En un partido de altísima tensión, con muchísimo en juego y descollantes futbolistas, entre los que se destaca, por fuera del lote, Lionel Messi, Uruguay y Argentina empataron sin goles anoche en el estadio Centenario. De esa forma ambos seleccionados siguen acercándose a conseguir un cupo en la fase final del Mundial de Rusia 2018.
Hay mucho en un partido de fútbol entre Argentina y Uruguay. Mucho, muchísimo más que lo que un potencial y desprevenido telespectador o radioescucha podría pensar. Uno está ahí y lo sabe. El más viejo clásico del fútbol del mundo ha determinado símbolos tan trascendentes como el color celeste de la camiseta de Uruguay, que algunos hasta creen que es parte de nuestros símbolos patrios. Pero, fundamentalmente, ha generado una forma de entender el juego con tanta intensidad y determinación que nos ha heredado el fuego para la forja de los futboleros del mañana, que han sido los del ayer y los de siempre.
¿Es necesario que aquí quede registro de aquella inolvidable atajada de Fernando Muslera en el primer tiempo, cuando Messi inventó todo lo que podía y más? ¿Es preciso que haya un registro cronológico en el que aparezca el magnífico tanteo de Luis Suárez cuando el descollante –por esfuerzo, entrega y valor– Edinson Cavani robó una pelota casi perdida y la globa se fue cerca?
Desde tiempos inmemoriales nos cuestionamos, discutimos, evolucionamos. Desde hace 11 años, en la diaria también, y ahora que venimos surfeando la ola de los medios sociales, de la inmediatez absoluta, de la omnipresencia de registros, más nos preocupa el encare, la crónica la noticia.
El más antiguo clásico del mundo, el más antiguo enfrentamiento de fútbol entre dos naciones libres e independientes, es también el que alberga los primeros desarrollos de prensa deportiva de crónicas futboleras. Primeros estaban los ingleses, claro, y después, ustedes ya saben quiénes: uruguayos y argentinos.
Aguafuertes montevideanas
Somos la historia misma del fútbol. Cada partido entre uruguayos y argentinos tiene ese componente de tensión, emoción, expectativa, nervios, placeres, frustraciones, y el inevitable después qué de nosotros, los que estamos del otro lado de la línea de cal, y de los jugadores, los directores técnicos, los que tienen la concesión del alma del fútbol.
Entonces escribir un Uruguay-Argentina por aquellos días representaba dar los teams, el resultado, alguna presencia en el palco, y poca cosa más. Claro después nos hicimos grandes, abanderados en el más popular de los deportes. La gente quería saber, y ahí sí, darnos soporte técnico, cronología de las situaciones y conclusiones de aquellos neoespecialistas. En 1929, ya después de los enormes destaques, de Lorenzo Batlle en El Día y el Hachero Julio César Puppo en El Diario y El País, el también maravilloso escritor argentino Roberto Arlt vio por primera vez un partido de fútbol entre uruguayos y argentinos, y escribió una de sus “Aguafuertes porteñas” en El Mundo: “Ustedes dirán que soy el globero más extraordinario que ha pisado El Mundo por lo que voy a decirles. Ayer fue el primer partido de fútbol que vi en mi vida, es decir, en los veintinueve años de existencia que tengo, si no se cuentan como partidos de fútbol esos con pelota de mano que juegan los purretes y que todos, cuando menos, hemos ensayado con detrimento del calzado y de la ropa. Sí; el primer partido, de modo que no les extrañen las macanas que puedo decir”.
En el otro rincón de las letras y la pelota está este escriba, que a los 29 años ya había visto centenas de partidos y ahora, ya empezando a jugar para los senior, cuando la agujita de los pirulines pasa los 50, ha concluido que no sabe cuantos partidos iguales al de anoche podrá soportar sin que se le suba algo, sin que quiera pedir permiso a los otros 60.000 y se retire escapándose de la vida y de la realidad. Porque no aguanto más todo lo que puede jugar Messi, todo lo que es capaz de hacer junto a los suyos, y nosotros ahí enfrente, de un lado para el otro, al extremo del esfuerzo, haciendo seguramente más de lo que podríamos como individualidades, pero conjuntados, solidarios, casi como un táctico de entrenamiento pero a máxima intensidad, y sin permitirnos ni un error ni una sola desconcentración.
