Al problema crónico de la angustia de la hoja en blanco, reconvertido en este siglo en el de la pantalla vacía, le agrego ahora -hoy para mí, pero ayer o aquel día para ustedesel que creo que es un dilema, del que se sabe que no tendré salida, no le hallaré solución.

Para el cronista, asumir la responsabilidad de escribir sobre uno de los más fantásticos enfrentamientos de la historia del fútbol es como manejar una Ferrari. Mucho más hacerlo con el volante de la diaria y asumir que 40% de ustedes, potenciales lectores, vendrá ante esta concatenación de símbolos en busca de alegría y una sinergia con lo que pasó ayer, mientras otro tanto dejará de leer el diario de atrás para adelante y tal vez simplemente levantará este ejemplar de abajo de la puerta y lo tirará sobre una mesa, sillón o escritorio, dejando cualquier ensayo de lectura para otro momento, que será nunca para esa página, para ese link de la web.

Claro, la problemática acción se complejiza más porque seguramente 80% de los potenciales empuñadores de la diaria o lanzadores de esta ya habrán visto lo que la crónica de marras intentará narrar, y entonces es muy posible que algunos de ustedes quieran cotejar con un punteo cronológico de las acciones del juego lo que ustedes y nosotros ya vimos, en el estadio y en la televisión, y lo que habitualmente, por décadas, se hizo a modo de narración de lo que leían o escuchaban 1.000.000 y habían visto sólo 50.000 o 60.000. Tal vez muchos no hayan visto, si no estaban en el Centenario, la pancarta #MásUnidosQueNunca que mostraron los clásicos rivales a las cuatro tribunas solicitando al Ministerio de Educación y Cultura alguna acción “que nuestro fútbol sigue esperando” y pidiéndoles de manera directa y clara a los directivos de la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales (MUFP) que renuncien porque “La MUFP somos los futbolistas”.

En juego

Otra forma de salvar la situación sería desde el conocimiento, aplicando como sujeto de opinión una visión específica sobre la estrategia, la táctica, el colectivo y las individualidades, y todo lo que surge de esa salsa salpicada por la coyuntura de un gol, de una pelota en el palo, de una resbalada, de un acierto, de un descuido o del aleteo de un tero.

Aquí creo que anotaría que Nacional apareció nominal y posicionalmente con cuatro delanteros cuando atacaba (intentaba) y casi con cinco defensas cuando defendía, y fue bastante flexible en los primeros minutos de juego. Peñarol, mucho más estructurado que lo que Ramos supuestamente planificó, con Gastón Rodríguez por la banda derecha, Cebolla por la izquierda y Junior Arias y Mauricio Affonso a la altura del área tricolor.

También hubiese encasillado en este renglón el gol con el que Peñarol parecía que se llevaba el partido, los tres puntos y la punta, que acaeció en el mar de desaciertos y fracasos de cualquier sociedad en el primer tiempo: por la derecha el carolino Hernán Petryk metió un ollazo para Affonso, que despejó, mal parado, Rafael García. El rebote, el despeje le quedó a la zurda de Cristian Rodríguez, y el Cebolla no se anda con vueltas. Le pegó, rebotó en García, se levantó un poquito y dio en el travesaño, pero, claro, la jugada no terminó ahí, porque el rebote lo cazó a lo goleador Junior Arias, que festejó su primer gol clásico.

Clásico tras clásico, a un promedio de tres o cuatro por año, pienso que he recorrido todas las localidades del Centenario -sí, todas, con taludes de pasto incluidos- no menos de 150 veces, que he leído primero que es un partido especial, que lo he sabido después, y que ahora, como hace años, intento estar a tono con ese espectáculo que ahora parece haber quedado acotado a, como decía ayer Juan Aldecoa citando a Michel Foucault, los que con la mirada vigilante, “la mirada sin ser vista”, la de las cámaras de identificación facial, la mirada vigilante que pesa sobre los demás, dejamos, sin más, que 22 futbolistas jueguen un partido, compongan el espectáculo mientras los demás fichados somos vigilados por el Gran Hermano. Nos jode esa tobillera electrónica de tribuna, pero parece que deberemos bancárnosla aunque sea como elemento de persuasión para los que no quieren fútbol.

A punto

El amanecer del segundo tiempo encontró a Peñarol ligeramente aletargado, sin control alguno de pelota y demasiado hundido en el fondo como para tener que plantearse soportar así medio partido. Pero no piensen, no imaginen -en realidad ya lo saben, porque lo vieron o lo escucharon- que Nacional salió en modo aplanadora.

Tanto no funcionó el plan que Martín Lasarte planteó en los vestuarios, que a los 12 minutos del segundo tiempo ordenó dos variantes de puesto por puesto. Sacó del juego al ayer exageradamente apático Tabaré Viudez y al riverense Kevin Ramírez, que tampoco funcionó, y dio lugar a Brian Lozano y a Rodrigo Aguirre.

Fue por lo menos llamativo ver minutos tan inconexos, tan faltos de aciertos de los dos colectivos, ya no sólo en un juego ofensivo consolidado, sino tampoco de neutralización defensiva, de elección y ejecución, de dormir el juego.

No se puede obviar lo que sucedió entre los minutos 71 y 72: Lasarte quemó su último cambio haciendo que Martín Ligüera, 20 años después de debutar como profesional en un clásico, sumase un nuevo enfrentamiento con Peñarol, sustituyendo a Hugo Silveira, y apenas unos segundos después de que el más veterano de los futbolistas en la cancha se posicionara, fue expulsado Lozano, por una torpe y merecida doble amarilla. El mejor carbonero, Nahitan Nández, fue determinante para la expulsión del creativo tricolor, controlando y progresando con calidad hasta que Lozano le pegó una patada que tal vez, por sí sola, ya era para roja. Por violenta, pero también por torpe, por inoportuna.

En las jugadas que no se pueden obviar en una crónica futbolera que se precie de tal, hay apenas una impresionante atajada de Gastón Guruceaga, que voló para impedir el empate ante un cabezazo de Rodrigo Aguirre.

En la hora, y con la única que ensayaba Nacional, con diez y huérfano de juego, pelotazo y pelotazo, un tiro largo que peinó Diego Arismendi y peleó Sebastián Fernández en la frontera del área, le quedó para la zurda a Rodrigo Aguirre, que sacó un sablazo terrible con la jabulani del Uruguayo y se la pudrió en el ángulo a Guruceaga, anotando el empate que es de los que dejan gustito de casi victoria: light, diet, sin sal, pero con gusto a valió la pena. El mismo punto, light, diet, sin sal, y en este caso, soso, es el que se llevó Peñarol, que contó con la ventaja de haber anotado en el primer tiempo y de haber jugado 25 minutos con un futbolista más, y sin embargo debió bajar de la punta del Apertura, que probó por una hora.

Son las cosas del fútbol, que aunque no lo crean, tiene más trenes que AFE, y alguno siempre engancha.