-Lo que de verdad no entiendo es por qué le pusiste ese título. ¿Qué carajo tiene que ver? O sea, mucho gre gre para decir Gregorio, pero al final no pasa nada -dice Tea mientras juega con un vaso vacío; lo apoya en un punto de la base y lo hace girar con un rápido movimiento de muñeca. La gracia parece ser que el vaso se mantenga el mayor tiempo posible dando vueltas sobre la fina raya que separa a la fuerza centrífuga de la centrípeta y que, al final, de a poco, muy de a poquito, la segunda se imponga y el vaso vuelva a quedar parado sobre la mesa como al principio.

Contesto que no me dio el espacio, que me fui por las ramas, pero que ahora tenemos una segunda oportunidad. Y sigo:

-Hace poco hiciste un balance de 2016. ¿Qué fue lo que me dijiste?

-Que fue una mierda; de hecho, fue el peor año de mi vida. Primero, nosotros nos separamos. Ahora estamos conviviendo, pero esto es un relato; en la vida real hace cinco meses que no te veo. Y lo peor es que no sé si te extraño o si ni siquiera me acuerdo de vos. Después, el trabajo. Si, ya sé, ya me lo dijiste: gano plata, bastante más plata que la mayoría de los uruguayos, pero ¿yo qué culpa tengo de que este sea un país de segunda? Y además, el tema no es la plata, es el tiempo, es la vida, que siento que se me va. Ocho horas en una oficina, más una hora de ida y otra de vuelta, son diez horas que paso afuera. Y después tengo que limpiar la casa, hacer las compras, ir al club, llevar y traer al nene del colegio, hacer horas extras para pagar ese colegio y después dormir un rato. Y ahí se me fue el día.

-Mirá que en África los niños no tienen para comer -la pico; me gusta picarla-. O, mejor dicho, mirá que a seis cuadras de tu casa hay niños que comen salteado. Mirá que tus abuelos llegaron acá escapando de la guerra y laburaron desde chiquitos, por eso apenas terminaron la escuela. ¿De qué te estás quejando? Ay, pobre burguesita; la vida no es lo que le prometieron.

Tea me mira con asco y responde:

-¿Y eso es realidad o es ficción? Mirá que los niños se mueren de verdad, ¿eh? Decime vos que te las sabés todas.

-Es las dos cosas.

-La estás tirando al córner.

-No, es las dos cosas porque la realidad es una cuerda de barco tensa sobre un abismo, y nosotros estamos parados arriba haciendo equilibrio. Esa soga gruesa y firme está hecha de millones de hilos más chiquitos, que no se ven, que se tensan entre sí y conforman el todo, que se llaman ficciones. De a poco, con el uso, esos hilos se van gastando y rompiendo, y, al final, caemos. Pero antes de que eso pase, podemos hacer otra cuerda. Y a esa cuerda hacerle un nudo, una soga, y usarla para ir a otro lado.

-¡Pero muy buena, Coelho! ¿Y ahora también me vas a explicar dónde está el camino de la felicidad?

-A ver, cínica, vayamos por partes. Me dijiste que tuviste un año de mierda. ¿Y qué es un año? ¿Me lo podrás explicar? Un año, querida, es un ordenamiento artificial del tiempo, es arbitrario, es irreal, no existe más allá de tu voluntad de creer en él. ¿Acaso porque la tierra demora 365 días en dar la vuelta al sol debemos pensar que esa es la forma de ordenar el paso del tiempo? Además, intuyo que tu concepto de año deriva mucho menos del movimiento de los astros que del hecho de que, por las características de tu trabajo, te veas obligada siempre a tomarte la licencia en enero. Tu año, entonces, se extiende entre febrero y diciembre; enero es tu limbo, tu espacio mágico, tu Saint Junipero, tu West...

-¿Y con esto a dónde querés llegar?

