1- Saber pegar

Sobran las teorías y las bibliotecas que sostienen que un gol tempranero derrumba o resetea cualquier estrategia inicial de juego. Puede suceder, está claro. Pasa que a veces van tan pocos minutos que no se puede sacar bien en claro qué quiere un equipo y qué el otro.

Lo cierto es que cuando apenas llegaban a los cinco minutos de iniciado el encuentro, un tiro libre rompió la igualdad. Un tiro libre no, corrijo: una gran ejecución de un tiro libre favorable a Fénix. También hay manuales que enseñan qué perfil es el mejor para que le pegue un zurdo o un derecho. Pero la clase es clase y el talento define lo que los papeles no pueden predecir. El pibe Leonardo Fernández le pegó de zurda, seco y fuerte con el empeine, un gesto técnico que evidencia el conocimiento de cómo pegarle a la pelota –esta pelota con la que se juega y no otra–, y el tiro fue tan bien dirigido que metió al arquero de Defensor Sporting, Guillermo Reyes, dentro del arco con pelota y todo. 1-0, porque tiros libres puede haber muchos, pero pegarle bien lo hacen pocos.

¿Fue centro o fue al arco? Nueve minutos pasaron hasta que llegó el empate. El Zorrito Mathías Suárez se soltó por la derecha, abrió bien el pie como para tirar un centro, pero la pelota, en un efecto bastante raro, se fue cerrando hasta meterse. Y, como hay que seguir hablando de pegarle bien, desde un córner nace una jugada de pizarrón en la que Matías Cabrera lanzó un centro bien tirado y Carlos Benavídez ganó por alto, en buen gesto técnico, para cabecear cruzado y, de pique, poner el 2-1. Premio para Defensor, que no cambió su postura de ir sobre el arco rival. Iban 19 minutos. Frenético arranque de partido, en el que, más que de planificación –que la hubo: no sería responsable decir otra cosa–, pegarle a la pelota fue fundamental.

2- Romper la night

En media hora de juego, Defensor se puso 3-1. Hubo un penal a Facundo Castro que el argentino Germán Rivero cambió por gol al tirarlo a la izquierda del arquero. Con el tanto, el delantero pasó a ser el goleador del equipo en estas cinco fechas.

Salvo por el gol inicial, al violeta le salió todo bien en esa parte de partido. Fénix, muy por el contrario, curioso por su forma de jugar, no tuvo una buena tarea defensiva. Sin una de sus fortalezas, le costó generar fútbol desde la mitad de la cancha hacia arriba, salvo algún que otro esporádico contragolpe o porque –receta invita– contó con un par de tiros libres en los pies de Fernández.

Dije “Leo Fernández”, dije “receta”, y cuando el segundo tiempo se armaba, a los 56 minutos, bajaron a Mathías Acuña en el área violeta y Fénix se puso 3-2 desde los 11 pasos.

Descontar le dio otro aire a Fénix. Empezó a encontrar espacios, y todo aquello que no le había salido –cerrarse, marcar, robar, contragolpear– ahora sí lo tenía. Ante esto, Eduardo Acevedo buscó soluciones mandando a Santiago Carrera a la cancha por el pibe Pablo López y cambiando todo el esquema táctico. Chau, 4-3-3 inicial; buenas noches, 3-5-2, tal vez la forma en que más le gusta parar al equipo.

3- Cancha abierta

El encuentro tuvo la particularidad de que en los 15 minutos finales se rompió. La cancha pareció agrandarse mientras Fénix iba por el empate y Defensor salía de contragolpes largos para sellar su suerte y no pasar zozobras en el cierre.

Y a cancha abierta, ganancia de corredores. Facundo Castro por el lado violeta, el propio Leo Fernández en Fénix. Uno y otro buscaron con velocidad tratar de incidir en sus respectivos ataques con misiones distintas: uno, el primero, ganar del todo el partido; el otro, buscar un empate in extremis. Ninguno de los dos tuvo premio –para muestra vale el resultado–, pero nadie les va a quitar el mérito de dejar todo por conseguir lo deseado. Más allá del exitismo del resultado –que está bien: para eso están las reglas de juego y las formas en que se definen los ganadores–, es para destacar que tanto Castro como Fernández –dos jóvenes valores, por cierto– hayan tenido (y elegido) la pulsión para cambiar lo establecido, para renovar el sentido y para demostrar que, como decía Baruch Spinoza, el deseo es simplemente el apetito acompañado por la conciencia de sí mismo.