Imposible ser más sesentista que su combinación de experimentación estética y compromiso político. A casi medio siglo de su nacimiento, la Orquesta Filarmónica de Montevideo (OFM) rinde homenaje a Camerata Punta del Este.

El ascensor desemboca directamente en el escenario del teatro Solís. Es el piso cero. Los siete músicos, de vaqueros y zapatos deportivos, ensayan el programa de mañana. La platea está completamente a oscuras. El contrabajista se para y sugiere un tiempo. Uno de los violines dice que desde donde está no escucha bien la batería. El otro violín dialoga en voz baja con la pianista. El mecanismo se va ensamblando de nuevo, después de varios años en que las piezas estuvieron separadas. Pero no en silencio. Cada uno de los integrantes de Camerata ha continuado trabajando por su lado. De manera individual a veces. Otras en la Sinfónica del SODRE (OSSODRE), en la OFM o en la Banda Municipal. O en más de una de esas orquestas a la vez. Los músicos no viven con un solo trabajo.

Acometen “Botija de mi país”. Desde las galerías a oscuras se escuchan los aplausos de los turistas que está haciendo una visita guiada.

“Lo reconocieron”, dice Daniel Lasca, uno de los casi fundadores de Camerata Punta del Este, actual concertino de la OFM y de la OSSODRE, lo que lo convierte en el primer violín del Uruguay sinfónico.

“O no”, bromea Juan Cannavó, el último en incorporarse.

De los que están en la formación actual sólo Juan José Rodríguez es del grupo que fundó Camerata en 1969. Nacido y criado en el barrio de La Teja, es hijo de un país en el que las familias obreras querían para sus hijos la educación y la cultura que ellos no habían tenido.

A pocos metros está su hermano Fernando, violonchelista, que se integró un poco después. Su primera tarea en Camerata no fue musical. El éxito de crítica y de público los llevó a montar un café concert en Pocitos. Ahí hacían su peculiar espectáculo en el que combinaban, con desenfado y rigor, autores tan diferentes como Antonio Vivaldi y Ruben Rada. Como todo lugar nocturno, necesitaba un portero. Alguien que fuera de confianza y que, a la vez, tuviera las espaldas anchas como para conjurar problemas o darlos por terminados cuando se producían. Juan José pensó en Fernando. Al poco tiempo, el cambio de horizontes de uno de los músicos dejó un lugar libre y el portero, que también tocaba el chelo, se lanzó al ruedo. Luego se integraría a la OSSODRE y su carrera sería tan sólida como las de los demás.

Los hermanos Rodríguez conocen todas las historias de esos primeros años. De las noches en Pocitos y las temporadas en Punta del Este, donde levantaron de la nada un sótano ubicado en el comienzo de la avenida Gorlero. Un lugar sobre la principal avenida del principal balneario parece un éxito seguro. Era, sin embargo, poco más que una cueva a la que nadie conocía. Así que el empresario –el luego senador Germán Araújo– salía a la calle con un vaso de whisky en la mano –no porque tomara sino porque pensaba que eso lo hacía ver como un “hombre de la noche”– a invitar a los pocos transeúntes a bajar las escaleras hacia lo desconocido. “Si no les gusta, no pagan”, prometía. Pero nadie se fue nunca sin pagar. El boca-oreja fue amplificando el impacto de esa música rara (¿tango sin bandoneón?) y pronto se volvió una cita obligada entre turistas y, entre colegas, una costumbre de ir a cerrar la jornada al café concert de Camerata, después de terminar sus shows en otros boliches. Así pasaron por ahí Mercedes Sosa, Vinícius de Moraes y Joan Manuel Serrat.

Compromiso político

La experimentación artística venía en el mismo paquete que el compromiso político. La mayoría de los integrantes de Camerata de entonces eran miembros del Partido Comunista y tocaban habitualmente en actividades de sindicatos y del Frente Amplio. Al ocurrir el golpe de Estado de 1973 sufrieron detenciones, amenazas, y debieron partir al exilio.

La primera estación fue Caracas. En la capital venezolana se sumó Daniel Lasca, que estaba estudiando violín en la Unión Soviética y era hijo de Moisés, uno de los fundadores del grupo. De ahí se fueron a México. Pasaron a trabajar como músicos sinfónicos y de cámara para la Universidad Autónoma, montaron un nuevo café concert, dieron más de 1.000 conciertos en todo el territorio de ese vasto país, y se volvieron uno de los actores más activos del exilio trabajando junto con todo el espectro opositor a la dictadura.

El regreso a Uruguay en 1985 fue apoteósico. Después hubo altibajos y cambios en la integración. Los que llegaban garantizaban la continuidad de la calidad, como la pianista Élida Gencarelli, destacadísima concertista, o Miguel Pose, que fue director de la Banda Sinfónica Municipal. También Martín Muguerza, raro caso de un percusionista que puede conducir su batería con igual pulso por los caminos de la música de cámara y la popular.

El ensayo va terminando. Al día siguiente ensayarán con Rada, que junto con Federico García Vigil serán los invitados especiales del concierto de mañana. Los siguientes ya serán con la Filarmónica, dirigida por Ligia Amadio. Incluso en la mañana del día del concierto. Luego, a las 19.30, comenzará el homenaje de la orquesta de la ciudad a uno de sus conjuntos de cámara más emblemáticos. Como cada vez que se levanta el telón, ese será el momento de la verdad.