Sin necesidad de haber estado allí, y mucho menos de habernos tomado un par acodados al mostrador, muchos de nosotros sabemos de la existencia de una taberna de Londres llamada Freemason’s Tavern. Hasta la ubicamos en una fecha del siglo XIX, en Uruguay, como la mayoría de las fechas que conocemos del pasado. El 26 de octubre de 1863, Ebenezer Morley y un grupo de personas, que además representaban a otros grupos que jugaban a la pelota, decidieron que, tal como ya pasaba con el cricket, aquel juego debía tener reglas fijas y unificadas que se usaran en todos los campos de Londres, así como en las ciudades y universidades donde se practicara ese juego. Ese día nació el fútbol global, bastante parecido al que conocemos hoy y que es motor de parte de nuestros días.

En 1863, en Londres y en toda Inglaterra existían equipos que practicaban el balompié y se enfrentaban entre sí. No había, sin embargo, un reglamento común que incluyera las reglas de este nuevo deporte.

Nueve años después, el 30 de noviembre de 1872, Escocia e Inglaterra se enfrentaron por primera vez. Unos 4.000 espectadores, que habían pagado un chelín por presenciar el encuentro, estaban en el field del Hamilton Crescent de Partik, al oeste de Glasgow. Desde ese día se conocen las selecciones y los partidos internacionales, aunque algunos puristas llevan -llevamos- al Río de la Plata el primer partido internacional de selecciones nacionales en el que se enfrentaron dos naciones completamente separadas. Es que el primer internacional entre estados no vinculados - Inglaterra y Escocia formaron en 1707 el Reino Unido- fue el de uruguayos y argentinos que se celebró el 20 de julio de 1902 en Montevideo. Desde aquel día de Glasgow, o desde el de Montevideo, se han jugado miles de partidos entre selecciones que representan a asociaciones nacionales, se han jugado decenas de torneos continentales e intercontinentales, se han registrado en la organización del fútbol mundial más de 200 naciones -en la actualidad la FIFA tiene 214 integrantes- y se han disputado miles de amistosos.

Uruguay, ese mismo país que fue parte de la primera confrontación deportiva entre asociaciones de fútbol de dos estados, ese mismo representativo de una asociación que fundó la primera confederación continental, que ganó el primer campeonato continental, que organizó y ganó también la primera Copa del Mundo, después de haber ganado dos campeonatos mundiales-olímpicos, disputó, hasta el triunfo ante los paraguayos de la semana pasada, 875 partidos. Si tomamos aquella derrota montevideana en el Paso Molino en 1902 como el inicio, nos da 875 partidos en 114 años de competiciones internacionales. De esos 875 encuentros, 169 fueron bajo la égida de Óscar Washington Tabárez, el entrenador que más partidos ha dirigido a una misma selección nacional desde aquel encuentro en Freemason’s Tavern hasta hoy, el técnico nacional en actividad con mayor continuidad en su cargo y, obviamente, el que más dirigió a Uruguay, ya sea medido en partidos o en tiempo de permanencia al mando de la selección celeste. Más de 19% de los minutos en que la gloriosa celeste ha estado en el campo de juego ha sido con Tabárez como entrenador. ¿Fuerte, no? Los 169 partidos se discriminan en los 34 que dirigió entre el período 1988-1990 y los 135 en los que comandó el cuerpo técnico desde marzo de 2006 hasta nuestros días.

Tener al entrenador nacional récord en el mundo no parece ser consecuencia de una serie de hechos fortuitos que le hayan permitido triunfos o empates decisivos, sino más bien de los desarrollos posibles con un individuo de una idoneidad indiscutible en su rol. Pero aparte, en estos últimos diez años, fruto y consecuencia de una idea madurada y masticada a lo largo del camino que llevó el largo y ambicioso título de “Proyecto de institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”, se ocupó de comandar y ordenar a las representaciones juveniles con altísimos niveles de formación y competencia, que, a la sazón, han sido la usina de crecimiento de la selección absoluta.

