Cuando parecía que la cosecha estaba acabada, cuando todo hacía pensar que se extendería la definición a media hora más de juego de prórroga, la pelota quieta, la buena pegada de Lucas Hernández en el tiro de esquina y la enorme jerarquía de Cristian Cebolla Rodríguez, de irreductible esfuerzo y capacidad, que de cabeza la puso contra las redes, torcieron el posible destino de un partido en el que Defensor no sólo frenó a los carboneros, sino que además estuvo mucho más cerca de convertir durante los 90 minutos –el gol de Peñarol fue a los 93– que de recibir ese gol, que al final lo dejó malherido, por la derrota, por la reacción de los violetas y por lo que pueda pasar el domingo, cuando Peñarol, como ganador de la Tabla Anual, vaya por una victoria para quedarse con el Campeonato Uruguayo. Si el que gana es Defensor, habrá dos finales más.

Pensar, preparar, explicar el partido para desarticular las virtudes colectivas del rival puede ser un buen insumo inicial para desarrollar un partido jugado en la teoría, pero que no siempre después se puede desarrollar en los hechos. El Defensor de Eduardo Acevedo les puso mucha cabeza a la planificación y a la preparación del partido.

El comienzo del juego fue frenético. Seguro que normal, esperable, casi natural para aquellos espectadores que, acostumbrados a ver y escuchar de Peñarol, entendían, o les trataban de hacer entender, que así sucedería, por una serie de razones y sinrazones, tics y preferencias. Pero seguramente los aficionados de Defensor, muchos menos pero mucho más enterados de la valía y la potencialidad de los futbolistas de violeta, también habrán encontrado coincidencia, o por lo menos no se habrán sorprendido, al ver a sus futbolistas ir e ir sobre el arco del coloniense Kevin Dawson.

Esa verticalidad nos tuvo entretenidísimos durante un cuarto de hora para un lado y para otro. Diego Rossi se destacaba en el ataque carbonero y del lado de enfrente lo hacía el panameño Cecilio Waterman, aunque sin poder doblegar a Dawson. Fue justamente el meta coloniense que a los 23 salvó en una infernal atajada la casi segura caída de su arco cuando Damián Suárez remachaba cruzado sabiendo que tenía que ser gol. Tras la atajada, en la caída Dawson se dislocó el brazo izquierdo y casi tuvo que salir del partido.

Unas jugadas para aquí, otras para allá, después vino la jugada más polémica de la noche, cuando una pelota puesta en profundidad para Ayrton Cougo hizo que el arachán entrara al área como cuchillo caliente en manteca. Ayrton, en sexta o séptima, metió un pase voucher de gol, al que sólo le faltaba el número de documento de Waterman, que la tocó a las redes sin la potencia sugerida para salir a festejar, dio en el caño y entonces Ramón Cachila Arias, experto en cierres, dibujó un despeje que nunca se podrá saber si fue lícito o no, en tanto imagino la posible repetición y la posible explicación asertiva del comentarista determinando que no fue gol, mientras Eduardo Acevedo lo festejaba en una puesta en escena propia de una escena de Pulp Fiction que Quentin Tarantino nunca grabó porque lo perseguía el acting del director técnico defensorista.

Siguió a pleno, más cerca la violeta. Hace varios partidos que Facundo Castro está teniendo una incidencia determinante en Defensor, más que por su velocidad, por su cada vez más precisa y potente jugada. Peñarol igual intentó con Rossi, el más peligroso, porque la pizarra violeta anuló las vías de salida del fútbol carbonero, tapando a Walter Gargano y Cebolla Rodríguez, con una presencia de marca casi espejo y opresiva de Carlos Benavídez y Matías Cabrera.

Más allá de los posibles errores arbitrales o las falencias propias de nosotros los humanos para determinar cosas que sólo la precisión robótica podría dilucidar, el primer tiempo estuvo buenísimo, a tal punto que esos actores de reparto que este reportero suele citar como suizos, keniatas y canadienses que llegan a la Olímpica a ver el partido sin saber quién es quién, nunca hubiesen podido saber quién era el que venía mejor, o el que la historia manda que debía ganar, o el que los periodistas golpea-mesas aseveraban a los gritos que era el favorito. Nada tan interesante y parejo que aceleraba el interés.

Una vez casi hice un gol, pero no

Siguió precioso el segundo tiempo. Al arranque estuvo más cargado para el lado de Rossi, que es un joven interesantísimo y tal vez no debidamente valuado por su presente y su futuro. Pero casi enseguida volvió la racha para Defensor, que por la izquierda, con una aceitada conexión de Suárez, Cougo y Castro, volvió a generar hondo peligro para Dawson.

A los 17 el panameño Waterman, como un remate de 200 metros de los Juegos Centroamericanos, hizo un sprint con pelota de 60 metros y dejó a todos a sus espaldas, y la definición otra vez mandó la pelota al caño. ¡Clanc! Y todo seguía como estaba. La tensión, la emoción, no se disipó. A medida que se fueron acumulando los minutos, en la tarjeta de los jueces de la platea y de la tribuna empezó a ganar Defensor, más incisivo, más atacante, más repetitivo en sus acciones ofensivas. Así y todo, cuando ya estaba el belenense Cristian Palacios en el campo, a la media hora le pusieron un largo pelotazo que el goleador parecía que cambiaría por gol hasta que, corriendo de atrás, Matías Bochita Cardacio la mandó al córner.

Evidentemente, como ya había pasado en otros partidos, a Peñarol lo complicaron con un bozal en la mediacancha, sólo que esta vez no apareció el gol salvador de Palacios, como contra la IASA o Juventud, y esta vez no hubo otro recurso que apelar a la pelota quieta, que se sabe, en nuestro fútbol, puede andar, y si no, que le pregunten al Cebolla, que se peló en el área e hizo llorar a sus hinchas, definiendo la Anual.