Las elecciones del domingo en Sicilia tuvieron varios vencedores y sólo un derrotado: el Partido Democrático (PD) del ex primer ministro Matteo Renzi. Estos resultados asustan a la dirigencia de ese partido porque desde hace años los votos sicilianos, como una Sibila, profetizan una tendencia nacional.

Ganó, sobre todo, el partido de la abstención: la participación fue muy baja, 46,7%, en un país donde votar no es obligatorio y donde, como declara la Constitución republicana de 1948, el ejercicio del voto es un “deber cívico”. De 4.661.111 ciudadanos que figuraban en el padrón, votaron sólo 2.179.474. Aunque se ajusta a una tendencia mundial, el detalle no es insignificante, sino que revela una profunda desafección de los ciudadanos hacia la política, sobre todo hacia la política de los partidos. Por efecto de esa amplísima abstención, y de una ley electoral que regala seis escaños a la coalición que gana, aunque lo haga por un solo voto, la región de Sicilia será gobernada por un Ejecutivo que será la expresión de una minoría de ciudadanos.

Ganó Sebastiano Nello Musumeci, y la coalición de centroderecha (integrada por las derechistas Forza Italia, Hermanos de Italia, Liga Norte y pequeñas formaciones de centro) que obtuvo 39,80% de los votos, consiguió la mayoría de los escaños en el parlamento regional y logró revertir el resultado negativo de hace cinco años, cuando se presentó dividida. En consecuencia, ganó Silvio Berlusconi, cuya anunciada desaparición de la vida política italiana no se cumplió. Volvió más fuerte que nunca, poniendo una pesada carga sobre las elecciones italianas de 2018 y presentándose como la única verdadera garantía para los conservadores ante la avanzada del Movimiento 5 Estrellas. “La izquierda fracasó. Nosotros somos la única alternativa a [el comediante y fundador de ese movimiento, Beppe] Grillo”, dijo luego de enterarse de los resultados de la elección.

Ganó también el Movimiento 5 Estrellas. Los votos que logró el aspirante a gobernador Giancarlo Cancelleri, 34,70%, pertenecen todos a ese movimiento, que no se presentó en coalición. Por esto mismo, a pesar de que fue el más votado, no gobernará la región.

Cínicamente, como expresaron varios comentaristas, se podría decir que esa es la situación perfecta: recibir el mayor número de votos sin tener que gobernar. El máximo de la gloria, sin la responsabilidad de gestionar un territorio muy complicado, con problemas antiquísimos y nunca resueltos, y con una máquina administrativa cercana al default. Gracias a ese resultado el Movimiento 5 Estrellas podrá llegar a las elecciones políticas con la fuerza de un gran respaldo y con la ventaja de mantener el papel de fuerza de oposición. Y, dada la debacle del PD y la reducida actuación de las fuerzas de izquierda, puede presentarse como la única alternativa a la derecha y a Berlusconi, y apuntar a seguir llevándose los votos a la izquierda.

En cierto sentido, ganó también la izquierda más radical, la que dejó el PD de Renzi y rechazó formar parte de una coalición de centroizquierda en Sicilia por la presencia del partido de Angelino Alfano (antes número dos de Berlusconi y actualmente aliado del PD en el gobierno nacional). El resultado que logró Claudio Fava, 6,1%, no es un gran triunfo pero permite superar el cuórum de 5% y empezar a imaginar una posible reconstrucción de un espacio político que desde hace mucho tiempo está vacante.

La izquierda logra enviar al PD un mensaje claro: no se gana mirando al centro y a la derecha, ni forjando alianzas “genéticamente modificadas”.

Perdió, sin posibilidad de apelación, el partido de Matteo Renzi. Si el 18,7% acopiado por la coalición de centroizquierda capitaneada por Fabrizio Micari es una derrota, el 13% que aportó el PD a esa coalición es un verdadero desastre. Y ese pésimo resultado llega luego de varias derrotas importantes (en la región de Liguria en 2015, en Roma y Turín en 2016 y en el referéndum constitucional del año pasado). En todos los casos se trató de señales que no fueron debidamente tenidas en cuenta en la dirección del partido. Y la batalla final ya parece iniciada: la minoría interna puso sobre la mesa la cuestión del liderazgo de Renzi.

El estatuto del PD prevé que el secretario de esa organización política sea también candidato a primer ministro, pero Andrea Orlando, líder del sector minoritario, presiona para la construcción de una coalición más amplia para las elecciones políticas de 2018. Esto, dice, tiene como consecuencia que la designación del aspirante a jefe de gobierno sea decidida conjuntamente con las otras fuerzas de la coalición. Miembros más moderados del partido, en cambio, señalan el nombre de Paolo Gentiloni, actual primer ministro.

Renzi no se resigna a entender que la capacidad carismática que tiene dentro de su partido no se corresponda con una fuerza de atracción similar fuera de ese ámbito, y que, por el contrario, su arrogancia y solemnidad generen rechazo. Ayer, frente a la derrota y al sumiso cuestionamiento de los suyos, afirmaba: “Hace meses que buscan eliminarme, pero no lo lograrán. De acá no nos movemos un centímetro”.