Este estreno tardío en Uruguay de la biopic del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva ocurre, obviamente, a propósito de su reciente encarcelamiento, que incrementó la polarización política demencial de la sociedad brasileña al respecto. Al parecer, este estreno no parte de una iniciativa de los exhibidores locales, sino de la empresa productora de la película, LC Barreto, que este verano, durante el Festival de Punta del Este, dio los primeros pasos para el establecimiento de una sucursal uruguaya que contribuya a aceitar la difusión de sus películas en Hispanoamérica. En ese festival conocí personalmente a Luiz Carlos Barreto, el casi nonagenario fundador de la empresa, y no cuesta entender las fuertes motivaciones que tiene para haber producido esta película hace nueve años y para querer darle mayor difusión ahora. Barreto es un ardoroso admirador de Lula y del Partido de los Trabajadores (PT) (en un discurso definió la situación de Brasil bajo la presidencia de Michel Temer como “un país secuestrado”), y también es un hábil hombre de negocios (probablemente el más poderoso productor cinematográfico de América Latina). La película costó muy cara para los estándares brasileños (unos ocho millones de dólares), y aun con los ingresos adicionales (DVD, televisión, etcétera) no llegó a recaudar la mitad de ese costo. Este momento se convierte en una oportunidad para disminuir la pérdida y, en forma simultánea, vindicar al líder encarcelado. Fábio Barreto, el director de la película e hijo de Luiz Carlos, tuvo un accidente automovilístico enseguida del estreno y se encuentra en coma desde entonces, así que defender esta película también es rendirle un tributo.

En 1963 Luiz Carlos fue director de fotografía –y uno de los productores– de Vidas secas, del recientemente fallecido Nelson Pereira dos Santos. Esta biopic de Lula empieza en el mismo tipo de locaciones y casi en la misma época en que estaba ambientada la anécdota de ese clásico del Cinema Nôvo. Tiene incluso un querible perrito blanco y negro con nombre de bicho (en Vidas secas era la perra Baleia; aquí es un macho llamado Lobo). Vidas secas fue una contundente y punzante pieza de denuncia social, y ahora resulta que un personaje oriundo precisamente de una situación como aquella se convirtió, como hubieran soñado Barreto y Santos, en un poderoso agitador de izquierda que llegó nada menos que a la presidencia de Brasil. En un recorrido personal análogo, ese escenario miserable fue captado en aquel entonces en una producción alternativa y con poquísimos recursos, y ahora vuelve a surgir en las pantallas en un esquema que, para los estándares latinoamericanos, es de superproducción.

En 2009, cuando se hizo la película, se esperaba que fuera un éxito. Pero no lo fue. Puede haber muchos motivos: o no es tan buena, o Avatar (James Cameron) captó la atención del público durante el lanzamiento, o la popularidad de un líder político quizá no se traduzca en forma automática en interés por ver su biopic. Debe de haber pesado mucho la cantidad de ataques feroces (esperables, por otro lado) que la película recibió. La revista Veja, específicamente, la colocó entre las “diez peores películas brasileñas de todos los tiempos”. Aunque la película fuera excelente, hubiera sido atacada en forma irracional por los opositores al PT debido a la grieta malsana que domina a la cultura brasileña; pero tampoco contó con el apoyo de los partidarios, que podría haber sido el contrapeso de ese ataque. También hubo acusaciones de que era una película “electorera”, porque se lanzó a fines del segundo mandato de Lula y en vísperas de la elección de su sucesor (que terminó siendo Dilma Rousseff). Es más que obvio que es una película política, y ninguna persona con mentalidad política va a tomar su fecha de estreno como una mera coincidencia. La acusación traduce una perspectiva según la cual una obra de arte no puede ser auténtica y sincera si tiene propósitos políticos específicos, pero había un factor adicional implícito: se insinuó que fue financiada con propósito propagandístico, aunque se vendió como una obra independiente. En forma preventiva, está encabezada con la declaración de que “fue producida sin el uso de ley de incentivo alguna, sea federal, estadual o municipal”. Pero esto tampoco tenía demasiada credibilidad porque enseguida, entre la quincena de auspiciantes que enumera, se encuentran Odebrecht, OAS y Camargo Corrêa, tres corporaciones ganadoras de multimillonarias licitaciones gubernamentales y que luego se verían muy implicadas en la operación Lava-Jato (que, dicho sea de paso, desde enero investiga la financiación de esta película). Cuando surgieron los primeros comentarios, Barreto se defendió diciendo: “Quise hacer un melodrama épico, nada más”, lo que es ridículo, porque para ello hubiera sido mucho más simple y efectivo basarse en una ficción, y además parece incorporar la vergüenza de haber hecho lo que hizo, es decir, una película política que es una apología de Lula.

La película padece del gran problema de toda biopic de formato convencional: una historia real no se suele amoldar a los esquemas de una narrativa clásica. Así que tenemos mayormente una sucesión de escenas que simplemente ilustran situaciones (la familia de Lula vivía en una zona que se inundaba, entonces hay una inundación, que luego pasa y no deja consecuencia alguna) o muestran episodios que no podían faltar: Lula pierde un dedo en un accidente laboral, lo que, en la película, tampoco parece tener consecuencia alguna; y esto es realmente una torpeza llamativa, si recordamos el antecedente de la italiana La clase obrera va al paraíso, de Elio Petri, 1971, en la que un obrero metalúrgico pierde un dedo en un accidente laboral y este hecho es el detonante para su concientización de clase, siendo que, en el caso de Lula, y según sus propias declaraciones, fue precisamente lo que le ocurrió a él. Luego la narrativa se estabiliza un poco y se vuelve más interesante a partir de que Lula empieza a escalar posiciones en el Sindicato de Metalúrgicos del ABC, región industrial paulista (la anécdota se detiene justo antes de la constitución del PT, en 1980).

