• Cohesión de equipo.

• Propiciar y mantener una conducta orientada a las metas.

• El tiempo es muy importante para la evolución de los grupos.

  • El crecimiento se da por la asunción de los roles y la cohesión.

• A fines del siglo pasado, el director técnico checo Jozef Vengloš anticipó que en el siglo XXI la preparación psicológica del equipo sería fundamental. Cada vez se trabaja más en la formación técnica, en preparar tácticamente al jugador para que tome decisiones, y esto está muy vinculado con los aspectos psicológicos, sobre todo con las interferencias que pueden generar estos sobre el resto de los factores determinantes en la preparación y ejecución de un equipo.

Estos son algunos de los ítems que saqué de mis apuntes del disfrute frente a la pantalla de la charla de Óscar Washington Tabárez en el ciclo Charlas por el Camino, de la Fundación Celeste, llevado a cabo en marzo de este año y emitido por Vera TV.

Cuando se queman los papeles

A ver, muchachas, muchachos, jueguen conmigo de manera tardíamente interactiva, para estos días que vivimos. Aprovechemos antes de que esta página pueda alcanzar los 451 grados de la escala de Fahrenheit: ¿cuáles han sido los jugadores que ustedes han reclamado para la selección e inexplicablemente el técnico no citaba?

Arranco yo, y con un tándem al que al final nunca pude ver con la celeste: Juan Ramón Carrasco y Julio César Giménez. Pero seguramente podría tener una decena más, en tiempos en que llegaba al mediodía del liceo y, antes de almorzar, agarraba el diario de atrás para adelante y veía que la selección no coincidía con mi impertinente lista, la que la falta de formación y orientación específica nos hacía pensar que achatando el culo en una tribuna, estrangulando alambrados, corriendo por una sinuosa raya de cal entre yuyos y bosta de caballo, nos daba el derecho a discutirles a los seleccionadores quién debía estar y quién no en el combinado.

Desde la primera formación de neofutbolistas que jugaban en Uruguay –Enrique Sardeson, Cecil Poole, Enrique Cardenal, Julio López, Fred Cutler, Mario Ortiz Garzón, Juan Sardeson, John Morton, William Leslie Poole, Alfred Lodge, Bolívar Céspedes– en la vieja cancha de Albion en el Paso Molino hasta la nómina de ayer siempre hubo y habrá discusión.

De aquella que combinó jugadores de Albion con otros de Nacional, orientales y yonis, sin poder integrar a los trabajadores de Peñarol del Ferrocarril porque era un día hábil aquel 16 de mayo de 1901, cuando enfrentamos a los argentinos, a esta que tiene por primera vez a Gastón Pereiro, Federico Valverde y Mauricio Lemos, para enfrentar una vez más a Argentina, han pasado centenas de nominaciones, miles de discusiones, millones de cuestionamientos, y casi 1.000 citaciones.

Al principio, la selección no era más que un combinado de jugadores de distintos clubes, por ello la voz “combinado” para denominar al equipo representativo del país aún pervive. Se seleccionaban y combinaban para jugar un partido o un campeonato. Estaban acá en Uruguay, básicamente en Montevideo, y se juntaban para jugar el partido, para viajar a jugar en Argentina o en Brasil, o para aprontarse para un campeonato.

La elegibilidad a la vuelta de la esquina

Por décadas, centenares de partidos, decenas de torneos, fue así. Con director técnico y sin él –durante muchos años las nominaciones fueron hechas por una junta o comisión de selección– alguien elegía a quienes consideraba los mejores de ese momento, o los que entendían podían afrontar con mayor capacidad o experiencia la instancia, una juntadita, o una preparación de una semana y a la cancha. Estaban acá, jugaban en nuestras canchas, se conocían y eran conocidos.

Durante 70 años fue así. Nuestros mejores jugadores estaban casi todos aquí, y otros de los mejores, pocos, poquitos que se habían ido a jugar a Europa o Argentina, no eran considerados para ponerse la celeste. De 1970 para adelante la cosa empezó a cambiar progresivamente y ya nuestros mejores valores empezaron a estar casi todos fuera del Campeonato Uruguayo, y los poquitos que quedaban o aparecían encantando al escenario ya pronto conocían lo que era hacerse el bolso y marchar rumbo al aeropuerto de Carrasco. En 1972, el Pulpa Washington Etchamendi decidió probar trayendo a algunos muchachos que no estaban en Uruguay para jugar la Minicopa: Alberto Carrasco, arquero de Newell’s Old Boys, y Ricardo Pavoni, lateral de Independiente, fueron los primeros en venir a jugar desde el exterior. Roberto Porta lo multiplicó para el Mundial de 1974, en una nefasta experiencia de “mejores” que jugaban por ahí y no conseguían juego de conjunto, y tras esa pésima experiencia en Alemania, pasó casi una década para que a la celeste la vistieran jugadores que no participaban en nuestros torneos, y en realidad se trató básicamente de jugadores que estando en la selección habían emigrado, en el mismo proceso que se disputaba y se obtenía la Copa América de 1983 con la dirección técnica de Omar Borrás.

Estás nominado

El concepto de que en la selección juegan los mejores, o “hay que aprovechar el momento de tal” siguió primando en el mundo del fútbol uruguayo con la única excepción del primer ciclo de Tabárez y los años de Héctor Pichón Núñez, en los que hubo una suerte de núcleo básico por decantación de calidad y experiencias, al que se sumaban incidentalmente algunos nuevos valores.

El remate del siglo XX y la primera década del XXI nos agarraron sin advertir que la gran estructura del fútbol había cambiado. Geopolítica y globalidad parecían ser conceptos que no llegaban a los escritorios de los vestuarios, y, por convicción o intereses comerciales de terceros, o hasta por la conjunción de esos acontecimientos y otras variables, nuestros técnicos, cual mánager de Play Station, elegían a golpe de balde, de hat-tricks lejanos o atajadas que llegan en álbumes de recortes recientes, a esos “mejores” que, cuando se juntaban en la cancha, no podían combinar ni repetir sus destrezas ni individual ni colectivamente, desconociendo tácticas, estrategias, experiencias, frustraciones y aciertos como colectivo, como grupo.

Entonces vino Óscar Tabárez, con su carpetín “Proyecto de institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”, derramando ideas e hipótesis de trabajo que los hechos y algunos triunfos transformaron en un LQQD (lo que queda demostrado) y nos demostró que, aunque en algún caso fuese doloroso, o hasta injusto, lo que necesitábamos era un equipo y no una selección de estrellas de campos del mundo o de revistas satinadas para poder volver a ser competitivos.

Ahí está la idea de cómo hemos tenido que mutar de elegir a los mejores a pasar a un elenco casi estable que se sabe los libretos. Un grupo central, el cerno, que se va modificando de acuerdo a la biología y al natural ocaso del conjunto de destrezas y valores de juego que tienen los atletas, pero que no modifica su espíritu en cada brote nuevo que viene de la misma raíz.

“El club de amigos”, el vehículo que nos ha llevado por este camino de recompensas, ya tiene largamente más de 100 socios, algunos casi desde niños, muchachos que ya saben lo que es ponerse la celeste, lo que representa, los sueños y las expectativas propias y ajenas que tienen sobre su pecho y a sus espaldas. Esta es la forma en que podemos ser, la forma en que podemos competir, la forma en que podemos seguir en el camino.

Hay que entenderlo, hay que disfrutarlo.

Creo que Tabárez ya sabía que Pereiro es uruguayo.

Vamo arriba, bo.