I) El crecimiento económico
El crecimiento económico del país entre 2004 y 2014 fue de 63%, es decir, un promedio anual de crecimiento de 5%. En este crecimiento aumentaron tanto el consumo como las exportaciones; incluso el consumo interno aumentó en estos diez años a una tasa promedio de 5,5% anual, y las exportaciones de bienes y servicios, a una tasa promedio anual de 4,3%.
Por ende, primer mito que se quiebra: hay que elegir entre el mercado interno y las exportaciones. Hemos demostrado que se puede crecer en ambos mercados.
II) La distribución de ese crecimiento
Hemos sostenido siempre que “el crecimiento económico es condición necesaria para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, pero no suficiente”. Durante la década de 1990, con crecimiento económico, pero con la aplicación de un modelo que hemos denominado LACE (Liberal, Aperturista, Concentrador y Excluyente), el desempleo permaneció constante y aun creciente al final de la década, el salario real creció menos de la sexta parte que el producto, el salario mínimo cayó a más de la mitad, y la desigualdad medida por el conocido índice de Gini aumentó a lo largo de la década. O sea: crecimiento con exclusión.
Veamos qué pasó con la distribución. La desigualdad ha mejorado sustancialmente en sus dos indicadores. Por un lado, el índice de Gini viene cayendo desde 2007 y descendió a 0,386 en 2014, el valor más bajo de la historia del país.
El otro indicador es la comparación entre el ingreso medio del 10% más rico respecto del 10% más pobre. Dicha relación pasó de ser más de 20 veces mayor durante la crisis de 2002, llegó a 18 veces en 2006 y ya está en el orden de 12,5 veces en 2014.
La pobreza también ha caído nuevamente. Recordemos que al comienzo del gobierno frenteamplista era de casi 40% de las personas y ha bajado permanentemente, tanto que en 2014 hay más de 900.000 personas pobres menos que en 2004 y hemos llegado a 10% en 2014.
Segundo mito que se derrumba: primero hay que crecer para después distribuir. Hemos demostrado que se puede crecer y distribuir al mismo tiempo.
III) La política presupuestal, salarial y de empleo
Sólo una política integral que articule lo social con lo económico, que sea consistente y que priorice el traslado a la población de los frutos del crecimiento puede obtener estos resultados.
Y la primera constatación es la tendencia clara y firme desde 2008. ¿Qué pasó en 2008? Comenzaron las tres reformas estructurales que explican los cambios distributivos que actúan sobre estos indicadores: la reforma de la salud, en particular con el ingreso de 500.000 niños y adolescentes al seguro de salud; la reforma tributaria con la eliminación del impuesto a los sueldos y su sustitución por un Impuesto a la Renta de las Personas Físicas por el que paga más quien gana más, y la reforma del sistema de asignaciones familiares, que las amplió e incrementó sustantivamente su monto.
La segunda constatación es que la clave de las mejoras estuvo en los hogares donde viven más niños y adolescentes, y ello estuvo vinculado a la prioridad asignada a estos hogares, primero en el Plan de Emergencia y luego en los cambios en las asignaciones familiares, las tarjetas sociales, la reforma de la salud y proyectos como Uruguay Trabaja y Uruguay Integra.
Esto fue acompañado de una distribución presupuestal que permitió que estemos casi en el doble del gasto social en 2014 que en 2005 en valores reales, pasando de 19% del Producto Interno Bruto (PIB) a 26% en 2014.
La segunda razón está en la cuestión salarial. Es obvio que los niveles de ingreso que permiten mejorar los indicadores de pobreza y desigualdad están asociados a los salarios, y en particular a la evolución del salario mínimo, ya sea por quienes lo ganan o por cómo influye en el ingreso de sectores de menores salarios como servicios o comercios.
Por otra parte, en un contexto de un salario real que aumentó a un promedio de 4% anual en los diez años, los salarios de los sectores que menos ganaban aumentaron de manera importante.
Tercer mito que se derrumba: los aumentos de salarios provocan un empuje inflacionario. La inflación depende de muchos otros factores y es posible, en una economía en crecimiento, que crezcan los salarios sin que esto impacte en la inflación, como ha sucedido.
Otro tema es saber qué pasó con el empleo. Así como el récord de desempleo de 17% en 2003 fue un generador de pobreza y desigualdad, el acceso al empleo, combinado con el punto anterior de mejoras generalizadas de salarios, fue un contribuyente notorio a la baja de la pobreza y la desigualdad. Una tasa de desempleo de 6,8%, la más baja de la historia del país, que significa que desde aquellos años más de 300.000 personas consiguieron trabajo.
Pero no sólo es cuestión de conseguir trabajo y de mejorar el salario, también es cuestión de mejores condiciones de trabajo dentro de las cuales es clave la formalización. Y allí hemos pasado de unos 900.000 cotizantes a la seguridad social a casi un millón y medio, lo que significa que mucha gente que tenía empleos en negro ahora está registrada en la seguridad social, con todas las ventajas presentes y futuras que ello implica.
Cuarto mito que se derrumba: el aumento de salarios provoca una reducción del empleo; hay que elegir entre aumentar salarios o crear empleos. Hemos demostrado que es posible que ambos aumenten a la vez y que la masa salarial aumente como parte del ingreso nacional sin que ello afecte el proceso de inversión.
Volvamos al inicio: ¿qué pasó con el proceso de inversión en estos diez años? En línea con el crecimiento económico, la inversión privada creció de manera importante llegando a más de 15% del PIB (niveles muy por encima de la media del crecimiento de los años 90).
Quinto mito que se derrumba: una política de mejoras salariales, regulaciones laborales y de direccionamiento del empleo alejará a los inversores y los llevará a economías flexibles y con bajos salarios. Eso no pasó, más bien lo contrario.
IV) Conclusión final
Esta nota se propone demostrar que desde el pensamiento capitalista dominante siempre se han planteado “problemas” que era necesario asumir para poder despegar. Y las soluciones a esos problemas siempre pasaban por el ajuste y el sacrificio de los trabajadores. Debían permitir la ganancia empresarial, sostener el empleo, contener la inflación, todo en pos de un futuro mejor que nunca llegaba.
Hoy está planteado nuevamente el debate: la reforma laboral empujada por las cámaras empresariales, el enlentecimiento desde 2014 del salario mínimo nacional, un estancamiento del gasto presupuestal en políticas sociales desde esa misma fecha, abren nuevamente el debate sobre los mitos.
Creemos firmemente en que es necesario retomar las políticas expansivas de salario, en particular de los más bajos, los subsidios y el direccionamiento del empleo y la profundización de las reformas sociales, todo ello en el marco de una expansión del gasto público social, como manera de seguir profundizando un modelo al servicio de los trabajadores.