Hace días andaba rumiando la idea, que no es una sino muchas que, como en un pequeño big bang permanente e imperecedero, van, vienen y rebotan en mi cerebro, produciendo un caos neuronal. “Fe poética” rebota en mi cabeza hasta que llega un momento, que no es este pero pudo haber sido, en que la bola maciza y plateada deja de rebotar una y otra vez en los hongos de mi flipper y va hasta la buchaca de la bola extra, que algún día dejará de serlo.

Fue el otro día, cuando trataba de procesar los datos cuasi científicos que aportaba Pablo Alabarces -invitado por la Dirección Nacional de Deporte, disertó sobre “Políticas públicas y violencia en el deporte: desafíos en el escenario contemporáneo”-, que moví ligeramente la bola hacia un elástico. Y me desvié hacia Alejandro Dolina, a instancias de Alabarces, quien en su charla sugirió revisar en Youtube un audio en el que el argentino nos conduce a aprender a discutir y pensar.

Ahí me saltó otra vez “fe poética”. Es que la primera vez que oí hablar de fe poética fue justamente en La venganza será terrible, el programa de Alejandro Dolina. Casi seguro fue ahí, o en el más reciente Efecto mariposa, de Daina Rodríguez y Alberto Gallo, que me enteré de lo que buena parte de la humanidad pudo haber sabido desde 1817, cuando Samuel Taylor Coleridge escribió: “Esta idea dio origen al proyecto de Lyrical Ballads, en el cual se acordó que debería centrar mi trabajo en personas y personajes sobrenaturales, o al menos novelescos, transfiriendo no obstante a estas sombras de la imaginación, desde nuestra naturaleza interior, el suficiente interés humano como para lograr momentanáneamente la voluntaria suspensión de la incredulidad que constituye la fe poética”.

“Suspensión de la incredulidad” es una expresión acuñada por el poeta y filósofo Samuel Taylor Coleridge en 1817. Refiere a la voluntad del individuo en aceptar como ciertas las premisas sobre las cuales se basa una ficción, aunque imposible o fantástica. También refiere a la voluntad de pasar por alto las limitaciones del medio por el cual se desarrolla la historia.

El mundo de los números

En toda su larga y riquísima historia, desde el 16 de mayo de 1901 hasta el 13 de junio de este año, la selección absoluta de fútbol de Uruguay disputó 873 partidos. Si en 115 años la Asociación Uruguaya de Fútbol disputó 873 partidos y Óscar Washington Tabárez dirigió a los celestes en 166. Quiere decir que el Maestro lideró 19% de la historia de Uruguay en fútbol en 115 años de competencia. Un disparate, y seguramente un guarismo inigualable entre las naciones futboleras de mayor historia y logros.

Mucho mayor podría ser el impacto si presentáramos exclusivamente los 132 (o 133, si contáramos el inmediato a Sudáfrica 2010, dirigido por Juan Verzeri) partidos que se han disputado en los últimos diez años, desde la irrupción y puesta en práctica del Proyecto de Institucionalización de las Selecciones Nacionales. La selección uruguaya de fútbol nunca había jugado tantos partidos internacionales absolutos juntos como en la última década, pero además -dato fundamental e importantísimo-, como eslabón tras eslabón de la fuerte cadena de la puesta en escena del “proyecto”.

Mentime que me gusta

Nunca antes Uruguay había tenido tal desarrollo y organización en torno a su selección mayor de fútbol y sus selecciones juveniles; ni siquiera en la época de sus dos títulos olímpicos-mundiales de 1924 y 1928, sus mundiales del 1930 y 1950, y sus 14 títulos continentales entre 1916 y 1995.

La fe poética en la que había caído consistía en construir un escenario en el que daba por cierto, en nuestra realidad modificada, que después de esta década ganada para el fútbol celeste no existirían actores ni argumentos perversos concubinos de la oportunidad y del utilitarismo del resultado que socavaran lo que unos cuantos de nosotros, con fe poética, considerábamos intocable, dinámico, pero inamovible como concepto central: proyecto, orden, trabajo y desarrollo.

Habíamos accedido tácitamente a suspender nuestra incredulidad a cambio de la promesa de la seguridad de que así se hacen las cosas y no en función de uno, dos o cinco resultados. Pero claro, a pesar de que desde los puestos ejecutivos de dirección nos habían advertido de que esta competencia no pasaba por el eje de los objetivos centrales -clasificarse por tercera vez consecutiva a la fase final del Mundial, en este caso Rusia 2018-, un par de derrotas en fila y la eliminación prematura de la Copa Centenario instaló a niveles Esta boca es mía la pertinencia o impertinencia de la continuidad natural de este cuerpo técnico que no sólo es motor de la selección en la cancha, sino usina fundamental de todos los desarrollos conseguidos desde 2006 hasta la fecha.

Relatos salvajes

Como en un cuento de Relatos salvajes -donde no hay fe poética-, los promotores y traficantes de realidad interesada atacaron de nuevo, como ya lo habían hecho en 2007, 2009, 2010 y hasta 2012. Entonces, tras cuatro partidos consecutivos sin victorias en la clasificatoria mundialista, ya sugerían o exigían la salida del cuerpo técnico dirigido por Tabárez.

