El año pasado, en los cines uruguayos se estrenaron 61 películas francesas, de las cuales la mitad contó con una exhibición regular. Se trata de la segunda nacionalidad más representada en el país, y desde el jueves cuenta con la Muestra de Avant-Premières, que se extenderá hasta el miércoles en Montevideo (Alfabeta) y Punta del Este (Punta Shopping) en simultáneo –y en los mismos horarios–. Es una muestra de un nivel excepcional que se realiza por quinto año consecutivo, y presenta diez películas francesas, de las cuales varias tendrán exhibición comercial en Uruguay.

Documental

La película estrella de la muestra es Visages, villages, de Agnès Varda y JR (miércoles a las 17.00), que sirvió de apertura para el reciente Festival de Cinemateca y que fue comentada en esa oportunidad. Es una maravilla.

Políticos realistas

En la muestra tenemos las últimas obras de los tres máximos exponentes franceses del cine político realista actual: Laurent Cantet, Robin Campillo y Stéphane Brizé. El taller de escritura (L’Atelier, hoy a las 19.40 y el miércoles a las 22.15), de Cantet, transcurre en La Ciotat. Cantet resiste la tentación metacinematográfica de citar L’Arrivée d’un train en gare de La Ciotat (1895), aunque la refiere en forma indirecta en un plano que cita otra película de los hermanos Lumière, La sortie de l’usine Lumière à Lyon, también de 1895. No sé si será la mejor película del director, pero bien puede ser la más compleja y la más exquisita en términos estilísticos. Aquí hurga en los contextos y situaciones que pueden empujar a un joven a simpatizar con la extrema derecha o desembocar en la violencia. Lo hace, como siempre, desde una mirada ávida de comprensión y colmada de amor, sin perder nunca la capacidad de análisis crítico y sin dejar de plantearse preguntas complicadas. La película tiene la forma de un rondó: el refrán serían las sesiones del taller de escritura que una profesora parisina brinda a jóvenes del lugar, y que tienen una dinámica similar a Entre los muros (2008), del mismo director, ya que acompañamos sus discusiones y a través de ellas nos acercamos a sus personalidades y a sus múltiples situaciones de vida.

Campillo es coguionista de El taller de escritura (2017), colaborador habitual de Cantet, y director de 120 pulsaciones por minuto (120 battements par minute, mañana a las 19.40), película que arrasó con las premiaciones de Cannes, los César y los Lumières, y en la que se retratan las acciones de Act Up-Paris, una asociación fundada por homosexuales en 1989 para militar por un combate más eficaz contra el sida. La acción transcurre en la primera mitad de los años 90, cuando los activistas, en su mayoría infectados o directamente enfermos, luchaban a contrarreloj por avances que podían ser la diferencia entre la vida y la muerte. Al inicio acompañamos varias de las intervenciones del grupo, y también las discusiones encendidas sobre tácticas a seguir (aquí se nota la mano del guionista de Entre los muros). De a poco, la historia se concentra en la pareja de Sean y Nathan, hasta que en la segunda mitad se vuelve más íntima, quieta, sexuada, y también melancólica, porque implica el deterioro de la salud de uno de los personajes. El tratamiento visual es imaginativo y poético, pautado por entrecortes para breves flashbacks. Las luces desenfocadas de una discoteca se metamorfosean en la danza microscópica del virus alrededor de las células sanguíneas. Las actuaciones, apoyadas en los consabidos excelentes diálogos de Campillo, son increíbles.