Nunca

Todos los nunca juntos. Nunca un director técnico había estado tanto tiempo al frente de una selección uruguaya. Nunca alguien había dirigido en el mundo tantos partidos a una misma selección. Nunca habíamos llegado a tantos mundiales de todas las categorías consecutivamente. Nunca habíamos sido finalistas de mundiales consecutivamente (México 2011 sub 17 y Turquía 2013 sub 20). Nunca habíamos soñado volver a ser competitivos en todo sentido y proyectarnos como casi un milagro del fútbol mundial. Todo esto ha ocurrido con Óscar Washington Tabárez, muy bien secundado por Celso Otero, Mario Rebollo, José Herrera, Fabián Coito y tantos otros. Sin embargo...

“Las selecciones nacionales han sido inconexas. En la selección mayor no hubo continuidad de la organización ni de las estrategias, luego de llegado el tiempo de determinada meta, generalmente vinculada a la disputa de los Campeonatos Mundiales. Tampoco ha existido la coordinación ni la consecuente continuidad entre la selección mayor y las de nivel juvenil, que aportan talentos a aquella. Ese tránsito natural de un talento desde las selecciones juveniles hacia la mayor no se ha enriquecido más que en algunos períodos determinados, por lo que ese proceso siempre ha sido históricamente discontinuo”, decía y dice aquel manuscrito hijo de viejas y nuevas ideas, sedimento de otras experiencias, callos de la vida profesional, que el Maestro convirtió en nuestro proyecto en marzo en 2006 y que aún no han leído sus apurados e interesados críticos, que en cualquier resquicio de una derrota incidental preparan el golpe.

Vas a decir lo que quiero que digas

Fue el martes, después de un brevísimo paréntesis de un partido, que recuperamos la punta de las Eliminatorias; con 16 unidades y casi en la mitad de la competencia, quedamos plenos y como nunca antes en eliminatorias de largo aliento. En el fragor de la tarea de llevar a crónica aquel 4-0 sobre los paraguayos, no pude escuchar a Tabárez en la conferencia de prensa. Al rato accedí a sus palabras: “Se nos estaba poniendo difícil la cosa. Si uno escuchaba en la radio, en la televisión, si leía un diario, nos estábamos yendo al fondo de la bolsa”, empezó a contestar Tabárez. Después, cuando alguien preguntó a si de una parte de la prensa había una campaña a la espera de un traspié, dijo que él no había dicho eso, pero que palpaba sensaciones en las opiniones que se repiten y que generan determinado ambiente. “Por suerte, dentro del grupo no entra”, aclaró. Agregó que estaba muy contento por el partido y sentenció, como una suerte de demostración por el absurdo: “No somos los peores de América”.

Tanto en la victoria como en la derrota, no debería haber dudas del proceso en general, único y ojalá repetible, de la capacidad de trabajo, de las certezas obtenidas, de la ejecutividad por medio de la razón del cuerpo técnico, de la adhesión del grupo y, sobre todo y ante todo, de la idoneidad absoluta y manifiesta de Tabárez.

Los que a toda costa lo quieren voltear no lo entienden así. Como si se tratara de una intriga de una mala novela turca o mexicana, preparan la burda escena para pudrir todo: según El País en sus maledicentes chismes que se desprenden de fábricas de “dicen que” tan incomprobables como inciertos, la estrategia, y hasta tal vez el equipo que nos dio la victoria, nos devolvió la punta y nos dejó contentos. No fueron, según ellos, de Tabárez y su equipo. Incomprensible e inaceptable.

Mientras tanto, la vida sigue. Uruguay está primero, puede contar en sus oncenas a jugadores que están entre los mejores del mundo y son producto de este proceso, y muchos de nosotros nos sentimos inmensamente felices de afrontar el camino, sabiendo que nuestros niveles de competencia nos alientan a soñar lo que otros no sueñan.