Las reflexiones del diputado Luis Puig publicadas en la diaria el jueves 18 de octubre bajo el título “El espionaje en democracia es hijo de la impunidad”, que refieren a la actuación de la comisión investigadora que funcionó en la Cámara de Diputados con ese propósito, han sido para mí motivo de asombro. Confío en que compartir con los lectores esta sensación pueda estimular una reflexión libre y sana. El escrito de Puig comienza señalando las dificultades y recelos que rodearon la instalación de una comisión para investigar la actividad de los servicios de inteligencia del Ejército después de la salida de la dictadura. Se sabe que las palabras –como los dados– a veces están cargadas. Para decir lo anterior se acuñó una expresión cargada: espionaje en democracia. Una forma de decir lo mismo que no es lo mismo.

Escribe Puig: “Algunas conclusiones categóricas: el espionaje en democracia fue una operación sistemática ordenada por las altas jerarquías militares en 1985. Se desarrolló utilizando recursos humanos y materiales del Estado para espiar y atacar a la democracia”. Si el sacrificado lector deja de lado las palabras cargadas y sustituye “espiar” por “recolectar información”, verá que eso que Puig denuncia indignado siguió y sigue pasando todos los días, porque esa es la función de los servicios de inteligencia (una operación sistemática, ordenada por las jerarquías, utilizando recursos humanos y materiales del Estado para recoger información). Si Puig no propone la supresión de esos servicios, eso es lo que van a seguir haciendo. Que los civiles, ex ministros de Defensa Nacional y otros que comparecieron a la comisión se hayan enredado en respuestas ambiguas, infantiles o timoratas (como efectivamente sucedió) corre por cuenta de ellos.

Agrega Puig: “Desde el Comando del Ejército ordenaban la recolección abierta de información y seguimiento de organizaciones sociales, partidos políticos, organismos de derechos humanos, de ex presos políticos, sectores de la iglesia, etcétera”. Este párrafo revela que, según la visión del diputado, resulta inadmisible espiar a los buenos (su mundo parece estar claramente dividido entre buenos y malos, y tanto unos como otros llevan la categorización visible en la solapa).

Hay abundante literatura, que tomo por seria y que proviene mayoritariamente de escritores del Frente Amplio, que da cuenta de actividades, reuniones y propósitos alarmantes sobre los que cualquier Estado o gobierno debe estar informado y que tuvieron (¿tienen?) lugar en tiempos de democracia. Jorge Zabalza, María Urruzola, Adolfo Garcé y otros nos han proporcionado información acerca de asaltos, acciones armadas (tupabandas) y comportamientos organizados ilegales que se han desarrollado en ámbitos y con personal que, para Puig, formarían parte del mundo de los buenos (sindicatos, partidos políticos, etcétera).

Los servicios de inteligencia (en todas partes del mundo) no saben a priori dónde se encuentra la información que interesa y, por consiguiente, tienen que buscar por todos lados: eso es lo que hacen. Admitirlo desluce un poco la “hazaña” de la comisión investigadora y la utilidad de sus conclusiones. Creo que sería bueno para el Uruguay de estos días privilegiar el razonamiento y desconfiar de la dramatización grandilocuente (desconfiar o reírse sanamente de ella).

No caben dudas de que constituye todo un tema el escrutinio a que somos sometidos todos los ciudadanos de parte de servicios de inteligencia (nacional y extranjeros), de empresas comerciales (nacionales y multinacionales), de encuestadoras, partidos políticos y órganos de publicidad para verificar conductas (o inducirlas). Basta con que utilicemos una cuenta de correo electrónico, un teléfono celular y que tengamos tarjetas de crédito para que todo quede a la vista (a su vista).

Agrego, para terminar, dos cosas. Tanto la creación de la comisión investigadora como sus conclusiones fueron votadas por todos los partidos, incluso el Partido Nacional, cuyo directorio integro. Tomando en cuenta que no había votos para oponerse y que sus resultados serían inocuos, quizás yo hubiese hecho lo mismo (o quizás no). Y, segundo, en su momento hice los trámites para que se me entregara todo lo que sobre mi persona y mi actividad contenía el archivo Berrutti: me dieron 75 páginas que guardo con orgullo.

Juan Martín Posadas integra el directorio del Partido Nacional.