En fútbol los jugadores son todo. Así de fácil, así de simple, así de primitivo. Podrá haber todo, todito, pero si no hay jugadores no hay nada. Agregaría yo, sin pretender herir susceptibilidades, que los jugadores son lo más puro que puede existir en el fútbol, y hablo de aquellos que corriendo atrás de una pelotita de papel en la escuela nos trenzamos en el recreo haciendo de Suárez, Cavani o Muslera, pero también de los más encumbrados y en algunos casos medio repulsivos, como parece ser Cristiano Ronaldo. Todos los que jugamos al fútbol llevamos un futbolista adentro. Desde aquellos que no pudimos pasar de un arco con piedras en un parque hasta los más torneados y endurecidos por vestuarios sin agua caliente, que fueron evolucionando hasta cambiadores con hidromasaje; todos tenemos para el gen. Cada uno de nosotros y nosotras siente ese fueguito interior y trata de no dejarlo apagar, cuidando siempre esa llamita de pureza, estímulo y sueños.

Desde antes de la nochecita lluviosa londinense de la taberna Freemasons hasta nuestros días, el futbolista es el único elemento vital e imprescindible para hacer el juego más lindo del mundo. Podrá no haber cancha: la haremos con límites imaginarios; podrá no haber arcos: los señalaremos con piedras, chinelas o ropa; podrá no haber pelota: haremos que cualquier elemento de mediana y o casi ninguna similitud a un esférico sirva para patear. Pero nunca habrá fútbol si no hay jugadores. Los únicos, los insustituibles. Los partidos de robots son un embole.

Por la misma

Yo podré ser periodista, padre, fungir de profesor, abuelo, dirigente, cooperativista, compañero, auxiliar de tareas hogareñas, pero nunca dejaré de ser y sentirme futbolista, aunque los registros de la Asociación Uruguaya de Fútbol, enmohecidos y comidos por las cucarachas, sólo dejen ver mi firma liceal cuando aún escribía mi nombre completo subrayado por una rúbrica y no había más que 5ª B.

Aún hoy, con mis 56 pinos recién plantados, le tiro el viaje imaginario a esa guinda que pienso que está a menos de un metro de mí, intento hacer el movimiento inicial y primigenio para tirarme a la derecha y atajar esa globa, y hago como que me despego del piso para meter ese guampazo mientras imaginariamente quedo sostenido en el aire como esos viejos y macetudos zagueros centrales de Casupá o Lascano que van a buscar la última pelota.

Soy jugador, aunque nunca en mi puta vida haya estado en los registros de la Mutual ni en una lista de buena fe para un partido benéfico de vedettes contra amigos del Comité de Apoyo a la Revolución Sandinista. Soy jugador, y entonces supongo, aunque puede ser confuso, que ya denuncio dónde estoy parado cuando desarrollo estas líneas.

Demasiado zurdaje

Me preguntaba a quién no le gusta cuando el abajo se mueve. Y claro, me di cuenta de que a los de arriba, sin que me lo contara Perogrullo, los del arriba nervioso, los que si no los despeina el viento los va a despeinar la historia. Entonces hace unos meses, cuando saltaron los jugadores a la cancha, sentí ese aire refrescante en el espíritu y se me vino “Cielo del 69”, de Mario Benedetti: “Que vengan o que no vengan, / igual sabrán la noticia: / Se acabó la caridad / y va a empezar la justicia. / Cielito, cielo que no, / cielito, qué le parece / borrar y empezar de nuevo / y empezar, pese a quien pese”.

Claramente, aquella comprometida intervención primigenia de los futbolistas celestes, tempranos retoños del proyecto de “Institucionalización de los procesos de selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas” pergeñado y ejecutado por el maestro Óscar Washigton Tabárez, sacudió la estructura casi feudal con la que Tenfield enroscó el fútbol todo, y alertó, dio el arma del conocimiento y el saber al vasallaje conformado por los que, apiñados en los vestuarios de la vida, laburaban para el gran señor feudal, a cuenta de lo que pudieran sacar de arroz, yerba y tabaco en la pulpería virtual de Divina Comedia.

Y vamo' arriba ellos, nuestros cracks, los Godín, los Suárez, los Cavani. Pero enseguida agarraron -y agarramos- la bandera los de acá, los que se bañan con agua fría, los que tienen que usar los chalecos con olor a mal secado porque no hay otros, los que tienen que ir un día sí y otro también al cajero a ver si les depositaron ese sueldo apenas mayor que el que los dueños de los supermercados van a tener que pagar entre sus lágrimas de cocodrilo.

El despertar

Habían despertado, habíamos despertado. “Los futbolistas profesionales del medio local hemos despertado. La denuncia realizada por los jugadores de nuestra selección nacional nos abrió los ojos. Nos hizo ver que estábamos naturalizando una situación en la que el fútbol uruguayo caía en picada. Y nosotros no estábamos tomando ninguna actitud crítica. Ahora sabemos que es necesario luchar para evitar que la enorme mayoría de los beneficios que genera el fútbol uruguayo quede en manos de intermediarios o de terceros, personas y empresas que no son los reales protagonistas de nuestro fútbol [...]”, arrancaba aquella carta de los profesionales del medio local, que remataba: “Tenemos la certeza de que ningún cambio significativo se producirá mientras el negocio del fútbol esté en manos de unos pocos. Nuestro movimiento es en beneficio del fútbol en su conjunto, considerado la máxima expresión del pueblo uruguayo. Por solidaridad y compromiso con nosotros, y con las próximas generaciones, estamos dispuestos a ir hasta las últimas consecuencias. Esta lucha nos convoca a todos. Por un fútbol honesto, democrático y transparente”.

