Probablemente peñarolense de cuarta generación, si bien no tengo registro documentado de ello todo indica que mi bisabuelo también lo fuera. No tiene nada de estirpe, ni de abolengo, pero cuenta que estas cosas pasan sobre todo por el corazón. Pero también por la cabeza.

Como tengo esa línea continua ancestral, puedo atestiguar que esas caracterizaciones generalizadas de destrozo y antisociedad que una partecita un poco atolondrada de la población nos asigna al barrer a todos los peñarolenses se adquirió y construyó en las últimas décadas. La vimos llegar, instalarse, y también consentir y sostener para que se consolidara. Como vimos crecer asimismo la idea imbécil y la práctica infame y patotera de las “parcialidades-ejército” que “defienden” a los equipos. Las barras bravas. Primero justificándose en la hostilidad de otros sobre todo en la competencia internacional de la Libertadores. Para luego generalizarse a una especie de “equipo adicional” e “irregular” de desmoralización o amedrentamiento del adversario. A algunos les resultaba pintoresco, gracioso como juego y hasta útil al principio. Se fue enroscando luego en mafia cada vez más grotesca e impune.

Peñarol es pueblo, es orgullo y alegría de pobre. Es temprano lugar de igualdad, reconocimiento y brillo para el negro uruguayo. Es gloria inalcanzable incluso hoy para equipos millones de veces más poderosos en lo económico, que desearían llegar a tener al menos un quinto de lo correspondiente a sus hazañas. Peñarol es la tradición del equipo sobre todo, la unión sólida de tuercas, engranajes, bielas, en la poderosa unidad de la locomotora. El carbonero sacrificado, sudando a chorros para cumplir con el deber autoimpuesto de alimentar el corazón de fuego que la empuja a andar. Peñarol es protagonista de la historia internacional del fútbol, de su gloria y de su evolución. Porque para el que no sepa, la “cortita y al pie” que desembocó en la elaboración del fútbol moderno se inventó en el Río de la Plata, y tuvo como uno de sus maestros al enorme José Piendibene. Todo el fútbol uruguayo es protagonista de eso. El fútbol moderno nació en el descampado, en la habilidad y el esfuerzo conjunto de panzas que chiflaban. Y en buena parte es por eso mismo que fascina en todo el mundo. Somos parte del ADN de una pasión popular y mundial.

Ni más ni menos que otros, pero esa es la verdadera identidad de Peñarol. La que hay que rescatar siempre, la auténtica, la que “renace en cada primavera”. La que no ofende a nadie, la que provoca orgullo y simpatía incluso en los adversarios. Como a la mayoría de los peñarolenses también nos provoca admiración los logros y hazañas de otros equipos populares y esforzados. Todo el aturdimiento de enemistad, violencia y prepotencia, es propia de gente que no sabe un corno de fútbol, de su noble historia popular, de los secretos sacrificados de su gloria. Actitudes a las que el fútbol nunca les importó realmente. Esa es la verdad y no su opuesto. Los barrabrava son impostura histórica del fútbol, no su identidad. Son advenedizos que han usurpado para su conveniencia un mérito y un espacio que nunca les perteneció. Apropiación indebida de una riquísima historia de los de abajo.

Las cargadas criollas, las creativas chanzas y chistes del lunes según la circunstancia del fin de semana, tienen su gracia y su virtud en el bajarse del pedestal y controlar el ánimo en fantasía compartida con amigos. Si no, son solo crueldad y bestialidad cualquiera. Obtusa alienación de mentes oscuras que sustituyen el cariño que les falta con el sucedáneo del falso reconocimiento de pertenencia que les proporciona la turba.
Todos tenemos que entender y rescatar la tradición más sana del fútbol, de los cuadros que queremos que ganen el fin de semana y de los demás. Y ese es otro gran mérito del equipo de Tabárez, el de exhumar el verdadero esqueleto del fútbol uruguayo y lograr abrigarlo de músculo y sangre nuevas. Rescatarlo de la barbaridad y ponerlo nuevamente en pie.

El fútbol es muchas cosas. Deporte, espectáculo, metáfora del conflicto, trabajo para algunos, negocio multimillonario para unos pocos. Es atención mucho más presente que otras cosas muy importantes, para muchísima gente. Y por lo tanto es escenario privilegiado para aprender a convivir en paz, es código que muchísima gente lee, lugar donde la gente está mucho tiempo de su vida. Es disciplina y reglas que se adquieren para ser capitán del propio ánimo. Es el primer escalón de aprendizaje para muchas almas oscuras, todavía. No hay que regalarle el fútbol a la imbecilidad, a la torpeza y al negocio sin corazón. Hay que peleárselo palmo a palmo para que vuelva a ser ejemplo de virtud a emular, como lo eran Obdulio o Nasazzi.