Desenvolviéndose con seguridad, aplomo y carpeta, Uruguay empató sin goles con Venezuela en San Cristóbal. Habiendo avanzado ese casillero, quedó en la mismísima frontera de Rusia 2018. Como un fondista que maneja los tiempos, controla los embates del rival y sabe cuándo atacar, cuándo controlar, cuándo arriesgar para llegar a la meta, la selección celeste comenzó el partido con la certeza de que el punto era un paso enorme hacia la clasificación como piso, sin renunciar nunca al techo de vencer como visitante en San Cristóbal y quedarse tempranamente con la visa para el torneo que se celebrará en el próximo verano ruso.
Fue un empate a tren controlado. Pero ese control no significaba no dar todo, sino meter el puntito en la alcancía para llegar a Rusia. Tal vez Uruguay no haya merecido ganar, pero tampoco Venezuela. Esto se debió a la capacidad conseguida en el transcurso de los años y al trabajo y la elección justa de los futbolistas con la que se arman los equipos celestes, capaces de plantarse con solidaria seguridad colectiva para neutralizar primero, intentar con la pelota en los pies después, sin apostar todo a las prestaciones individuales de los descollantes Edinson Cavani y Luis Suárez, que no todas las noches pueden andar volando.
Bien metido ese punto, un placebo para eliminar cualquier posibilidad de nervios, de desencuentro por estrés cuando el martes la celeste llegue al Centenario para sellar el pasaporte en el partido con Bolivia. Ahora que estas líneas están ante tus ojos, lo de ayer ya es historia y cada uno de nosotros la podrá calificar como quiera usando el calibre razón-emoción y viceversa.
¿Qué historia puede tener un empate sin goles en Venezuela? Para algunos, ninguna; para otros, sin embargo, aunque resulte olvidable como partido en la memoria del Youtube de la mente, es trascendente en la visualización de la tabla de posiciones. De la misma manera, el imaginario popular lo colocará en la góndola de lo inolvidable o lo olvidable. Pero así como está la historia reciente de ayer, hay otra historia: la de este período de la clasificatoria mundialista, una historia que empezó el 8 de octubre de 2015 con el histórico triunfo sobre Bolivia en la altura de La Paz, y que en dos años y 17 partidos se fue escribiendo y nos otorgó una inusual tranquilidad cuando falta una fecha para que termine la competencia. Pero la historia, esa cadena de acontecimientos, hechos, palabras, razones y sinrazones, esta historia, todos sabemos que empezó en marzo de 2006, cuando Óscar Washington Tabárez empezó a ejecutar su Programa de institucionalización de los procesos de selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas. Todo nació ahí, y después de algunos entrenamientos, unos cientos de elecciones y citaciones, otros cientos de partidos y, seguramente, miles de charlas, dudas, convencimientos y convicciones, llegamos a este momento, en el que es innegable que la nave va.
Los 11 que entraron ayer –Fernando Muslera, Maximiliano Pereira, Diego Godín, Jose María Giménez, Martín Cáceres, Nahitan Nández, Federico Valverde, Matías Vecino, Cristian Cebolla Rodríguez, Edinson Cavani y Luis Suárez– pasaron por selecciones juveniles en el siglo XXI. Casi todos, a excepción del Mono Pereira, definido por Tabárez como el ADN de estas selecciones, pasaron por un proceso de observación en su formación, de espera, de tener el mínimo de kilómetros recorridos para asegurar su ensamble casi natural en este grupo dinámico de alta competencia.
La recompensa del Mundial, el tercer Mundial consecutivo, está ahí, a la vera de este camino seguro y muy, muy trabajado.
A la carga
Fue lindazo el arranque del partido, porque con mucha presencia futbolística –léase la condición, capacidad y seguridad para desarrollar el juego–, los de Tabárez pusieron la imagen sobre el arco venezolano. En tres minutos hubo dos situaciones de gol, con Josema como protagonista, y en una de ellas Fariñez mostró su enorme capacidad al sacar la pelota del ángulo. De ahí para adelante, vino la ola de tendencia venezolana, con mucha posesión pero escasa peligrosidad. Con su segura escuela de marca, los uruguayos fueron desarmando las intentonas de Venezuela, que por lo menos consiguió un par de tiros de esquina. Fueron 20 minutos sin brillos, pero con la seguridad que ofrecen esos colectivos que por la solidez de su prestación neutralizadora, o por la carpeta, o por la suma de experiencias y capacidades, dejan una sensación absolutamente tranquilizadora. Aunque el campo pesado y desparejo no era de gran ayuda, los celestes estiraban hasta el umbral del riesgo su intento de control de la pelota. Salían desde la medialuna, con Federico Valverde como hacedor inicial de casi todas las jugadas. Muchas de ellas salieron bien y fueron estimulantes, en tanto no es nuestra media de juego, pero constituyeron una ansiada posibilidad de avanzar hacia eso. Un equipo maduro, seguro, firme. El empate sin goles con el que se cerró la primera parte fue un eslabón más de la cadena de producción celeste.
Tranquilos, nosotros
El complemento arrancó distinto. Una decisiva llegada vinotinto activó una gran atajada de Muslera. Uruguay contestó de primera, y Cavani obligó a lucirse a Fariñez. Pudo haber sido el primero. Suárez reclamaba el pase, pero Cavani estuvo bien para terminarla de la forma en que nos tiene acostumbrados, con un chutazo cruzado.
Venezuela se vino arriba con peligro, con su juego rápido y casi de catálogo, pero otra vez la oncena uruguaya reaccionó con capacidad y seguridad, controlando la pelota –y, por lo tanto, el juego– y metiendo un par de ofensivas intimidantes. El juego quedó establecido en rápidos intentos ofensivos venezolanos y buen control uruguayo.
Tabárez decidió el debut absoluto de Rodrigo Bentancur, que entró por Cristian Rodríguez y elevó la capacidad de tenencia de pelota. Tras un período de control cómodo de los intentos venezolanos, los de Rafael Dudamel volvieron a acercarse a la zona de influencia de Muslera, que debió responder ante un par de fuertes remates. La entrada de De Arrascaeta por Valverde abrió una nueva posibilidad de desequilibrio. De hecho, una maravillosa incursión del de Nuevo Berlín se resolvió con gran habilitación para Cavani, que estuvo a nada de anotar. Unos minutos después, un centro de Giorgian teledirigido a los cabeceadores de celeste casi le da el gol a Luis Suárez, que con una palomita cabeceó afuera. En cualquier circunstancia teórica, el empate de visitante está bien en esta competición, máxime en este caso, en el que la unidad blindaba la posibilidad de estar en Rusia 2018.
Yastá
En una competencia en la que cuatro equipos sienten la enorme gratificación del campeón, que es la clasificación a la fase final de Rusia 2018 –por lo que hemos sido campeones en cada una de las 17 fechas jugadas–, hay que sentir la satisfacción de los desarrollos y del presente de la selección. Está bárbaro, realmente. Saludemos esta historia, la de Tabárez y su selección, la de Tabárez y cada uno de sus jugadores, la de la selección y nosotros.