Era noviembre del año pasado, y entonces Michael Etulain las atajaba todas no sólo en Danubio, el Bigote López la pudría en el ángulo de la vida, Agustín Lucas hacía poesía en su área poniéndole un dedazo a la injusticia, Diego Bonilla pintaba su actitud en el área de enfrente, mientras Matías Pérez le comía los talones a la inequidad, y todos, todos metían como caballos.

#MásUnidosQueNunca

En diciembre, unas decenas de futbolistas profesionales se apersonaron en la sede de la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales con las firmas de más de medio millar de sus pares pidiendo la renuncia de toda la directiva, porque, argumentaban, “hace tiempo no nos representa”, por lo que los firmantes afirman haber “perdido la confianza”. “Exigimos TRANSPARENCIA, COHERENCIA e INDEPENDENCIA en la defensa de nuestros derechos y rechazamos la dependencia creada sobre cualquier tipo de empresa privada”, decía la carta, en obvia y clarísima alusión a la connivencia de la directiva del gremio.

Esta vez, además de los más notorios portavoces de los futbolistas de la A y de la B, estaban casi todos los capitanes y representantes de los planteles, por lo que la lógica y tal vez cierta ética les dejaba poco margen de maniobra a los dirigentes de la Mutual, que sorprendentemente, a excepción de los renunciantes Fabián Pumar y Adrián Berbia, salieron a defender lo indefendible con el escudo procaz y grotesco del Pato Celeste, que agitó su CV carcelario: “Yo no me metí porque no tengo que meterme, pero me tocás a mi hermano de la vida y te parto al medio. ¿No entendés? ¿Qué querés, que te hable en francés? Si ese es el vocabulario de la gente. ¿Qué dicen en la calle? No te hagas el vivo. Dejate de joder. Si no, te parten al medio. [...] Hay más tuco en la olla, y hay cosas jodidas y delicadas. Yo tengo 54 años y estuve en cana. No me cabe nada”.

Tribunal de Horror

No sólo no renunciaron atendiendo a la voluntad firmada por más de 75% de sus socios, sino que después de dormirla por un par de semanas accionaron el Tribunal de Honor que, por intermedio de su presidente, Juan Ricardo Faccio -que trabaja en un programa televisivo de la pantalla de Tenfield-, esbozó y estuvo, o está, a punto de poner en práctica un interrogatorio propio de la inquisición. El ex futbolista, entrenador, periodista, autor y dramaturgo propuso interrogar a cada uno de los jugadores para conocer su opinión respecto de lo que reclamó y, de paso, hablar sobre otros tópicos. Esta práctica que a algunos nos remite al macartismo se pensó para los primeros días de este año, pero pareció que quedaba completa y lógicamente desarticulada cuando se reunieron cinco jugadores y sus asesores (un abogado y un escribano) con el Tribunal de Honor integrado por Juan Faccio, Balparda, Techera, Walter Corbo y la escribana Liliana Sosa. En menos de dos minutos, los asesores legales se pusieron de acuerdo en que certificar las firmas era innecesario, además de que llevaría mucho tiempo y económicamente era imposible sustentarlo. El ex golero Walter Corbo aclaró al Canal 4 que no habría que ratificar las firmas.

Pero no fue así. La caza de brujas siguió en latencia, y la Mutual, por intermedio de Faccio, preparó sus interrogatorios, que han sido rechazados por la mayoría absoluta de los planteles, y entonces las preguntas se han sustanciado sobre unos futbolistas que no han firmado. Como con Galileo Galilei, los inquisidores habrán preguntado y habrán encontrado las respuestas que buscaban.

El camino

Matías Pérez dijo en estos días en Deportivo Uruguay que para él la situación era triste: “Uno siente que no es respetado. Han pasado cosas raras y siguen pasando, y eso nos desconcierta. Quieren ir a los planteles llamando a nuestros empleadores, y no a nosotros, los jugadores. Hay una gran influencia de un lado que les motivó todos esos cambios. Entreveran la cosa, la ensucian. La gente se ha dado cuenta de que hay un montón de malos manejos, de que hay algo que no está funcionando bien, de que hay algo que no es transparente”.

“Nada nos va a desviar de ese camino. Ante estas cosas, uno tiene más convicción por lo que está peleando, por las cosas que quiere, y ese camino es el que vamos a seguir. Esto es en pro del jugador y de nuestro fútbol, empezamos por nuestra casa y esperemos mejorar en todo; nada nos va a desgastar”, dijo Diego Scotti ayer en Derechos exclusivos, donde adelantó que presentarán las 50 firmas que Faccio reclamó.

Y este partido que no fue partido seguirá, y los jugadores, los que jugamos para el lado del fútbol y la vida, que a veces son la misma cosa, nos hemos juntado para siempre, seguiremos sudando la camiseta hasta la victoria.

Hasta la victoria siempre.