Uno era un físico inglés que, desafiando a una enfermedad degenerativa que afectó sus neuronas motoras, se dedicó a estudiar los agujeros negros y demostró que si bien no permiten escapar ni luz ni materia, si desprenden radiación (de hecho, se le llama “radiación Hawking”). El otro es un cómico argentino que tuvo su momento de gloria a fines de los años 80 del siglo pasado y que luego no pudo adaptarse al fin del menemismo. Desde entonces se sumió en un agujero negro. Cada uno sondeó desde su campo las profundidades más oscuras del universo y la vida y dejan un vacío difícil de llenar (uno por su genio científico, el otro porque quien quiera ocupar el vacío que dejó tendría que averiguar qué era lo que estaba haciendo en las últimas tres décadas, algo de lo que poco o nada se sabe). “Es un día muy triste para la humanidad” dijo alguien en Facebook, no sabemos si en relación a estas dos muertes o por una razón personal, pero la frase nos viene como anillo al dedo para cerrar esta nota.
El planeta entero llora la pérdida de las dos personas que más sabían de agujeros negros: Stephen Hawking y Emilio Disi
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