Hagamos el ejercicio de distinguir los términos y luego hablemos sobre datos reales. La peligrosidad refiere a la probabilidad de ocurrencia de una situación. En caso de adjudicársela a un perro, se utiliza en razas que presentan atributos físicos como mandíbulas grandes y fuertes, boca ancha y profunda, cuello grueso, musculoso y corto, y un peso superior a 20 kg. Estos animales son fruto de cruces en busca de perros de pelea, defensa o vigilancia. La agresividad, en términos generales, resulta de la influencia de un conjunto de factores ambientales, genéticos, individuales, fisiológicos, motivacionales, instrumentales y hasta patológicos. Como consecuencia, se puede encontrar distintos tipos y grados de agresividad canina.

En la literatura específica existen métodos que buscan determinar el efecto de la raza sobre el comportamiento agresivo. Se lo conoce como índice de peligrosidad y su valor se obtiene dividiendo el porcentaje de accidentes causados por una determinada raza por el porcentaje que esta supone sobre el total de la población de perros en la zona relevada. Pero cuidado: para que el método sea efectivo es necesario conocer el porcentaje que cada una de las razas representa en el total de perros contemplados.

Algunos estudios lograron conocer dichos porcentajes y concluyen en que el pitbull, el rottweiler, el chow-chow, el husky siberiano y el pastor alemán pican en punta en cuanto a peligrosidad. Pero que una raza sea aparentemente más peligrosa que otras no significa que se deba a la genética.

Aquí algunas precisiones:

» Las personas que adquieren este tipo de perros en general buscan agresividad, guardia, presencia. Estas características muchas veces son incorporadas mediante el adiestramiento o son fomentadas por el propio dueño.

» Cuando ocurre un accidente, la información sobre la pureza de la raza no es 100% verdadera. No hay una confirmación profesional sobre el perro que ataca. Debemos exigir genética certificada (mediante tatuajes o documentos, por ejemplo).

» La mayoría de los datos se basan en denuncias a centros de referencia, sean hospitales o seccionales policiales. Esto excluye denuncias poco probables de mordidas de razas como shih-zu, maltés o caniche. Parece entonces lógico pensar que los reclamos o consultas médicas se deban a repercusiones físicas de la mordida.

» En los centros especializados en etología clínica veterinaria, en los que la agresividad es diagnosticada por especialistas, los resultados no parecen tan elocuentes. Sin ir más lejos, en Buenos Aires, dentro de la casuística de perros agresivos llevados a consulta a la unidad de etología de la UBA, 70% eran mestizos.

En definitiva, aún parece apresurado relacionar directamente razas con comportamientos agresivos por la sola causa de sus genes. De todos modos, está claro que la agresividad hacia las personas no es un problema menor. Un trabajo realizado en la ciudad de San Luis concluyó en que en Estados Unidos hay entre 2 y 5 millones de personas mordidas por año, con una media de resultados fatales de 280 casos. Dentro de la población mordida, 40% eran niños menores de 9 años, y estos representaban sólo 15% del total de la población estudiada. El otro segmento afectado era el de los adultos mayores, quienes representaban el 20% de los casos.

Los responsables de los ataques citados no eran mayormente animales abandonados. Al contrario, 90% tenía dueño, y este dato no es menor ya que el hecho de que niños y ancianos sean más propensos a los ataques no se debe a caprichos caninos sino a una mala sociabilización, ya que el problema se da dentro del ambiente conocido. Las formas de desplazarse, los sonidos, los movimientos impredecibles, la competencia por recursos y otros son factores que explican estas situaciones.

Este tipo de trabajos no habla de razas; intenta poner en evidencia la relación que tienen el entorno y las formas de educar a un perro con sus eventuales repercusiones. Todas las razas son potencialmente agresivas si no son estimuladas desde pequeñas con su mundo cotidiano, si no se realiza una sociabilización adecuada, si no son cubiertas sus necesidades básicas.

Un caniche toy puede ser más agresivo que un pitbull, pero sus repercusiones físicas, mediáticas y sociales son menores. Un estudio divulgado en 2011 (“Etología clínica y agresividad canina en Montevideo: implicancia de las razas y el sexo”, de Juan Pablo Damián, Paul Ruiz, María Belino y Ruben Rijo; Udelar) concuerda con investigaciones realizadas a nivel internacional. Allí se observó que 42% de los perros eran mestizos, y que dentro de las razas puras las más agresivas eran el ovejero alemán, el labrador, el caniche, el cocker y el cimarrón uruguayo. Sorprendentemente, el pitbull ni siquiera figura.

Para terminar, un dato curioso: En Holanda, tras prohibir la entrada de pitbulls durante 15 años, comprobaron que las incidencias de ataques no bajaron. Por lo tanto, desde 2009 se decidió no limitar la entrada de ninguna raza a ese país.

Para entender por qué suceden estos ataques necesariamente debemos conocer el estado de salud del animal, su hábitat, el contexto, la educación, la función que cumple y el momento del ataque. El comportamiento de un perro dependerá de sus genes en un 20% y del entorno donde se desarrolle en un 80%. Antes le tocó al ovejero alemán, luego al dóberman, después al rottweiler y ahora al pitbull. Tendremos que apostar qué raza será la próxima mientras que no se entienda que este problema no depende de genes y mitos sino más que nada de nosotros.