Ni sorpresa ni estupor. Con un gran primer tiempo, sin complejos, y la inextinguible calidad de Juan Arango, el “nuevo equipo” de Maracaibo, el Zulia, derrotó en el Parque Central a Nacional 1-0 y de alguna forma tachó su derrota inicial de la semana pasada ante Chapecoense, así como la victoria de Nacional en Argentina ante Lanús.

Un volver a empezar con distintos gustos. Los petroleros maracuchos -aunque haya varios extranjeros en su oncena- lograron además lo que ningún club bolivariano había logrado en Montevideo. Los tricolores sufrieron la decepción de no haber podido potenciar su gran victoria de la semana pasada.

Hacer historia

¿Dónde empieza a jugar la historia en un partido de fútbol? La historia no como un legajo de antecedentes, sino como el sólido sedimento que capa a capa construye y modifica el espíritu y la acción del juego, de la forma de hacer, de la tradición, de la innovación.

Cuánta incidencia ha tenido la irrupción de la aldea global, que nos ha permitido develar secretos y misterios de otros campos, pero asimismo, para iniciados, permite propuestas incisivas, sin miedos, sin costumbre de “si soy visita ahí, echo p’atrás”, pongo la guagua en el arco. Anoche este novísimo equipo zuliano -es la última experiencia de club de Maracaibo, cuyo dueño es César Farías, y su técnico, su hermano Daniel- salió a jugar en el Parque Central de la misma manera con la que el local Nacional había empezado su partido del domingo pasado ante Racing por el Campeonato Uruguayo. Y seguramente eso está bien si acompaña la estrategia de juego y del juego en sí mismo, pero también puede desnudar cierta inexperiencia o candidez si esa puesta en escena es exclusivamente por el desarrollo de la teoría, por la proyección obligada de lo virtual.

Entonces, mano a mano, sin otras diferencias que los colores de las camisetas, la capacidad de los jugadores, el encaje colectivo y la ejecución de las estrategias, seguro que pudo haber llamado la atención la postura y el buen posicionamiento en la cancha de los venezolanos, con la inextinguible calidad de la zurda casi mágica de Juan Arango, que sin dudas entra en la compulsa de uno de los mejores futbolistas venezolanos de todos los tiempos. Fue así -por 20, 25 minutos- mucho más partido que el que los simplistas y reduccionistas definirían como accesible, porque son venezolanos, porque se llaman Zulia, porque perdieron en su cancha con el Chapecoense.

Ahí hay petróleo

Cuando a la media hora Jefferson Savarino recibió una enorme asistencia de gol de Juan Arango, controló y aplicó la receta de “esto se define así” -pie abierto, potencia, y dirección- para convertir el gol zuliano. Algunos aplicadores de ciertos desarrollos lógicos de lo expuesto en el campo no nos sorprendimos ni quedamos estupefactos, y refiero a este cronista, a varios de los vecinos de tribuna, pero principalmente a Martín Lasarte y a los propios jugadores de Nacional. A ninguno de ellos los tomó por sorpresa la desventaja en el marcador. Es más: todos eran conscientes de que -por más que a pretendidos señores feudales del fútbol les parezca que el orden establecido es inalterable- ellos, los venezolanos, los nuevos, los sin historia, estaban jugando mejor y, por tanto, ganando. Buenos movimientos colectivos, ambición ofensiva y resguardo mínimo pero básico en defensa fueron los argumentos esenciales para que los zulianos se fuesen al vestuario desconocido estando arriba en el marcador. Cómo cambiar, cómo generar distintos desarrollos a los (no) alcanzados en la primera parte era la tarea a resolver por Lasarte y compañía.

Prospección sin resultados

Cuando a los 37 segundos del complemento el venezolano Orozco reventó la pelota contra el travesaño del younguense Esteban Conde, en lo que pudo haber sido el pestañeo fatal del juego, fue el jeringazo de adrenalina en el corazón tricolor (¡qué peliculón Pulp Fiction!, ¿verdad?). Apenas unos minutos más y la asistencia externa recompuso cierta inestabilidad. El juvenil Agustín Rogel sustituyó a Diego Arismendi, que desde hacía casi una hora estaba desempeñándose como zaguero central porque una afección de garganta había sacado del plantel a su titular en esa plaza, Rafael García.

Poco a poco los tricolores empezaron a jugar solo en campo contrario y sin claridad, aunque con profundidad los de Lasarte empezaron a rodear el arco del experiente Renny Vega. Otro ajuste fue el ingreso de Rodrigo Aguirre por Seba Fernández, que multiplicó la acción ofensiva en carrera. A falta de 20 minutos para el fin, el cuerpo técnico de Nacional entendió que debía asumir el riesgo de pasar a línea de tres y dio entrada a Martín Ligüera como lanzador, sacando del campo a Alfonso Espino. Contra el marcador adverso, contra el riesgo de desnudarse demasiado, contra el reloj, Nacional puso muchas ganas y algunas ideas para desenterrar el tesoro del gol. Una, dos, tres veces tuvo el empate el local, pero no era la noche de Kevin Ramírez. Hasta lo último de lo último pareció que encontraría lo que buscaba, pero el triunfo, la epopeya, la hazaña de cada acción cotidiana ya la había conseguido el Zulia, y estuvo bien.

Eso es el fútbol, te da, te saca, y te permite volver a empezar.