, para su compra. Una locura la reventa, de frente y manteca, entre 800 y 1.200 euros. ¡Tas loco, muchacho! Y encima, David Guetta pinchando discos. La operativa era absolutamente simple. Al lugar donde llegabas, por ejemplo, la más multitudinaria Saint-Denis Porte de Paris, ni bien salías y como si te estuviese esperando el remisero en el aeropuerto, había decenas de personas con carteles que ofrecían entradas para la Ámsterdam y la Colombes del preciosísimo Saint-Denis. Carteles en francés, inglés y cocoliche en portugués, porque, claro, había gente que había comprado para la final y que ahora quería venderla para desquitar el viaje. No sé, en otros Fan Fest esto se solucionaba fácil; acá, si te tiraste hasta París para ir a una Fan Fest, creo que no vale la pena, así que miles de portugueses pagaron precios increíbles. Me parece que los franceses no. Creo, pero sólo creo, que la mayoría de ellos las compraron por las vías normales, por internet. La más barata que conseguí fue de 500 euros, pero no me la mostraba, y además, claro, no tenía POS, había que pelar del bolsillo interior los quiñones, y ¿mirá si me hacían la del 30? Además, eran diez minutos de ahí hasta el estadio. Hablando de tiempos, está pasado el transporte: el viaje en metro desde Gare du Nord, donde resonaba el “¡Por-tu-gao-u!- ¡Por-tu-gao-u!” hasta la estación de Saint-Denis Porte de Paris se hacía en menos de media hora en vagones que parecían, en algunos casos, el 103 a la salida del estadio. El franchute resolvió el tema sin problema, pero los portugueses que venían de allá lo resolvieron como mínimo con un vuelo de 500 euros, o viaje en en tren, ómnibus o auto que cuesta entre 300 y 500 euros.

El ambiente estaba precioso y la verdá, la verdá, los portugueses, en las tribunas -y en la cancha-, mucho más parecidos a nosotros, aunque no haya salido ni una foto de uno de ellos tomando mate. Y al final, nuestro héroe terminó siendo el guineano Eder, que aunque nacido en Bissau es nacionalizado portugués, y que sin duda podría ser el 9 de Villa Teresa o de Rampla Jr, y sintió que su juego era lo que valía aunque nadie supiese de él, aunque todos pensaran que nada se podría hacer sin CR7. Terminé aplaudiendo a los lusos, a sus halvitas que también eran parecidos a los de allá, a su eje central y, en definitiva, vou te diser que bajito, pero sincero, se me escapó un ¡Portugau- Portugau! Y tornei tranquilo a pegar meu tem dos sonhos.

Arrevoir.