Littéralement vous tomber ton cul cuando ves por primera vez el estadio Vélodrome de Marsella. Es impresionante, una cosa de locos.

Supongo que si alguna vez hago terapia y converso sobre mis miedos, cuando recurrentemente le cuente a mi escucha o interrogador sobre mi miedo a ser visto como un cabeza de pelota cuando digo u oculto que soy periodista deportivo, debería aportar un dato que seguramente no es menor: soy un beato del fútbol y cada vez que llego a una población, villa, pueblo, ciudad o metrópoli, mi primer objetivo turístico es conocer el estadio, la cancha del lugar. En nuestros pagos es fácil, sobre todo en las noches de partido; un imán me lleva a ese resplandor que se destaca mucho más que la catedral del lugar o que los edificios de apartamentos. En otros lugares es más complicado, pero la irrupción de Google Street facilita las cosas.

Sí, cuando uno llega a Marsella hay muchísimas cosas para ver, algunas de ellas de invalorable valor y de inevitable belleza por su conjunción de naturaleza y creatividad, como la Basílica de Notre Dame de la Garde, ubicada sobre una colina, o su maravillosa costa y su inmenso puerto. Pero ni bien llegué y acomodé la mochila por ahí, en algún lugar de la Place Castellane -una suerte de reloj de la Olímpica en el Centenario: buen punto de encuentro para llegar al estadio del Olympique o a la zona de la Fan Fest (nunca hay que descartarla)-, arranqué para este maravilloso estadio, desprendimiento de aquel gran velódromo con cancha de fútbol construido en 1934, o de aquel muy modificado en los años 80, cuando Enzo Francescoli era un príncipe marsellés, o este que desde cero impacta por su imponencia, modernidad y funcionalidad.

Ahí, en la Place Castellane, fue donde se armaron aquella inmensas bataholas entre los hooligans ingleses y los rusos en el comienzo de la Euro. A pesar de esos hechos terribles y devastadores, las autoridades marsellesas sostienen que a la ciudad no le ha ido nada mal con la Euro, y los comerciantes están contentos por las ventas.

Impresiona el estadio. Es divino. Yo me fui haciendo una hoja de ruta que me permitiera disfrutar del evento y recopilar datos más o menos relevantes para esta bitácora. Es de gran ayuda la info de la RTM, la Administración de Transportes de Marsella, que sacó un abono durante la Euro, por 24 horas y a 3,60 euros, que te resuelve el día y los lugares, te banca las pérdidas y te permite volver a empezar una y mil veces, sin tener que romperte la cabeza al procurar entender las frías explicaciones de los guías locales. Pero además, por tratarse de una oferta especial, este boleto de 24 horas no sólo ofrece viajar en subte, sino también en ómnibus, tranvía y, ¡attention!, ¡mon dieu!, también el ferry que, como dicen que hacía el viejo vaporcito del Cerro, te arrima a cuatro distintos lugares de la costa y está genial.

Estamos acá por el Antoine, y la verdad es que hay que agradecerle. No es que él haya hecho nada para que yo pudiese llegar -es todo una ficción verosímil: nunca estuve ni hablé con Griezmann, que no tiene la más pálida idea de quién soy-, pero su imagen en alza y su portación permanente de mate permitieron que el francés medianamente futbolero, al saber de nuestra condición de uruguayen, nos dijera: “Enzú Fron-ces-colí”, pero señalando el mate agregara: “Oh là là, erva mat comme Griezmann!”. Muchos miles de ustedes lo saben. La explicación conceptual y traducida del mate es una cosa jodida. Ya me veía con mi francés de liceo, guerrero y correoso como zaguero desprolijo, intentando un “c’ette une infusión de herbe... bla, bla, bla”. Pero no, el Antoine nos simplificó todo: si hasta se consigue yerba de la que toma Griezmann a 10 euros el kilo. En serio. ¡Qué siesta están durmiendo los de Termolar! Yo ya les escribí a Porto Alegre -de ahí vienen los termos- para proponerles una campaña del tipo “Nueve de cada diez estrellas usan Termolar. Para que sea amargo, bien amargo, haga como Suárez, Griezmann, Messi, Godín y...”. Si me dieran bolilla, yo creo que por lo menos un Re-evolution me merezco. Pero bueno, y en serio, te juro que si no es por Griezmann, no te acercás tanto a les bleus, porque son hinchas distintos de nosotros. Se vive distinto acá. No es que sea más frío. Es distinto. Y además, ser local es una carga desmesurada para casi todas las selecciones de fútbol que organizan un torneo continental. Pesa, y mucho. Se siente, pero distinto. En fin, el fútbol es algo increíble. No sé qué voy a hacer con este mate, porque ya estoy casi adentro.

Allez la France. Cualquier cosa lo miro arriba del ferry.