Después de haber comenzado su historia en el fútbol internacional de la peor manera posible -recibiendo un gol de local apenas comenzado el partido-, Boston River consiguió un sólido triunfo 3-1 sobre los peruanos de Comerciantes Unidos en su debut en la Copa Sudamericana en el Parque Central. La alegría del debut con victoria dejó también un sedimento de frustración, generado por la muy buena actuación de los uruguayos, que jugaron muchísimo mejor que los de Cutervo pero no pudieron extender en goles la diferencia que los pueda llevar con más tranquilidad a Perú el 1º de junio, día fijado para la revancha.

Toda una vida esperando este momento, y otros que tuvieron que ver mucho más que con la alegría y el premio por ser de los mejores, con el sufrimiento de la permanencia, con el dolor de la ausencia y de la casi desaparición, con el olvido y con el ya fue. Cuando después de perder la cancha, Boston River perdió su documento de club de la Asociación Uruguaya de Fútbol, los campeones de la Extra, los que subieron el primer escaloncito de la gloria, promediaban los 40, 45 años, y sus hinchas más fervientes, más o menos por ahí. Siempre imagino a uno, dos, tres soñadores impenitentes, creyendo y pinchando para que el club volviese a ser. Año tras año, durante más de dos décadas, tratando de resucitarlo, hasta que lo lograron, para alcanzar este, el más grande paso de toda su historia.

Dos minutos

Dos minutos, nada más. Así no hay historia que valga. Te juro, así no se puede. 1.000 años, 75 años esperando para esto y ver cómo la historia es vil y casquivana, y vos ves a un muchacho de amarillo, William Palacio, de un cuadro del cual ni su nombre podés identificar, que te corre la cancha de costa a costa y que, con la calidad de quien surfea una ola con elegancia, decide con el equilibrio justo para vencer a Adrián Berbia. Iban apenas dos minutos de historia. ¿A vos te parece justo? Pero en el fútbol no hay justicia, o capaz que sí, porque el gol del empate, golazo también, de Boston River, llegaría con el control y definición, como si fuese un 9 de toda la vida, del zaguero central Joaquín Pereyra.

Ahí fue como empezar de nuevo, y empezar bien, además, porque el Boston tomó el control absoluto y total del partido, pero con un gol de visitante en la canasta.

Se sucedieron los ataques de los verdirrojos, con buena técnica hasta tres cuartos de campo contrario, pero con falencias en el último pase, en el último toque.

Con paciencia apoyada en la seguridad, finalmente llegó el segundo, otra vez de Joaquín Pereyra (para mí que este flaco, cuando empezó en los juveniles de Danubio, se fue a probar de 9), que cazó un rebote del arquero y la mandó hasta el fondo de las piolas. Y también llegó el tercero en contra en un infeliz e incómodo cierre de Kike Rodríguez, que por querer evitar una jugada de gol, hizo un gol de vaselina de los que no les podrá mostrar a sus nietos. El 3-1 de la primera parte era revelador de la enorme diferencia de fuerzas de la competencia de anoche, pero también de la falta de experiencia en estos eventos de parte de los montevideanos, que no habían podido cerrar con un buen ahorro de goles para llevar, casi en invierno, a Perú, y rematar allá la clasificación. La revancha en la altura de Cutervo (2.700 metros sobre el nivel del mar y sin aeropuerto, por lo que no se puede llegar el día del partido) será el frío 1º de junio, que no es invierno pero hace un ofri que te la voglio dire.

¿Y dónde está el piloto?

La segunda parte mostró la convicción de que para Boston River era el momento de plasmar en goles la diferencia de juego. A puro toque y verticalidad, y aprovechando del manual de las jugadas de pizarrón, especialmente las de pelota quieta con fin de pelota aérea, el equipo de Alejandro Apud fue avisando del cuarto gol. El Mosquito Sebastián Sosa, que heredó de su papá Heberley y de su tío Pepe todos los berretines del área, hizo un excelente trabajo de pivot, que alimentó la creatividad final de Bruno Foliados, la precisión de Pablo Ceppelini, y la innegable jerarquía de Pablo Álvarez, un futbolista segurísimo y experiente, por la banda derecha.

Podemos contar hasta cinco o seis claras jugadas de gol, tres de Foliados y un par de Sebastián Sosa, otra de William Klingender, pero el cuarto no llegaba.

Y no llegó. Sí llegó el inesperado e impensado penal a favor de los incaicos de Comerciantes Unidos, que su arquero Exar Rosales tiró de manera tan desafortunada que la pelota terminó picando en el living de una casa de la calle Jaime Cibils.

Y claro, después de tremendo susto, para ellos, los jugadores, y para nosotros, los precarios enamorados de su juego, nos pareció que estaba bien ponerle la tapa al partido ahí mismo. Y así fue. Que lástima no haber hecho más goles, qué bueno haberlo visto jugar tan bien.

Y estoy seguro de que hay uno, o dos o tres que todavía se acodan al gastado estaño de la cantina y creen, por lo de anoche y por lo que vendrá, que valió la pena haber seguido manteniendo viva la ilusión.