Reviso lo que escribí en 2012 en estas mismas páginas: “La impunidad no precisa sombras. En un ejercicio de poder, directo y sin esconder la mano. Cuando presuponen que el otro está en el piso, golpean y golpean, desgastan hasta tratar de llegar al objetivo, que tanto puede ser sacar de la troya a un técnico como derrocar un gobierno democrático”.

Con la digitalización de la vida y las innovaciones tecnológicas, hoy cualquiera puede hacerle un photoshop a la realidad y presentarlo como quiera para conseguir los fines perseguidos. Para eso no se necesitan más que tres o cuatro acciones falaces y desviadas; rápidamente, en el Gran Hermano de la vida, generan rechazos y aprobaciones sobre una gestión, disparando en el boca a boca bajadas de pulgar a la manera del sesgado jurado telefónico de Marcelo Tinelli.

La consideración que un crítico, especialista o idóneo en la materia debe tener hacia un equipo de fútbol -que es mucho más que eso, porque es el equipo de todos- debe ser la misma que la del asistente, televidente o seguidor de la selección. Hay que emparejar para arriba. No hay escuela para eso ni para unos ni para otros, pero nuestros maestros de la vida y los procesos racionales-emocionales con los que crecemos de un lado o del otro de la línea -tras el alambrado, frente al televisor o con los auriculares- hacen o deberían hacernos ver que un día hay que dejar de putear al línea, someter con exabruptos al 5 rival, descalificar a nuestro lateral derecho o gritarle de lejos “burro, andate” al director técnico.

Esta vez fueron apenas dos partidos. Sí: ¡dos! Como si fuese el ¿regalo? de Ultrawash en una competencia que ya sabíamos que no era la trascendental, pero que, como todas, cada vez que jugamos a algo la fuimos a ganar.

Uno supone que ya no está para aguantar la tacada, pero vuelve a atacar la incredulidad, sin la menor argumentación de fuste. Entonces descubre que la suspensión de la incredulidad se acciona con la presentación de premisas que pasan por “Las cosas son así y chau”, “Ya te lo había dicho”, “Escuchá, botija”, “Mirá un poquito a tu alrededor”. Y las definitivas: “Las cosas son así como te dije y te había dicho”, “Escuchame que yo sé”, “¿Vos no lo harías igual que yo?”. Entonces nosotros, los receptores, somos bombardeados, casi indefensos en esta situación en la que se subvierten los patrones y valores básicos del conocimiento y el trabajo, y se coloca como opción falaz e inválida: “Empecemos de nuevo”.

Gritos y susurros

Claro, después se escuchan gritos y susurros de otras ventanas de la aldea global que, por el absurdo, no hacen más que fortalecer la estructura de Tabárez, cuando uno ve y se irrita ante la descalificación a Lionel Messi y sus compañeros porque Argentina no embocó un penal que pudo haber sido definitivo; a la inconcebible degradación de Vicente del Bosque, el director técnico que le dio la gloria a España, porque su equipo no pudo ganarle a Italia; o hasta el flagrante pedido de renuncia del colombiano Juan Carlos Osorio a la dirección técnica de México porque perdió un partido después de mantenerse 22 invicto.

Con la incredulidad suspendida perdería sentido que una y otra vez nos quieran inyectar que si Tabárez no puede pararse para festejar un gol no podremos jugar como Bélgica en una sesión de PlayStation; que un fulano podría jugar mejor con otro fulano como técnico; o que otro fulano podría ser mucho mejor que este fulano, que hasta hace unas semanas era el mejor fulano de todos. Buscan y encuentran la reacción indignada de nosotros, sus zombis, los que los mantenemos en el Olimpo y recibimos sus pensamientos congelados en nuestro micro mental, que no tiene tiempo ni ganas de ponerse a proyectar ni de medir prestaciones de unos y otros en distintos marcos de competencia, o la validez de su inclusión en un colectivo con una metodología de trabajo ya comprobada.

Diez años. 133 partidos de la mayor. Dos mundiales consecutivos. Una Copa América obtenida. Dos finales de mundiales juveniles. Participación casi permanente en estos.

“Las selecciones nacionales han sido inconexas. En la selección mayor no hubo continuidad de la organización ni de las estrategias, luego de llegado el tiempo de determinada meta, generalmente vinculada a la disputa de los Campeonatos Mundiales. Tampoco ha existido la coordinación ni la consecuente continuidad entre la selección mayor y las de nivel juvenil, que aportan talentos a aquella. Ese tránsito natural de un talento desde las selecciones juveniles hacia la mayor no se ha enriquecido más que en algunos períodos determinados, por lo que ese proceso siempre ha sido históricamente discontinuo”, dice aún en su fundamentación el Proyecto de institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas, firmado por Óscar Washington Tabárez en 2006, y algunos de ustedes no pueden, no quieren suspender momentáneamente la incredulidad.