Con la manija suelta, la aceleradísima expectativa y un fogoneo excesivo e imprudente que anticipaba el título de campeón sin respetar las posibilidades del rival, Uruguay sufrió un duro revés al perder 3-0 con Venezuela, que volvió a jugar muy bien y consiguió sus tres goles en cinco minutos cuando promediaba la segunda parte, doblegando por completo a los dirigidos por Fabián Coito. Los celestes nunca pudieron encontrarle la vuelta al partido ni a los velocísimos delanteros caribeños, entre los que se destacó especialmente Yefferson Soteldo.

Viene de planchada

Como si no fuera posible quitarnos de encima, ni aun en el éxito, la presión que aprieta en la competencia, la contundente victoria de los ecuatorianos 3-0 sobre Colombia en el partido de primera hora en Quito hizo que los chiquilines celestes salieran a la cancha con la alerta-obligación de que para ser campeones el partido era el de ayer, por lo que no había que darle largas a la cosa. En consecuencia, los primeros minutos del partido fueron incómodos para los uruguayos, que lucieron agarrotados y sin tino.

¡Pucha digo! Ni en las buenas podemos ejercitar el libre disfrute del juego. Pero era lógico que fuera así. Como parece que ya nunca volveremos a ser millonarios del fútbol como tal vez lo hayan sido los que vestían aquellas pesadas camisetas celestes en la primera mitad del siglo pasado, una vez más nos aguantamos en nuestra cajita de ahorros de la defensa sólida y efectiva, y con la línea de crédito de una mediacancha siempre solidaria y ordenada a la hora de tratar de controlar el principio de desequilibrio de los rivales. No se trataba de ansiedad. Era volver a jugar un partido de similar dificultad que el primero de este campeonato, y la imposibilidad de acomodarse en el juego, sin regalarse.

En media hora de juego, no hubo más que una posibilidad de gol y fue para Venezuela: una brillante aparición del delantero Ronaldo Peña, que con un anticipo en palomita sacó un cabezazo que se fue apenas al lado de la estirada del arquero Santiago Mele. Si no infartan, les cuento que a los 32 minutos Mele protagonizó una atajada increíble, o que a los 34, después de un gran desborde de Soteldo por la derecha, el venezolano Sergio Córdova metió un infernal derechazo que se fue apenas afuera. Ahogados, asfixiados, los muchachos celestes sufrieron esa parte del partido y, agarrados del pincel, intentaron esperar el momento para tratar de dar el golpe. En el cierre del primer tiempo, en dos jugadas de pelota quieta consecutivas, estuvo a punto de llegar el esperado gol: primero, una jugada de pizarrón que dejó a Nicolás Schiappacasse cara a cara con el arquero venezolano, que resolvió la situación con una intuitiva y estupenda atajada de Wuilker Faríñez. De inmediato, en el córner, un cabezazo del lateral zurdo Mathías Olivera que se estrelló en el travesaño.

Que te saco la escalera

Así hubo que arrancar la segunda parte, con más seguridad y las mismas convicciones, reforzadas por el decir del cuerpo técnico en los vestuarios, que además intentó ajustar algunas situaciones inconvenientes. El partido siguió siendo muy incómodo, muy peligroso, y las corridas del velocísimo Soteldo no cesaban de perturbar a la última línea uruguaya y, en definitiva, a todos nosotros.

Coito intentó modificar el juego con el ingreso de Agustín Canobbio en sustitución de Rodrigo Amaral, fundamentalmente para reforzar la zona por donde estaba cargando el imbancable Soteldo. Y fue por ese lado, en una doble jugada de enorme peligro, que llegó el gol de los venezolanos, en una entrada profunda del zaguero Josué Mejías.

Casi enseguida, en la jugada inmediata al saque de los uruguayos, el árbitro boliviano sancionó un penal de Santiago Bueno, y Soteldo colocó el 2-0 para la selección vinotinto. Iban 25 minutos de la segunda parte y la diferencia era muy pesada. Y se haría mucho más pesada cuando Facundo Waller cometió un penal ante una nueva arremetida de Soteldo, penal que Ronaldo Chacón cambió por gol.

Quedaron 3-0 cuando faltaban diez minutos para que terminara el partido. En realidad, ya había terminado el juego para los celestitos, que lo que podían hacer era achicar la diferencia y ya contar con alguien, que no ellos, pensando en la definición del sábado, en la que habrá que enfrentar a los ecuatorianos.

La caída del invicto -la selección uruguaya llevaba una secuencia de cinco victorias consecutivas, a la que había que sumarle aquel empate inicial ante estos mismos venezolanos- y la frustración de no haber podido aprovechar la oportunidad anticipada de campeonar, seguramente pesarán en el grueso de la afición ajena al fútbol. Tal vez también hagan mella, ligeramente, en los protagonistas, pero no en los conductores de este equipo, que seguramente tratarán de aprovechar el abanico de posibilidades con las que contará la oncena celeste el sábado para levantar la copa.

Los dos puntos que Uruguay les lleva de ventaja a los locales son los que ofrecen a los uruguayos la posibilidad de conseguir el título incluso con un empate. Pero eso dependerá del resultado del partido entre Argentina y Venezuela.

La de ayer, una derrota inapelable ante un rival que fue muy superior en la contienda, no descalifica a un colectivo que, a diferencia de los especialistas y de empresas o medios, nunca aceleró su natural expectativa de campeonar (extrañamente, en Uruguay ya parecía que eran campeones), posibilidad que se mantiene en pie justamente por lo hecho en todos los partidos anteriores. Es el sábado, será un partido dificilísimo con el local, pero estos gurises siguen siendo los mismos, y el cuerpo técnico, con su natural idoneidad y moderación, procurará llevarse el premio máximo del campeonato. Un tropezón no es caída.