En cuanto instrumento político, promueve el culto a la personalidad del líder al que retrata. Hay algunos elementos mesiánicos, tratados sin énfasis, en la historia del niño pobre que nace en una zona desértica, de una madre que se retrata como perfecta y un padre ausente. La madre mira al bebito y le dice: “Te vas a llamar Luiz Inácio”, como si el nombre emanara del niño como una predestinación cargada de algún sentido. Luego, cuando llega a los 30 años, esa persona se convierte en un líder idolatrado por las masas (la película se hizo siete años después de que el famoso forense Richard Neave difundiera “el verdadero rostro de Cristo”, que resultó ser un tipo físico muy parecido al de Lula). Hacia el final de la película el líder va preso injustamente por un gobierno autoritario. Ahí cesaba la analogía mesiánica, porque en 2009 era sabido que la continuación de la historia estaba cubierta de gloria (no se preveía el vía crucis que la historia real parece estar concretando en este preciso momento).

Su historia

Vemos al Lula niño, con menos de siete años de edad, plantarse valientemente entre la madre y el padre borracho y violento, diciendo con firmeza que “un hombre no le pega a una mujer”. Tiene excelentes notas en la escuela y llama la atención por su inteligencia, al punto de que la maestra decide adoptarlo, prometiéndole una vida de clase media, cosa que la mamá no acepta; a fin de cuentas Lula no necesita “ser alguien en la vida”, porque ya lo es: “Es mi hijo”, dice. De paso, con esa actitud, sostiene su pertenencia a la clase trabajadora. Lula metía goles en el campito del barrio y era hincha de Corinthians, el cuadro más popular de San Pablo. Su actuación política en el sindicato es consistentemente responsable, cauta, no confrontativa. Está en contra de la violencia y de la destrucción en las agitaciones, pide siempre prudencia para que ninguno de sus seguidores vaya a correr riesgos innecesarios frente a la represión dictatorial. Es súper responsable en el trabajo. Se planta frente al oficial militar con respeto pero con la misma firmeza intrépida con la que, de niño, encaró a su padre. Es un marido enamorado, dedicado y respetuoso. También es tremendo hermano y tremendo hijo. Hace la señal de la cruz cuando entra a la iglesia. Cuando surge una oposición fuerte en el sindicato, pone de inmediato su cargo a disposición para que la asamblea elija a otro líder o, de lo contrario, le dé un voto de confianza que le permita actuar (que es lo que ocurre, y para bien).

Algunos de esos aspectos son historia, otros son leyendas imposibles de comprobar, y otros son inventados. La película está basada en una investigación de Denise Paraná (coguionista de la película, además), que consistió esencialmente en una entrevista con Lula, complementada con entrevistas a 14 allegados (una cantidad nimia para una biografía tan compleja), y no hay otras fuentes accesibles para confrontar.

El largometraje es más rico cuando refiere a algunas características específicas de Lula. Los únicos momentos en que su personalidad se muestra menos claramente simpática son cuando está cortejando a Marisa Letícia y despacha en forma medio arrogante a otro pretendiente, y luego, cuando despacha al ex presidente del sindicato y se impone como el candidato a su sucesión: en esas escenas el personaje Lula se parece a lo que un líder real, mortal, tiene que ser para lograr liderar. Lo vemos contrario a las jugarretas vacías de los liderazgos sindicales, y siempre con un enfoque pragmático de buscar medidas que tengan su consecuencia (entiendo que es un retrato fiel de su postura como líder sindical y luego como político). Se insiste en que Lula fue decididamente no comunista y, sobre todo, no estalinista, algo que también es un hecho histórico y vendría a ser una de las características definitorias del PT luego de su fundación, atrapando, entre otros, a la intelectualidad de “nueva izquierda”. Es sabido que es una persona tremendamente carismática y que tiene el poder de conmover a multitudes con su oratoria. La película tiene una escena conmovedora: Lula habla en una asamblea sindical con miles de participantes en un estadio de fútbol, pero no dispone de sistema de amplificación, y entonces pide a los participantes más cercanos que repitan cada cosa que dice a los que están atrás, y a esos que hagan lo mismo, generando oleadas a su alrededor, donde la comunicación queda graficada en los movimientos físicos de la masa de obreros: no sé si esto es histórico o ficticio, pero es una belleza como escena cinematográfica.

El actor que hace de Lula adulto –Rui Ricardo Diaz, un actor de teatro en su primera experiencia cinematográfica– es excelente, y Antônio Pitanga, uno de los actores emblema del Cinema Nôvo, hace un pequeño papel. Las distintas etapas históricas están señalizadas con interesantes imágenes de archivo, y la muerte de seres queridos de Lula están sentimentalizadas por unos alargados flashbacks que evocan momentos felices bañados en música triste.

El inicio de la primera huelga está filmada en espíritu de cine soviético, con sus abundantes planos de maquinaria intercalados con planos de obreros cruzando los brazos, tomados con un leve contrapicado heroico. Por desgracia, rara vez nos enteramos de los problemas concretos que enfrentaban esos obreros y por qué causas combatían, más allá de una genérica “causa obrera”. Hay alguna otra escena políticamente didáctica, cuando vemos en un bar a los clientes hipnotizados con la transmisión de un partido de fútbol y entra un milico entonando el himno de la selección brasileña en el Mundial de 1970, mientras, al fondo, otro milico patea a un detenido (asumimos que un opositor). Estas escenas están aisladas en una película que asume más bien el camino más cortoplacista del culto a la personalidad. De todos modos, la personalidad en cuestión está presentada como representante y emblema de la clase trabajadora, concientizada como tal y embanderada como tal.