La igualdad malograda por los aurinegros no sólo hubiera cargado un punto en la naciente tabla anual: fundamentalmente, hubiera estirado la rareza de un invicto en manos de un equipo que se despidió de la chance de ser campeón del Torneo Apertura con antelación, además de levantar su moral. Pero, al igual que las potenciales consecuencias del gol que no fue, el remate de Junior Arias sucumbió ante una tremenda estirada del arquero Sebastián Britos. Cerro confirmó su gran campaña y volvió a ganar 2-1 en la casa de un Peñarol al que igualó en la tercera colocación.

Tras el partido, el golero contó que sus compañeros fueron fundamentales para que eligiera acertadamente hacia dónde tirarse. Hizo realidad una especie de sueño futbolero, con una atajada determinante a un tipo de jugada que en general le sonríe al ejecutante. Lo logró tras una excepción anterior: terminar atajando en un partido en el que arrancó como suplente. Pasó que Yonatan Irrazábal salió sentido en el entretiempo, cuando el encuentro estaba igualado a uno y ya mostraba sus rasgos salientes. Era abierto, con buenas intenciones ofensivas de ambos lados y riesgo sobre los dos arcos.

Claro que Peñarol debió remar contra los rasgos omitidos: una porción de la emoción en los metros finales la aportó involuntariamente su línea de tres defensiva, esa en la que Maximiliano Perg tuvo marcadas dificultades. Costó entender por qué, cuando sólo iban seis minutos, no se le fue encima a Maureen Franco, mientras este se perfilaba con la calidad de siempre para ponerla contra el palo y abrir el marcador. Como contracara, se destaca la capacidad aurinegra de reaccionar con fútbol y orden. En la desventaja inicial, Peñarol le quitó la pelota a Cerro y lo fue empujando criteriosamente. Hubo pases profundos de Guzmán Pereira y Nahitan Nández, apoyo continuo de Hernán Petryk en el rol de carrilero, gran despliegue de Diego Rossi y justicia en la jugada en la que el juvenil empató.

Con Matías Mier en el lugar de un apagado Cristian Cebolla Rodríguez -que fue suplantado por una molestia muscular-, Peñarol abrió el segundo tiempo como para profundizar la tendencia precedente. En paralelo, en cada pelota quieta seguía ganando en las alturas. Pero Cerro volvería a beneficiarse de los desajustes defensivos ajenos, y ese gran jugador que es Facundo Peraza forzaría un tonto y evidente penal a Guzmán Pereira. Franco pidió la pelota y su zurda volvió a vulnerar a Gastón Guruceaga cuando apenas pasaba el primer cuarto de hora del complemento.

A diferencia de lo que ocurrió tras el primer gol albiceleste, esta vez Peñarol se desflecó. Entonces, sí, quizá por primera vez de un modo sostenido, se apreció esa linda característica del Cerro 2017. Aparecieron los toques precisos y el uso del espacio libre, generalmente mediante contragolpes. Franco se divirtió al estilo del tío talentoso que juega parado en el picado posterior al asado familiar y tuvo el tercero, que también pudo ser de José Luis Tancredi. No convertirlo fue condenarse al lento pero seguro retroceso que se da cada vez que un grande pelea contra un resultado parcial y contra el segundero. Ayudaron el ingreso del aurinegro Alex Silva y la expulsión del cerrense Franco López, ya en los descuentos. En eso llegó el penal contra Nicolás Dibble y la sensación de que Peñarol podría maquillar el Apertura perdido y las desventuras internacionales con el consuelo menor de un empate tan merecido como malogrado.