Contame algo de tu infancia en Pan de Azúcar y de esa relación tan potente que tenés con el fútbol desde la niñez.

-Nací en Montevideo y viví en Capurro hasta los siete años. Mi padre trabajaba en el Ejército -es retirado militar, se fue de baja- y nos mudamos a Pan de Azúcar, donde vive toda mi familia materna, mis abuelos, mis tíos. Ellos viven en un barrio que se llama Las Brisas, y la cancha del Club Deportivo Estación está frente a la casa de mis abuelos. Pasábamos todo el día ahí. En el interior todavía se conserva eso de estar jugando afuera hasta tarde, estar con la pelota, saltar a la cuerda, jugar a la escondida. Además, mi abuela tuvo un cuadro de fútbol femenino; mi padre es entrenador, entonces los fines de semana pasábamos en la cancha. Mi tío -Ruben Pico Umpiérrez-, el hermano de papá, jugó 17 años en Francia; no hay nadie en la familia a quien no le guste el fútbol.

¿Por qué te colgaste con el arbitraje?

-La más joven de mis tías se anotó en un curso que dictaba OFI [Organización del Fútbol del Interior], se recibió y ejerció un tiempo, pero como mis primos jugaban en Pan de Azúcar era incompatible que ella siguiera siendo jueza. En ese momento no pude inscribirme, porque era menor de edad, y quedó por esa. Pero cuando vine a Montevideo a estudiar abogacía me enteré del curso por el informativo y decidí anotarme, a pesar de que a mi padre no le gustaba mucho la idea.

¿En qué momento te diste cuenta de que esta podía ser tu otra profesión?

-Cuando empecé, los profesores del curso eran Ernesto Filippi y Carlos Velázquez; ellos decían que daba con el perfil, veían que tenía condiciones. Empecé a arbitrar, me entusiasmé y me recibí. Se empieza en Cuarta; estuve cuatro años en la categoría y no ascendía, todas mis compañeras de generación subían y yo seguía ahí. En 2008 pensé en dejar, porque me sacaba mucho tiempo y veía que no avanzaba, pero me llamó Filippi para que fuera a la pretemporada: “Hacé un año más y ves”, me dijo. Invertí un año más, subí a Tercera, estuve un año solo y subí a Segunda [la B] en 2010. Ahí me entusiasmé: estaba cerca, me faltaba un escalón; lo que no sabía era que iba a demorar tanto. Pasaron seis años antes de que llegara a Primera División.

Pero en el transcurso de esos seis años ocurrieron muchas cosas.

-Sí. Me dieron el escudo internacional en 2010, y eso ya cambia para nosotros. Terminás en lugares del mundo a los que jamás pensaste que ibas a ir, como me pasó con el Mundial femenino sub 17 de Azerbaiyán, en 2012. Además, lo que genera la previa de la competición, los cursos de capacitación, hace que empieces a profesionalizarte.

¿Cómo notaste el comportamiento de los protagonistas y del público en tu debut en Primera División?

-Los jugadores, bárbaro. Antes del partido, la mayoría vino a saludarme; a algunos me los crucé entrando a la cancha, mientras que a otros los conocía de haberlos dirigido en las divisiones formativas. Después de que empieza el partido es otra cosa: en caliente, te protestan, te quieren ganar en la corta. Me iban a probar -eso yo lo sabía- para ver hasta dónde iba a ser permisiva. Lo bueno fue que el trato fue muy respetuoso, muy cordial en todo momento. Después del partido vinieron a saludarme y me felicitaron; pero era mi primer partido, no sé si de ahora en más pasará eso.

¿Son muy grandes las diferencias entre la Primera División, la B, la C y el fútbol femenino?

-En nuestro ámbito el fútbol femenino es amateur. Se mejoró un montón, hay más equipos, cambió la parte dirigencial dentro de la AUF; por otra parte, la FIFA está impulsando mucho el desarrollo de la competencia, y creo que vamos por el buen camino. Entre la C, la B y la A la diferencia está en la intensidad de los partidos. Los partidos de la Segunda División Amateur forman mucho tu personalidad: ahí no importa tanto lo físico, te formás en carácter; tenés que manejar los partidos, porque si te distraés se pican. En la B y en la A es otra cosa, es profesional; pasan cosas, pero es diferente, son muy intensos.

