La peculiar raza canina de la que hablaremos hoy, de perfil artiguista, entró al país hace relativamente poco. De hecho, el bull terrier se dio a conocer casi al mismo tiempo que la raza pitbull, y por un tiempo se los confundió con estos últimos, ya que, al inicio del nuevo siglo, como con todo chiche nuevo, no se tenía muy claro cuál era cual.

Aunque fenotípicamente diferentes, el origen de estas dos razas es el mismo: Gran Bretaña. Sus primeros pasos están bastante documentados, si bien, como toda cosa inventada (bebida cola, jugo de gomibaya), para mantener el misterio siempre hay una parte que no sale a la luz.

Pero el nombre de la raza nos da bastantes pistas sobre el bolillero de genes que se mezclaron para que este nene viera la luz. Y el dueño del bolillero era James Hinks, un irlandés que, tras laburar de lo que fuera, comenzó a criar aves, le fue bien y se compró un bulldog. Así, gracias al primer ejemplar, comenzó la cría de perros y también de aves. Como el temita de vender bulldogs para peleas era negocio, el loco hizo guita.

El amigo era bastante colgado con el tema de la belleza canina y los concursos que aglomeran a las razas con tal fin, pero no estaba muy enamorado del fenotipo bulldog. Por lo tanto, se dedicó a cruzarlos con una raza terrier hoy extinta, el old english white terrier. Luego agregó al bolillero genético cosas del pointer español y también del dálmata. Tiempo después le sumó la frutilla de la torta: el collie. Esta raza, a la cual pertenecía la famosa Lassie, se encargó de fomentar la longitud del hocico, lo que claramente le otorga un toque diferente al resto.

Pero al nuevo animal creado no le pintaban tanto las pasarelas sino más bien las peleas, sobre todo con otros perros, así como también la caza de ratas. Lo hacían en un foso creado a modo de ring, donde se colocaban ratas, y el perro debía destrozarlas en el menor tiempo posible. Tan buenos eran que, cual jamaiquino en atletismo, ostentaban el récord de mayor número de ratas matadas por minuto, por hora y otros períodos de tiempo.

Sobre las cualidades boxísticas del nene existe una leyenda que unifica los deseos del creador y los gustos de la raza. Parece que Hinks tenía una perra llamada Puss of Brum, que con sólo 18 kilos de peso se enfrentó en una pelea canina con una cruza entre bull y terrier de unos 27 kilos. Luego de vencer a dicho perro en media hora (sí, media hora peleando), el dueño se la llevó a un evento canino de belleza y, a pesar de que tenía algún que otro rasguño, obtuvo una cucarda.

En esos tiempos las peleas comenzaban a ser mal vistas por la población, y comenzaron a emerger los certámenes de belleza. Hacia 1860 daba más plata desfilar que pelear, con lo que el criador decidió abocarse enteramente a estilizar y perfeccionar la raza, con un objetivo estético por sobre la búsqueda de un perro de pelea.

De inmediato el bull terrier se puso de moda en toda Inglaterra, preferentemente entre hombres de clase acomodada. Así, estos perros valientes, fuertes y amistosos le daban un plus al estatus clasista de la época, y recibieron el apodo de “caballero blanco”. Y de a poco, el excelente perro peleador se fue instalando en la sociedad británica ya no como sinónimo de agresividad, sino como animal de compañía.

Aunque la raza fue estandarizada por su creador, el primer club se creó entrado el siglo XX. Se toma como el primer ejemplar a un bull terrier nacido en 1917, cuyo nombre era Lord Gladiator, en homenaje a los primeros especímenes que, siendo tan infalibles en el mundo de las peleas caninas, eran conocidos como la raza “gladiadora”.

Bull terrier | Estos nariguetas pueden medir de 45 a 55 centímetros desde la cruz y pesar aproximadamente entre 22 y 38 kilos. Su promedio de vida es de unos 11 años. Dentro de las enfermedades recurrentes de la raza se destacan los problemas cutáneos, así como alergias, sordera congénita, problemas renales y cardíacos y una alteración comportamental de la que aún no se ha logrado aislar al gen responsable: hablamos de trastornos compulsivos, que se evidencian en la persecución de su propia cola.