Una mujer, una vida (Une vie, hoy a las 14.45), de Brizé, se desvía del ámbito habitual del director (personajes proletarios de la actualidad) para adaptar una novela de Guy de Maupassant, cuya acción involucra a una familia en decadencia de la baja aristocracia durante la primera mitad del siglo XIX. Es curioso ver la cámara en mano y los jump cuts asociados al realismo y al modernismo cinematográficos, aplicados a vestidos largos, carruajes e interiores a la luz de las velas. Creo que nadie debe haber pintado como aquí ciertos detalles de la vida en los castillos de la Europa de los siglos pasados, como el frío, la humedad, la oscuridad y la soledad. La película es muy triste, pero la carga de sentimiento personal está templada por el tratamiento seco y percusivo del montaje, con enigmáticos fuera-de-campo, intrigantes elipsis narrativas, transiciones abruptas de la quietud a la violencia y, sobre todo, un juego con flashbacks que funciona como lapsos de memoria.

Dramas

La aparición (L’Apparition, mañana a las 14.30), de Xavier Giannoli, tiene algún elemento de thriller, en cuanto involucra a una investigación y tiene la estructura de una película de detectives, pero funciona más bien como un drama. Un famoso periodista de guerra (Jacques) es convocado por el Vaticano para integrar un juicio canónico con respecto a una adolescente de los Alpes franceses que alega haber visto a la Virgen, y que se convirtió en objeto de peregrinación y adoración de católicos de todo el mundo. En la investigación empiezan a saltar cosas raras ocurridas recientemente. La película mantiene el interés constante, pero no se atreve a ser el corrosivo comentario sobre los engaños de la iglesia católica y sus politiquerías (las conclusiones de la investigación tienden claramente a eso), y tampoco se anima a quemarse como película religiosa (ni siquiera procesa el que debe ser el golpe más fuerte de la historia: cuando Jacques encuentra en Francia la imagen religiosa que su amigo muerto había fotografiado en Siria). Simplemente se queda en esa cosa tibia –desmotivada e incongruente con el personaje de Jacques– de reconocer respetuosamente, desde su agnosticismo, la presencia del “misterio”.

Después de Varda, el director más veterano de la muestra es Philippe Garrel. Desde hace unos años se encerró en un estilo particular, del que Amantes por un día (L’Amant d’un jour, hoy a las 22.15) es un nuevo ejemplar. Todas estas películas están filmadas en un precioso blanco y negro tirando a oscuro, y narran pequeños intríngulis sentimentales intimistas en espíritu nouvelle vague, con una subnarración omnisciente à la Robert Bresson. Aquí la historia involucra a un profesor de filosofía, su hija que acaba de romper con el compañero y la amante del profesor (una alumna que tiene la misma edad de la hija). A los personajes nunca los vemos trabajando, estudiando o haciendo nada útil. Acompañamos las idas y venidas fortuitas de sentires que escapan al control y la racionalidad, y apreciamos cómo, al final, el tablero de los vínculos y situaciones se mueve totalmente y en forma impredecible. Además de la habilidad narrativa y del estilo precioso, la atención del espectador queda prendida de los diálogos cálidos y las actuaciones formidables, que nos llevan a interesarnos por los personajes como si fueran nuestros amigos cercanos. Como tantas veces en Garrel, se nos agrega un sutil componente político, a modo de metáfora, en la escena en que el veterano comenta que, pese a estar en contra de la guerra y a ser antiimperialista, sintió que tenía que pelear en Argelia porque no podía traicionar a su patria. En la película, la idea queda rebotando entre las muchas alusiones a la fidelidad.

Yo, Godard (Le redoutable, mañana a las 17.00) es uno de esos dramas personales centrados en artistas famosos del pasado. Es raro ver ese esquema aplicado a Jean-Luc Godard, porque sus opciones estético-ideológicas son ajenas a las premisas de fetichización romántica aburguesada que están en la base misma de ese tipo de biopics. Aquí las líneas en juego son el romance del director con Anne Wiazemsky y la crisis que lo llevó, a fines de los años 60, a abandonar el cine comercial. Louis Garrel (el hijo de Philippe Garrel) interpreta a Godard con mucho del humor keatoniano de Jean-Pierre Léaud. El tono general, de sutil comedia agridulce, recuerda los primeros largos más ligeros de Godard (Sin aliento, de 1960, y Una mujer es una mujer, de 1961). Michel Hazanavicius, autor de esta película, es el mismo de El artista (2011), y aquí nuevamente hace gala de su gusto por las glosas estilísticas: hay alusiones específicas a El desprecio (1963), Alphaville (1965) y, sobre todo, Una mujer casada (1964) y otras más generales, todas referidas al estilo godardiano anterior a 1967. Es decir, en la elección de tributos estilísticos la película también toma partido por la idea de que, en el período retratado, las opciones estéticas y políticas de Godard son meros rasgos pintorescos de un tipo medio alocado y confuso (¡qué loquitos los de 1968!). Está bravo asimilar a Anne Wiazemsky interpretada por Stacy Martin, mucho más dotada como modelo que como actriz.