¿Sos de mirar mucho las jugadas el domingo de noche o en la semana?

-Me gustaría no ver, pero tenés que hacerlo porque es parte del aprendizaje. En el caso de los asistentes, como Gabriel [Popovits, su pareja], de repente ellos tienen 90 minutos excelentes y se analiza su actuación por una jugada que los marca. Los domingos, cuando te va mal, es inevitable estar mal. Cuando son televisados, no sólo miro los partidos en los que trabaja Gabriel, los miro todos. Los demás árbitros son colegas y muchos son amigos, entonces uno sufre cuando ve que tuvo un error o algo que no pudo ver. Nadie va a un partido a querer equivocarse, y el lunes estar en todos los diarios por eso, con las “polémicas”, es feo. Hay que entender que el error es parte del juego.

Hay un aspecto que no cambia nunca, y es que las responsabilidades siempre recaen en el arbitraje, sea a favor o en contra de los clubes; no hay autocrítica de los futbolistas ni, menos aun, de los dirigentes. ¿Es posible cambiar eso?

-Depende de la voluntad de los integrantes del fútbol. Nunca vas a escuchar a un árbitro que salga a hablar de lo que le dijo un jugador en la cancha: lo que pasa en la cancha queda ahí. Muchas veces, los jugadores quedan enganchados y recuerdan que en tal partido les cobraste algo que según ellos los perjudicó, y la verdad es que vos no te acordás. Entiendo sus responsabilidades, cómo están en la tabla, lo que se juegan, pero no guardo rencores si una vez me insultaron, y creo que del otro lado no pasa lo mismo: si una vez te equivocaste te etiquetan y no quieren que los dirijas más. El foco y el análisis periodístico recaen en los árbitros, y eso también genera violencia. Los lunes la gente en los trabajos repite lo que escuchó, muchas veces sin fundamento, manejando errores técnicos, lejos de lo que dice la regla. He ido a mi trabajo con el reglamento para que mis compañeros lo leyeran.

¿Hace falta que los protagonistas del partido y los periodistas conozcan mejor el reglamento?

-Sí. A veces se usan términos que desde hace años no están en el reglamento; se afirman determinadas cosas que no son así. Después queda esa idea en el ambiente y la repetición le da fuerza.

¿Qué hay que hacer para ser buen árbitro de fútbol?

-En primer lugar, tener fortaleza. El buen árbitro no se hace de un buen partido: vas a tener muchos buenos partidos y muchos partidos malos. Hay que ser muy autocrítico, poder ver, analizar tus errores y crecer con ellos. Después, si sos perseverante y te sacrificás, a la larga llegás. Por lo menos eso me pasó a mí: pasé por momentos buenos y malos e hice todo lo posible para llegar. Hoy en día, no sé si soy buena o mala, pero llegué a donde quería, y lo que intento hacer es escuchar todas las críticas, sobre todo de los miembros del Colegio de Árbitros. Si sos receptivo de la crítica, del consejo, esa actitud te va a ayudar a ser un mejor árbitro.

¿Han mejorado las condiciones de entrenamiento y de trabajo en el arbitraje uruguayo?

-Se mejoró mucho, pero estamos lejos del ideal. En los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro me encontré con árbitros de muchos países; los españoles, por ejemplo, no podían creer lo que ganamos acá. En Europa los jueces viven del fútbol, dejan sus trabajos, entrenan en doble horario, tienen su nutricionista. En Brasil también, la mayoría se dedica a arbitrar, y de la realidad de México también estamos muy lejos. Ellos no pueden creer cómo en Uruguay y en otros países de Sudamérica salen árbitros buenos, que siempre están en instancias de definición.

¿Cómo compatibilizás el arbitraje con tu otro trabajo, la abogacía?

-A veces es complicado, sobre todo por los viajes. Por suerte en el banco [de Seguros del Estado] me apoyan en todo, me han autorizado las salidas para ir a los torneos; antes trabajaba como administrativa y ahora como procuradora, entonces ahora se me complica un poco porque hay más trabajo y tenés que estar, pero cuando me fui a los Juegos Olímpicos mis compañeros me hicieron la suplencia y me pude ir tranquila.