El equipo de La Teja jugó para ganar y lo consiguió. Buscó a su rival con decisión, desde el arranque. Tras varios avances mal culminados, fue aceitando un cuarteto ofensivo de nivel, de rendimiento alto y parejo. Habla bien de su banco, porque los tres cambios del director técnico Marcelo Méndez se concentraron en esas posiciones. Obligado por circunstancias no previstas, pero también osado, sacó a jugadores importantes con tal de asegurar la intensidad que le nubló la tarde a un Nacional sin marca en el mediocampo y sin peso en el ataque. Danilo Cóccaro terminó con el invicto tricolor y definió el partido a los 92 minutos, mediante un penal mal pitado pero notablemente ejecutado que decretó el definitivo 2-1, apenas después de otro que sí existió pero no se sancionó y que también habría favorecido a Progreso.

Alexander Rosso, Ignacio Lemmo, Leandro Onetto y Gastón Colman fueron los integrantes del cuadrado de ataque, estructurado sobre tres medias puntas y un delantero neto. Esta última fue la función de Colman, de tempranero destaque por su capacidad de pivotar fuera del área y combinar de primera y con acierto. La otra vía explotada reiteradamente en el primer tiempo fue la del extremo derecho Rosso, que gastó la banda y complicó a Alfonso Espino, pero no siempre culminó bien. Entre cierres varios de Rodrigo Erramuspe, tuvo que pasar bastante tiempo para que Progreso transformara esa sensación de riesgo latente en un remate inquietante. El primero en conseguirlo fue el habilidoso Onetto, que hizo las de Rosso, pero por la izquierda, y dejó la cancha cuando promediaba el segundo tiempo, tras una lesión grave que le cortó un arranque de torneo interesantísimo. Pasarán varios meses para volver a verlo. Los parciales de Progreso que colmaron el sector locatario del estadio José Nasazzi lo despidieron bajo ovación, mientras lloraba. Mal ligado.

La permanente insistencia tejana incomodó de corrido a Nacional. Y el director técnico tricolor, Alexander Medina, tomó decisiones que expusieron el problema, en lugar de corregirlo. Cuando promediaba el primer período, debió sustituir por lesión al lateral Gino Peruzzi, optó por poner al volante Matías Zunino y bajó a la defensa al juvenil Gabriel Neves. El ingresado fue importante para atacar, pero insuficiente para marcar ante un rival cuya alta intensidad desnudó las carencias defensivas y de ritmo de Sebastián Rodríguez y Luis Aguiar. Este último saldría más adelante para posibilitar el ingreso del delantero Sebastián Papelito Fernández, lo que profundizó unos problemas de contención que no pudo disimular el posterior ingreso de Álvaro Tata González.

Dos de los tres goles llegaron pegados, sobre el final del primer tiempo. A los 44, Colman ganó de cabeza tras un córner y puso el 1-0. Pero, ya en los descuentos, Zunino robó alto y gestó la combinación que terminó con el empate de Gonzalo Bueno. La rápida reacción alba no desmotivó a Progreso, que en el complemento coleccionó tiros de esquina y jugadas de riesgo: Luis Mejía le negó un gol al volante central Joaquín Gottesman, que perdió una volea y malogró un contragolpe que parecía tener destino de gol cuando ya casi no quedaba tiempo. Su compadre Rodrigo Viega y, fundamentalmente, un exquisito Ignacio Lemmo se destacaron manejando la pelota. Desde el banco, Alex Silva, Gonzalo Montes y Cóccaro entraron a tono. Se volvió indiscutible el contraste entre la determinación gaucha y la impotencia de Nacional, que sucumbió ante una defensa tejana liderada por el capitán Mauricio Loffreda y no gestó una sola jugada de gol. Los gauchos tienen fundamentos para soñar con permanencia y buena campaña. Lo evidenció la fiesta de 2.000 hinchas desatada tras el final, con bocinazos, batucada y viejos cánticos cargados de mística barrial y resistencia. ¿Quién dijo que sólo volvió la Unión?