Qué les cuento que estaba yo de lo más intranquilo, tratando de cruzar una avenida por la que se disparaban miles de autos por minuto, cargados de combustible fósil, huellas de carbono y un solo individuo por cada vehículo. Y me entra a sonar el celu. Y atiendo.

―¿Holis? (como ven, manejo muy bien el lunfardo juvenil).

―¿Estoy hablando con el que se hace el que la tiene clara con el tema del impacto de la industria automotriz sobre el medioambiente?

―Eeeeeh... ¿De parte de quién?

―¿No me reconocés?

―Perdoname, ¿te animás a llamarme de noche, que ahora estoy viendo cómo cruzo una autopista sin que me descalabren?

―Justamente te llamo por eso. Soy la Naturaleza.

―Upalalaila. No lo esperaba. ¿Qué desea, señora? ¿Y cómo consiguió mi teléfono?

―Eso ya no importa. Date cuenta: has recibido el llamado mío.

―Ay, qué miedo. ¿Y cuál es mi supermisión? Te estoy hablando en serio, Natu, vos porque ya no vivís en la ciudad, casi, pero si te sigo hablando, me van a pasar por arriba. Hablamos el finde que estoy más tranqui, ¿ta? Y me contás en qué andás.

―No entendés la urgencia del llamado, ¿no?

―Mirá, la verdad es que yo estaba de alguna manera esperando que me llamaras, pero creí que sería más sutil la cosa; como una voz del viento que soplara en mi oído diciendo “ven”, o una araña que me lo escribe con su tela arriba de mi cama. Pero que utilices los mismos medios con los que te estamos destruyendo me parece extraño. Da para desconfiar.

―Es que si no utilizo estos medios no me escuchás, sordo. Hace años que te vengo mandando colibríes, moscas del gusano, hongos en los pies, hemorroides.

―¡Por favor, Natu! No digas eso por teléfono que nos pueden estar grabando. Así que eras vos, entonces. Estabas pesada el verano pasado.

―¡Y si no me escuchás!

―Bueno, ¿qué precisás?, ¿qué querés que haga?

―Primero: soltá el ordenador. Como ven el tiempo y el espacio, se mueven a piacere.

―Ah, no, a mí hablame en español uruguayo.

―Bueno, pero vos no te hagás el adolescente con “holis”.

―¿Qué tenés para mí, Natu? Decímelo que así lo hago rapidito y vuelvo a chupar asfalto, que es asqueroso pero me hace sentir seguro.

―Ese es el problema. ¿Conmigo no te sentís seguro?

―La verdad es que estás llena de bichos, y de tierra. No es que tenga nada contra esas cosas, pero dan un poco de asco. Me tengo que andar lavando a cada rato.

―¿Sabés que sin esos bichos y sin esa tierra no vivirías?

―¡Ah, sí! Porque un ciempiés me paga el sueldo, ¿no? Uy, me tengo que acordar de retirar lombrices del banco. Por favor, Natu, no seas demagoga. Gracias por el aire, el agua y todo lo que quieras, pero la verdad es que acá el que me hace parar la olla no sos vos.

―¿Y con qué te creés que hicieron la olla que tenés que parar? ¿Y de dónde sacás lo que vas a meter dentro de ella, decime? Y vos mismo: ¿acaso no sos un bicho?

―Porque me agarraste recién despertado, pero esperá a que me afeite.

―¡Escuchame! Ya no puedo más. Eso es lo que tenía para decirte.

―Ay, por favor, Natu, no te humilles a vos misma.

―Es que estoy muriendo, me estás destruyendo. ¿No entendés?

―Bueno, dale. Te mando un beso ¿sí? Cuidate, ¿dale? Yo así no puedo hablar.

―Está bien, está bien. Entonces exploto y chau. Ni te pongas el despertador, porque mañana te despertás abajo del agua.

―No, ¡esperá!, no seas tan drástica. ¿Cómo lo podemos arreglar? ¿Te planto un árbol, querés? Llevo flores a la tumba de Tálice, ¿querés? La verdad es que no sabía que era para tanto. Perdoname, por amor de Dios. Ahora entiendo, te tengo que ayudar, no podemos dejar que te pase esto, no te podemos dejar morir. ¡Es un horror! ¡¿Qué te hemos hecho?! ¿En serio estás tan mal?

―Tranquilo, tranquilo, loco. No, no. Era una broma nomás. Estaba medio aburrida y no tenía a quién llamar, y te vi ahí, tratando de hacer fuerza para imaginarte que la ciudad está hecha para la gente, y dije: vamo’ a agarrar a este. ¿Cómo me voy a morir tan fácilmente, loquito? Vos te creés que porque Trump y el rayado de Corea del Norte tiren unas bombas se acaba la naturaleza? ¿O porque vos te pongas desodorante de chorrito tres veces al día? No, no, amigo, el universo es bastante más grande que esa pelotita azul donde les encanta la ruleta rusa. Ya tenemos pronta otra especie para que se mude a tu planeta, cualquier cosa. Te mando un beso ¿sí? Cuidate, ¿dale?

―Qué viva.