“Los microbios siempre han gobernado el planeta, pero hoy, por primera vez en la historia, están de moda” dice en las páginas de su libro Yo contengo multitudes Ed Yong, divulgador científico que desde Londres escribe para The Atlantic. La frase podría sorprender si uno hace caso a los avisos publicitarios que ofrecen eliminar 99,9% de las bacterias o a una sociedad que, luego de la gripe porcina, se obsesionó con el enjuague de manos con alcohol en gel. ¿Cómo podría algo que está de moda ser objeto de tal matanza? Tras leer las entretenidas y accesibles páginas del libro de Yong, repasamos cómo la ciencia, y por tanto la sociedad, ha ido cambiando la forma de ver a los microbios, término que refiere organismos tan pequeños (bacterias, arqueas y algunos hongos) que los humanos recién los pudimos observar en 1675, cuando Anton van Leeuwenhoek usó los lentes de un microscopio de su invención para mirar una gota de lluvia. Al no poder verlos, nos concentrábamos en notar las consecuencias negativas de su presencia, como cuando las bacterias Mycobacterium tuberculosis o Salmonella hacen de las suyas, dando lugar a la tradición de asociar a los microbios con la enfermedad.

Pero hoy la ciencia tiene evidencia abrumadora como para afirmar que sin los 39 billones de células de microorganismos que cargamos con nosotros, no seríamos los seres que somos. De hecho, las mitocondrias, organelos celulares en los que generamos la energía, fueron bacterias que las células alojaron para mejorar su eficiencia energética. “Ahora sabemos que los microorganismos constituyen la gran diversidad de la biósfera, que viven en íntima asociación con los animales, y que la biología animal fue conformada por la interacción con los microbios”, le cuenta la bióloga Margaret McFall-Ngai a Yong en su libro. Y luego remata: “Esta es la revolución más importante que ha conocido la biología desde Darwin”.

Es así que nos adentramos al mundo del microbioma o la microbiota: todos los seres vivos somos una comunidad de organismos –de allí el título del libro de Yong–. Nunca estamos solos: cada animal es un zoológico en sí mismo, cada uno de nosotros es un ecosistema en el que nuestras células interactúan con microbios. Cuando el microbioma está equilibrado, nuestra vida sigue sin que nos pongamos a reparar en ello. Pero cuando se produce la “disbiosis”, concepto contrario al de la simbiosis, cuando el ecosistema se altera, por ejemplo, por la acción de los antibióticos mal prescritos, entonces nos damos cuenta de que hay que prestarle más atención a la vida en comunidad.

Estos enfoques hoy nos ayudan a ver que la alergia al polen podría estar relacionada con la vida de las sociedades occidentales en la que el vínculo con determinados microbios se ha alterado. O que tener una mascota en la casa aporta una mayor diversidad microbiana y mejora el desempeño del sistema inmunológico. O que no es lo mismo nacer de parto natural que mediante cesárea: cuando los niños nacen son “colonizados por los microbios vaginales de sus madres, un regalo que crea cadenas de transmisión que se propagan a través de generaciones”, escribe Yong. En países como el nuestro, donde la cesárea es una práctica que está fuera de control, es relevante saber que los nacidos por cesárea son “estadísticamente más propensos a contraer luego alergias, asma, enfermedad celíaca y obesidad”, y que la explicación podría pasar por el hecho de que, en lugar de heredar los microbios vaginales, “sus primeros microbios provienen de la piel de la madre y del ambiente hospitalario”.

Yong proporciona ejemplos, nunca se pone denso con información pesada, y mantiene siempre el interés del lector. Pero tampoco se deja llevar por la moda: advierte que ver a los microbios como amigos es tan equivocado como verlos como enemigos. Nos abre los ojos ante los productos probióticos que en realidad tienen más de moda que de sustento científico tras ellos (desde el Yakult y el Activia a la leche agria, pasando de las falsas promesas de mejorar el sistema inmunitario y una mejor digestión en base a Lactobacillus y Bifidobacterium, entre otros). Dice que apuntar a los microbios como los causantes de la obesidad, la diabetes, el autismo y cientos de enfermedades que se les endilgan es erróneo y que, por lo general, se han probado correlaciones pero no causalidades.

El libro de Ed Yong es fascinante. No está dirigido a expertos; su lenguaje sencillo y entretenido resulta cautivante sin importar lo informado que uno esté. La organización en capítulos, con notas al final para no entorpecer la lectura, construye un relato potente y muestra lo que se sabe del tema desde el siglo XVII hasta hoy. Yo contengo multitudes debería convertirse en un clásico automático, ya que es una obra de divulgación mayúscula que despierta pasión por la biología en particular y por la ciencia en general. Como Cosmos, como Una breve historia de tiempo y casi como El origen de las especies.

Yo Contengo multitudes. Los microbios que nos habitan y una visión más amplia de la vida. Ed Yong. Debate (Penguim Random House Grupo Editorial). 415 páginas.