Y en otro momento quise dejar, igual que me pasó con ese fabuloso cuento del citado Arlt, “Juguete rabioso”. Y cuando me pareció que ya no podía más, respiré. Respiramos y seguimos todos, y nos quedamos con esta maravilla de presente, la de estar, la de ser, la de creer.
Hablo de todos, los 11 que estaban en la cancha y nosotros, los pobladores del cemento, que aún estamos llamando al médico, a la camilla, hasta haciendo discretamente tiempo para que el partido termine, porque no se aguanta más tanta tensión, tanto desequilibrio en latencia o en puntaje si cada selección fuese un mazo de cartas con poderes, tanto equilibrio por la conciencia de equipo solidario, ordenado, desbordante de esfuerzo, que hace que las camisetas celestes terminen azules y empapadas.
Arranco pelito
El primer tiempo fue pleno de tensión. Muchísima. Después sabríamos que sería todo así. La estructura de defensa de Uruguay jugando sin pelota, y la peligrosidad de Messi y sus compañeros. La defensa sin pelota requiere mucha capacidad de marca, y Uruguay siempre la tuvo.
Los dedos helados, el corazón caliente, y las ganas de ser un humilde Homero de estos tiempos que pueda recrear la maravilla de lo que uno vive, con todos los datos cargados en la vida como para decodificar claramente de qué se trata esto que, hasta el pitazo final, es único e irrepetible. Pero también siento, sentimos, que a veces el límite de lo razonable, de lo soportable en una contienda como la de anoche puede estar establecido por un genio como Messi o por la seguridad o la confianza de un colectivo que es el cuello de botella final de un largo trabajo, de un profundo entrenamiento casi virtual o por repetición de situaciones durante años, a lo que se suma una muy buena preparación de recambios que entran, juegan, marcan y van como si lo hubiesen hecho siempre. Es una vibra antigua, un recuerdo arcaico cargado en el ADN. Pero también saben que mucho más que un partido, el más grande, es una competencia para llegar al premio del Mundial. Y hay momento del juego: significativamente, los últimos 20 minutos del segundo tiempo, en los que se resignifica el resultado del partido en pro del resultado posible de la Eliminatoria.
Dejala así que está bien
Un padre, una madre, una hija, un hijo, un nieto, la mano, el abrazo, una camiseta, una bandera, la convicción del aprestamiento, la conmoción emocional y la enormidad de un Uruguay-Argentina. Único, inigualable y para siempre.
La pelota sigue yendo de un lado para el otro, debajo de los botines de los argentinos, y Uruguay sigue pendulando. Ahí va Cavani, el Tata González juega con una camiseta que se volvió de otro color y parece se acalambrará pero vuelve a acompañar, el Pelado Martín Cáceres se le para en el mano a mano una vez a Ángel Di María. Y otra vez a empezar, otra vez de igual a igual. Maravilla que no todos los corazones consiguen aguantar. Lo disfrutan, lo sufren, lo viven. Creen empujar por 11, pero están empujando por tres millones que, detrás de sus televisores propios y ajenos, patalean, gritan, califican y descalifican entre ritos paganos que ponen al límite el concepto de irracionalidad.
¿Cómo disfrutar de ese juego? Siendo uruguayo, siguiendo la estela de este maravilloso colectivo dirigido por Óscar Tabárez, que ahí va, empujando por llegar una vez más al Mundial. Ahí están Suárez, Diego Godín, Cavani y todos los demás, pero estamos también miles de nosotros, que hemos sabido entender y acompañar los principios básicos de la competencia, la esencia de lo que no podemos perder, las pistas de lo que debemos aprehender.
Ya estamos más cerca. Nuestros corazones quedaron indemnes. Vamos que vamos.