-Con esto quiero llegar a que incluso la forma en que ordenás el tiempo es ficticia. Y es ficticia no sólo porque el calendario gregoriano es una solución imperfecta -entre tantas posibles soluciones imperfectas que podrían ejecutarse al respecto- para el problema de hacer coincidir la traslación de la Tierra alrededor del Sol con una cantidad exacta de días de rotación de la Tierra alrededor de su propio eje, sino también porque esa solución se impuso al mundo occidental mediante una decisión política -papa Gregorio XIII, año 1582-, y esa decisión política dio la vuelta al globo a caballo de la conquista imperial del mundo que hicieron las potencias europeas entre los siglos XVI y XIX. Y esa conquista fue muy concreta: hasta la vida laboral de un pequeño país del sur de Latinoamérica, llamado Uruguay, quedó regida por esa decisión (no voy a entrar en el invento de los conceptos Uruguay y Latinoamérica, porque no quiero irme de tema y que el asunto del título quede nuevamente sin zanjar). Y como tu trabajo ordena tu vida, tu vida entera está orientada por un relato acerca del funcionamiento del mundo que, en última instancia, fue elaborado por un señor que creía en la resurrección de otro señor. Todo muy real, ¿no? [A continuación debería incluir un intercambio insustancial con Tea, con el único fin de airear el texto; lo suprimo para ahorrar espacio, sepan disculpar]. ¿Y qué pasa con tu trabajo? ¿No será tu trabajo también una parte del relato de alguien que trata de imponerles un sentido a las cosas? Imaginá que trabajaras, por ejemplo, como corredora de bolsa de Wall Street. [Interrumpe Tea violentamente; se niega a que la represente de esa manera, dice que esa función hoy día la cumplen los robots y que ella no es ningún androide; le digo que no se preocupe, que después lo cambio]. Tu tarea consistiría en aceitar el flujo del capital, hacer que la plata de tus clientes se transforme en más plata. Más allá de que ganarías buen dinero y tendrías cierto prestigio social -a costa de un elevado nivel de estrés, producto de la competitividad del medio-, ¿cuál sería el sentido de dedicar a eso la mayor parte del día? ¿Poder comprar más y mejores productos y servicios? Entonces, ficción: aquella que promete que el consumo te hará feliz. ¿Ser una ciudadana que provoca envidia? Ficción: aquella que promete que la mirada de los otros te cobijará. Tal vez creas en esas ficciones -y, si es así, enhorabuena: envidio a la gente que es capaz de hacerlo-, pero intuyo que no sos así.

[Se me termina el espacio y no hablé del amor.]

-¿Me extrañás? ¿Me olvidaste? ¿Te duele que no hayamos podido ser lo que prometimos?

El vaso de Tea está dejando de girar. Cuando para del todo, habla.

-¿Vas a decirme que nuestro amor también fue una ficción? Si es eso, guardátelo, que ya entendí.

-No. Estás confundiendo mentira con ficción, y no significan lo mismo. Tal vez nuestras expectativas acerca del amor se hayan fundado en un relato gastado, en un hilo que se rompió, en un cuento que contó Platón hace más de 2.000 años, que trataba sobre unos seres incompletos condenados para siempre a buscar su otra mitad perdida, y tal vez ese cuento fue retomado por la tradición occidental hasta Romeo y Julieta y las películas de Disney, y tal vez nunca hayamos cuestionado ese relato hasta que la experiencia nos demostró que las cosas eran más complejas, pero eso no significa que nuestro amor haya sido falso. El carácter ficticio del mundo no justifica tu cinismo, puesto que, si no hay nada sólido a lo que aferrarse, tampoco hay nada que no se puede hacer nuevamente. Podemos crear ficciones mejores que las que heredamos, ficciones nuestras, y hacerlas reales. Ya lo dijo Erich...

-Ah, pero ahora entiendo por qué me invitaste a Cabo Polonio. Me querías seducir con ese versito barato. Mirá vos. Tan poca cosa me creíste. Dijiste: “Y ta, la llevo a ver las estrellas de noche, caminamos por las dunas hasta Valizas, nos empapamos de la magia de leer a la luz de las velas mientras el viento de la noche sopla afuera como si hubiera un temporal, y al otro día nos despertamos con la luz naranja del amanecer y vamos a la cachimba a sacar agua como si viviéramos en el siglo XIX, y caminamos descalzos en el pasto, y acariciamos a los caballos, y hacemos todas aquellas cosas por las que pagamos. Porque este es un parque de diversiones, un limbo, y aquí todo lo que soñás es posible”. Es así, ¿no? -Son tus palabras, no las mías.

* La primera parte de este relato se publicó en la diaria el 17/01/2017.