Bo, tengo palpitaciones en el momento de escribir esto. Estoy solo frente a un televisor. Alzo los brazos, hago puñitos y me viene esa sensación única e indescriptible que suma lagrimitas que afloran sólo para quien conoce de esto. No es que conozca porque lo haya estudiado; lo conoce, lo sabe, porque lo ha vivido desde siempre, tal vez desde la vida intrauterina. No me lo quieras minimizar, porque no te voy a llevar el apunte; no te hagas el nunca visto diciendo que son juveniles y que nadie les da pelota, porque no te la voy a llevar. El triunfo, el partido y el desarrollo del juego tienen una marca registrada del fútbol uruguayo. Uruguay ganó de atrás, 2-1 frente a Brasil, con un gol en la hora de Matías Viñas, y es líder despegado del hexagonal final del Sudamericano sub 20, con 6 puntos de 6 jugados. Un triunfo, una performance típica de los genes del fútbol uruguayo, pero no concebida desde la improvisación o la bohemia, sino desde la organización y el trabajo para potenciar estas situaciones.

Antes de empezar el partido, volví a escuchar al entrenador uruguayo, Fabián Coito, que esta semana pasó por mis tres programas deportivos preferidos: Deportivo Uruguay y Derechos exclusivos en Radio Uruguay y Fútbol y compañía ahora en FM Del Sol. No lo hice sólo para regodearme con sus interesantes conceptos, ni mucho menos para hacer tiempo antes de que empezara el partido. Lo hice porque en los tres programas mencionados, y quizá en otras apariciones, Coito dejó entrever en distintas respuestas la importancia del colectivo: de este en particular pero de todos en general, o por lo menos de todos aquellos que se hacen colectivos en el Complejo Uruguay Celeste. Habló de la formación de los jóvenes como futbolistas, pero más aun como jóvenes uruguayos, y de la asunción de sus roles en el grupo. Juegan como uruguayos, sin que ello represente un motivo de ostentación de su calidad futbolística ni de inconformidad por la ausencia notoria de lúcidas combinaciones que generan una estética que satisface a sus seguidores. Los uruguayos juegan como Uruguay. Y entonces, ya con el cronómetro del partido encendido, la apreciación de las propuestas estratégicas mediante la táctica, y el desarrollo inicial de las acciones entre los antagonistas, se me metió en la cabeza que así como los uruguayos juegan como uruguayos, los Uruguay-Brasil, en la categoría que sea, en la cancha que sea, siempre han sido así. Siempre, casi siempre.

Respeto bien entendido

Cualquiera menos cuatro o cinco naciones futbolísticas -y tal vez ni tanto- juegan con Brasil sabiendo que el partido es difícil pero se puede ganar. Ya lo sabemos: Uruguay es uno de ellos.

Claramente, los diez minutos iniciales marcaron la preeminencia del intento de juego preciso y rápido de los brasileños por sobre la seguridad táctica de los orientales. Los celestes lograban desbaratar bien y rápido los bosquejos de avance de la canarinha, pero cuando tenían la pelota no lograban armar jugadas de ataque. Las mejores ofensivas celestes fueron de pelota quieta: un tiro libre de Nicolás de la Cruz que in extremis sacó al córner el arquero brasileño, y un cabezazo de Agustín Rogel que dio en el travesaño inmediatamente después de un gran contraataque de Nicolás Schiappacasse en el que casi llega la apertura.

Si realmente era un Uruguay-Brasil como siempre, no resultó sorprendente ni un golpe inesperado el que se produjo cuando a los 24 minutos, un mágico pase de David Neres entre las sólidas líneas de la defensa uruguaya encontró solo frente a Santiago Mele a Guilherme Arana, que marcó el primer gol del partido.

Los juveniles uruguayos continuaron con su estrategia de neutralización de los brasileños, pero esta vez con una situación inédita en todo el campeonato: iban perdiendo. Durante toda la primera parte se mantuvieron como si no se hubiesen enterado del gol de Brasil: el juego siguió siendo el mismo, y realmente no hubo superioridad de ninguno de los dos, pero la diferencia estaba en que ganaba la verdeamarela.

Somos así

Bajo una pertinaz lluvia arrancó el segundo tiempo con la pretensión celeste de encontrar el empate. Coito decidió que salieran a la cancha los mismos 11 que habían jugado el primer tiempo, con la misma disposición en el campo y con Schiappacasse solo como delantero neto. Pero el juego se presentó distinto: los garotos estaban más sueltos, creaban más espacios y corrían. No obstante, a pesar de las dificultades, los uruguayos consiguieron arrimar al arco contrario, hasta que en el cuarto de hora se produjo un saque largo de Santiago Mele, luego una peinada del 9 - juegue con el número que juegue- y control del 10 -en este caso los números sí coinciden- y Amaral que desde afuera del área mete el latigazo de zurda, seco, potente, incisivo, que se convierte en el empate uruguayo.

Con esto cambió el partido, porque Schiappacasse, pródigo y veloz, empezó a enloquecer a los defensas, y el coloniense Facundo Waller apareció por todas partes corriendo, jugando, trancando, y emergió esa certeza colectiva de pocos pero buenos. Una nueva falta sobre el delantero de Atlético de Madrid provocó la expulsión del central brasileño. El empate, más la roja, más el notorio crecimiento de los celestes en el campo de juego, resultaron en un dominio absoluto uruguayo, que fue haciendo crecer la sensación de que llegaría el segundo.

Nicolás de la Cruz fue titiritero del juego ofensivo celeste, y con el aplomo y la calidad de Rodrigo Bentancur y el ya mencionado despliegue completísimo de Waller, se avizoraba la llegada del segundo.

El plato final

Ta, pero no lo esperábamos así. Es la última jugada, parece que se fue la última y Gualler, como le dicen allá en Colonia, mete la última bocha como sabemos que lo hace cualquier jacito de pueblo cuando se va el partido, y Matías Viñas arranca justo y preciso como si fuera a sacar la loza de su pueblo, Empalme Olmos, y haciendo de zaguero que se cree 9 la manda al fondo de las redes, y Uruguay nomá, y te juro que tiemblo y me viene esa irracional y estúpida idea de que no pedí nacer acá, simplemente tuve suerte.

¡Uruguay nomá pa todo el mundo!