Hubo que pasar por 210 minutos de juego y una definición de siete penales por bando para que se definiera el ganador de la Copa Nacional de Clubes del Interior. Pero la historia viene bastante más cargada que el ida y vuelta con Nacional de Florida y haberse sacado de arriba, primero, a Independiente de Trinidad y, después, al hasta ayer rey del trono, Wanderers de Artigas.

Si bien se puede ir hasta 1924 y pensar en el nacimiento del club 18 de Julio del pueblo Porvenir (de menos de 1.200 habitantes, ubicado en el sur de Paysandú), el punto de partida del proceso más reciente puede ubicarse en 2013, cuando al desaparecer la Liga Sureña en la que compitió durante décadas, el club se inscribió en la divisional B de la Liga Departamental de Fútbol de Paysandú. Y le fue bien. Ganó el Clausura y la Tabla Acumulada, y tras la definición por penales ante Huracán se quedó con el ascenso. Ese día Rodrigo Torres atajó dos penales sin saber que el trayecto que empezaban a recorrer tendría el destino revelado el sábado en Florida.

Seis días antes, en la primera final del torneo, el Nacional floridense pudo sacar un empate a cero en Paysandú, donde 18 de Julio se perdió la oportunidad de marcar la diferencia con un tiro penal. De local, entonces, pasaba a ser el candidato. En la actitud de Nacional, en el planteo, se notaba que lo era: proponía constantemente y marcaba el ritmo del partido. Sin embargo, las situaciones más claras, cuando se había jugado media hora de la segunda final, las había tenido 18 de Julio, vestido de rojo para la ocasión. Pablo Copello y Matías Morales, bien contenidos por la marca de los tricolores locales, encontraron, de todos modos, la forma de inquietar, a veces bajando pelotas imposibles para hamacar el cuerpo, escapar de tres, probar giros inesperados y, así, con fórceps, generar espacios para sacar algún disparo o algún centro levantado por un jugador para que otro se las arreglara para cabecear.

Nacional era muy claro en lo que intentaba construir, pero no tanto en la ejecución. No cambió tanto la escena cuando se le abrió una ventana de oportunidad: a los 37 minutos Richard Martínez golpeó con su mano a Rodrigo León y fue expulsado. En todo caso, esto cambió la generación de chances de los sanduceros, porque Copello tuvo que bajar unos cuantos metros para completar la zona de volantes, y la construcción de lo imposible pasó a estar en la capacidad de Matías Morales. De todos modos, pese a lo imposible, pudo, e incluso pareció tener más apoyo de Bruno Silva. El primer tiempo se fue con un cabezazo y dos disparos de 18 de Julio, y muchas llegadas pero ninguna chance de Nacional.

El local, que no renunció a su 4-1-3-2 sino hasta el final del segundo tramo, enrocó volantes extremos y persistió con su prédica, a la que el tiempo y el desgaste de jugar diez contra 11 empezaban a darle la razón. Sin embargo, se la empezaron a negar otros factores: los palos y, sobre todo, las manos de Rodrigo Torres. Dos tiempos de alargue consolidaron la idea de que aun creciendo el asedio tricolor, y pese a que se iban encontrando los caminos para colocar la pelota entre los tres palos, no había modo de modificar el 0-0. 18 de Julio jugó 83 de los 120 minutos con diez hombres; llegar a los penales, entonces, fue épico, y eso, se supone, juega en lo anímico. Torres y Bermúdez cumplieron (atajaron dos cada uno), y los palos también. Nahuel Méndez mandó el último de los -en total- 14. Desde entonces, fue todo festejo. Fue alcanzar, en el fútbol chacarero, la gloria máxima a la que aspiran los clubes que compiten en ese territorio al que llaman “interior”, aunque ocupa más de 99% del territorio nacional.

Los que han probado las mieles de la gloria profesional, como el ex tricolor Ignacio La Luz, explican que las que prueban ahora, al ser campeones del interior, son diferentes. “Tuve la suerte de ser campeón con Nacional, pero esto tiene otro sabor porque es fútbol en familia. Jugadores e hinchas, nos conocemos todos. Es un equipo humilde cuyo presidente es el mismo que nos alcanza el agua, nos prende la caldera y apoya a algún jugador cuando anda con algún problema económico. No es un plantel que viva del fútbol. Es una familia, y me gusta estar acá”, comentó a la diaria el lateral izquierdo, que llegó al club en 2013, cuando este arrancaba a competir en la B de Paysandú, sin saber que era apenas un mojón rumbo al lugar más alto del podio del fútbol del interior.