Comedias

La comunidad de los corazones rotos (Asphalte, miércoles a las 19.40), de Samuel Benchetrit, lidia con pequeños encuentros, “historias mínimas” que involucran a personajes que viven en un mismo monoblock, mal mantenido, en un suburbio de alguna ciudad indistinta de Alsacia. La manera de filmar y narrar es muy austera: el formato de imagen casi cuadrado confina a los personajes en los encuadres de la misma manera en que están confinados –mayormente– en sus apartamentos. El laconismo de la narrativa implica un montón de zonas ciegas, y algunas se aclaran y otras no. De hecho, algunas colaboran con el tono levemente surreal que se genera en algunas superposiciones insólitas: de pronto, en una escena, sobrevienen ruidos fuertes pulsados, y se van, y no tenemos idea de qué fue eso. Media hora más tarde, en una escena exterior, volvemos a escuchar el sonido, ahora sincronizado con un auto que pasa: simplemente es el sistema de audio demencialmente potente con el que un tipo se pasea por ahí escuchando música bailable. La película nos da mucho menos información sobre los personajes de lo que es común, y hay cosas importantes que despiertan nuestra curiosidad, pero jamás conoceremos. No importa: con esos retazos incompletos acumulamos los rasgos suficientes como para que se generen el interés, la emoción, la sorpresa o la gracia en las historias, algunas más bien patéticas, otras propicias a las carcajadas.

Señor y señora Adelman (M. et Mme. Adelman, hoy a las 17.00 y el miércoles a las 14.45) es la primera realización del actor y guionista Nicolas Bedos. Es una película de pareja, coprotagonizada y coescrita por su esposa Doria Tillier, y tiene por objeto la biografía ficticia de una pareja integrada por un escritor famoso y su esposa-musa (que resulta ser bastante más que eso). Tenemos una visión satírica, algunas veces ácida y cruel, y otras controladamente tierna, de los roles de género y de la retorcida dinámica de la admiración, la dependencia, los celos y recelos que se turnan entre ambos, en los 45 años de vida en común; y en paralelo de la vida cultural y literaria francesa, del aburguesamiento de los intelectuales de izquierda y de mucho más. Hay alusiones y detalles significativos o graciosos por doquier (durante unos segundos vemos a alguien leyendo un diario cuyo titular de portada es “Chirac pierde un diente”, y cuando lo hojea vemos una nota interior sobre el conflicto palestino). Hay escenas o situaciones maravillosas (como la visita a un psicoanalista moribundo, un hijo retardado que muerde gatos). Lástima el epílogo, que parece contradecir algunas de las premisas con la única finalidad de obtener un final efectista.

De la muestra la única película que desentona es Madame, de Amanda Sthers (mañana a las 22.15), una comedia ligera y boba, hablada en inglés y pensada para un público internacional. Se supone que debemos reírnos con las torpezas que comete una mucama que tiene que hacerse pasar por princesa, y también de la cara rara de Rossy de Palma. También se supone que tenemos que encariñarnos con la espontaneidad española y popular del personaje frente a esa gente formal. La patrona de la mucama es como una villana de telenovela berreta, y el final tiene un dejo “positivo” muy traído de los pelos.