Con una demostración de superioridad en juego y goles, Rampla Juniors venció 4-0 a Universidad Técnica de Cajamarca y, con un global de 4-2, ganó la eliminatoria y se clasificó a la segunda fase de la Copa Sudamericana. Además, fue la primera victoria internacional de los picapiedras en un torneo organizado por la Conmebol. Ahora tendrá un largo descanso: el 2 de junio se llevará a cabo el sorteo de los cruces entre todos los clasificados y luego, en julio, se jugará la siguiente fase.

1. Los actores

El papel de la obra decía que la función era brava porque el hándicap favorecía al equipo peruano tras el 2-0 logrado en el partido de ida. Bravo, pero nunca imposible. Con las previsiones del caso, se esperaba que Rampla convirtiera goles temprano para poder ponerse a tiro y pelear la clasificación. Y el picapiedra aprendió el papel al pie de la letra.

Desde el inicio se propuso jugar en terreno rival. Le salió a la perfección tanto en la táctica como en la estrategia. Con personalidad y mucho juego criterioso con la pelota, fue acorralando a los peruanos. Rápidamente, eso le dio réditos: antes del cuarto de hora ya ganaba 1-0 gracias al gol de cabeza de Julián Lalinde, y a los 21 minutos consiguió igualar la serie 2-2 cuando Cristian Olivera, el mejor del equipo picapiedra, definió muy bien colándose por la izquierda. Al finalizar el primer tiempo, lo más difícil, que era empatar la serie, estaba concretado.

Cuidando el cero, porque un gol de UTC habría complicado todo, el picapiedra mantuvo la misma dinámica en el segundo tiempo: tocar, abrir el juego, explotar las bandas, no rifar la pelota, presionar cuando la perdía. Tal vez sea llamativa la poca reacción del conjunto peruano, pero lo intentaron. Lo que sucedió fue que las virtudes de Rampla fueron superiores.

El 3-0 fue determinante. Un golpe a la moral con efectos diferentes: a UTC le pegó para abajo, mientras que a Rampla lo llevó al cielo. Fue Igor Paim, brasileño y de pequeña estatura, quien con una especie de palomita peinó la pelota luego de un córner y le cambió la dirección, cruzándola. Y listo, ya estaba hecho. Faltaba pila, pero estaba hecho. Sin que los peruanos inquietaran el arco de Rodrigo Odriozola, Rampla fue por más, por el gol de la tranquilidad. Llegó sobre la hora y por obra de un chiquilín de la casa: Matías Rigoleto y una nueva página escrita.

2. Los espectadores

Cinco partidos sin ganar en el Torneo Apertura, la desventaja de dos goles abajo con que arrancó este partido, el ánimo afectado, tal vez algunas causas más que juegan en contra a la hora de ir a la cancha. Nada, a la gente de Rampla no le importó nada y, en compensación, se llevó un premio grande: ver a su equipo obtener el mejor resultado internacional de su historia.

El hincha cuando quiere va, no entiende de motivos ni de adversidades. Es una forma de reconocerse. Es, tal vez, una especie de niño que cree en héroes, que cree en la esperanza y la vive con ilusión. Había más de 3.000 personas con el mismo argumento, con la misma creencia en el rito que significa ver al equipo. Porque, por más vida virtual que tengamos, el fútbol tiene la capacidad de emocionar como pocas cosas, y eso es absolutamente insustituible.

Ritos, creencia, superstición, remontar un 2-0. A veces los hinchas parecen vivir una realidad paralela cuando en realidad, desde su perspectiva, están viviendo algo de lo más cotidiano. Y lo renuevan, porque el fin de semana que viene esperan que haya más y mejor. Porque es indiscutible: para el hincha la pasión no admite descansos.